4. El Rey

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Los dos carruajes y la comitiva de soldados Fethorian, atravesaron la primera muralla de Dragosta al anochecer, cuando los últimos rayos de sol golpeaban las cúpulas y agujas del Palacio Dorado

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Los dos carruajes y la comitiva de soldados Fethorian, atravesaron la primera muralla de Dragosta al anochecer, cuando los últimos rayos de sol golpeaban las cúpulas y agujas del Palacio Dorado. La nieve se posaba sobre sus relieves y torres como un polvo plateado que contrastaba con el oro que lo recubría. Cuando la noche se apoderó del cielo, sus muros se tiñeron de negro y no volvería a brillar hasta el amanecer.

Wendolyn recordaba a la perfección la primera vez que contempló la capital de Vasilia. Cada detalle se había grabado en su memoria para toda la eternidad, creyendo que, al fin, había encontrado el lugar al que pertenecía; donde podría ser ella misma sin esconderse.

Pero ahora que regresaba, ya no albergaba la misma emoción desde que ese lugar se convirtió en la tumba de Anghelika y la condena de William. Sus ojos admiraban su belleza, pero su corazón temía los secretos y las conspiraciones que venía a desenterrar. Una parte de ella tenía la certeza de que era mejor dejar las cosas como estaban, pero otra, más poderosa, ansiaba probar la inocencia del zral sin importar lo que ocurriera.

Durante su estancia en el castillo de Thorsten Fethorian, Wendy se había empapado con la historia de Dragosta, incluidos los eventos más violentos vividos tras los muros de su palacio, y ella era la necia que iba a remover unas aguas repletas de depredadores.

Había perdido la cabeza.

Se le escapó una risita histérica y Sirina la miró, enarcando una ceja oscura.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Nada —contestó. Soltó las cortinas de terciopelo y Dragosta volvió a esconderse de su vista.

—El canciller Hannelor nos recibirá en la entrada norte del palacio —dijo, mientras se colocaba el uniforme, arrugado después de tantas horas sentada—. Aún faltan unas horas para la coronación, pero no dudo que estará nervioso. Estoy segura de que habría preferido que llegáramos con al menos un día de antelación.

—Nadie podría haber predicho la ventisca que nos alcanzó en el sur de Zagoira —susurró estremeciéndose. Jamás había sentido un frío tan penetrante. Si no fuera porque era vampira, habría temido morir congelada. Incluso perdieron a uno de los caballos antes de hallar refugio.

—Estamos atravesando la segunda muralla —comentó la capitana echando un vistazo—. Prepárate para que el canciller te entregue a las doncellas que no te soltarán hasta que estés perfecta.

—¿Y a ti? —dijo, burlona.

—Yo no estoy invitada. Es un honor demasiado grande para una simple capitana.

Durante los últimos meses, se había acostumbrado tanto a la presencia de Sirina, que la sola idea de separarse de ella, la ponía nerviosa. Se había convertido en una sombra protectora en la que confiaba plenamente. Le habría gustado que la acompañara en la coronación.

—Entonces, ¿por qué acudiré yo? —preguntó extrañada—. No soy nadie.

—Eres la protegida del canciller Hannelor y existen rumores de que tienes un romance con William Hannelor. Eso te convierte en una personalidad mucho más distinguida e interesante que yo.

La locura de la bestia [el canto de la calavera 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora