3. Un deseo imposible

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A Wendolyn le gustaba imaginar que la alfombra de suaves tonos verdes era un campo de hierba bajo sus pies

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A Wendolyn le gustaba imaginar que la alfombra de suaves tonos verdes era un campo de hierba bajo sus pies. Llevaba tanto tiempo encerrada en el palacio que los Fethorian poseían en la ciudad de Hallow, que ansiaba alejarse de sus paredes marmóreas e internarse en el pequeño bosquecillo que veía desde sus aposentos.

Cuando la criada terminó de ajustarle el corsé, dejó caer de nuevo sus rizos como pequeñas llamaradas acariciando su espalda. Bebió un último sorbo de la copa de doshka que había dejado sobre la mesa con el desayuno a medio comer y salió. Había anochecido y era el momento de comenzar sus lecciones.

Se dirigió al ala oeste. Las alfombras que cubrían el suelo amortiguaban el golpeteo de sus tacones y acallaba el susurro de su vestido. Se detuvo frente a una puerta de roble, inspiró hondo y entró.

Al otro lado la esperaba Sirina Vitali, la capitana que les había ayudado a ella y a William a huir de Dragosta y cruzar la frontera. Estaría eternamente agradecida con ella, pero verla con otra pila de libros para que estudiara, disminuyó la gratitud que sentía.

Cuando ambas regresaron a Vasilia, Wendy pensó que volverían a Dragosta, sin embargo, buscaron refugio en el palacio del duque Thorsten Fethorian, vasallo de los Hannelor. Desde allí, esperaban cada día a que llegara la señal de Alaric para que regresaran a la capital.

Y así las semanas se convirtieron en meses. Sin otra cosa que hacer, Sirina había tomado el papel de instruirla, además de mantenerla distraída. Al principio funcionó, pero después de tanto tiempo, Wendy no soportaba estar de brazos cruzados esperando al momento adecuado para limpiar el nombre de William.

—Esta noche comprobaré lo que has aprendido sobre el uso de la flora de Skhädell. Acércate —le indicó la mujer de ébano*.

Wendy caminó hasta una mesa alargada sobre la que había distintas muestras de flores, raíces, hierbas y hojas en pequeños cuencos de cristal dragosiano, el más caro de Skhädell, reservado para la nobleza. No era de extrañar que los Fethorian, siendo una de las familias vampíricas más poderosas, tuvieran cientos de piezas adornando su palacio, desde lámparas de araña hasta jarrones y esculturas.

—Comencemos. ¿Qué puedes decirme de esta?

La joven se inclinó sobre el recipiente que señalaba y observó las raíces bulbosas y anaranjadas que contenía.

—Es raíz de Jesmen. Debido al gusto ligeramente amargo y al color, es mejor mezclarlo con una infusión. Así, el azúcar enmascarará su sabor y las hierbas ocultarán su color. El vapor también ayudará a esconder su presencia casi por completo —entonó Wendolyn.

—¿Y para qué sirve? —preguntó Sirina enarcando una ceja ante su suficiencia.

—Para causar euforia —respondió con aburrimiento—. No me vendría mal un poco...

La capitana soltó una carcajada, pero eso no evitó que la reprendiera.

—No seas impertinente. ¿Qué puedes decirme de esta?

La locura de la bestia [el canto de la calavera 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora