6. El honor de un mirlaj

3.8K 480 221
                                    

Su aliento jadeante se arremolinaba frente a su rostro

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Su aliento jadeante se arremolinaba frente a su rostro. La nieve caía en suaves copos que, en contacto con su cuerpo, se derretían. Pero, a pesar del frío, Iván sentía calor. Un calor que lo mantenía en movimiento y en tensión, esperando el próximo ataque de su oponente.

El Claustro Mayor estaba abarrotado. La mayoría de mirlaj se refugiaban de la nevada bajo los arcos de las galerías y solo los combatientes e instructores ocupaban el patio bajo el cielo nublado.

Escenas como esa se repetían ahora a diario. Desde que su abuelo se hizo con el puesto de Gran Maestro de la orden, su mayor prioridad fue reinstaurar el régimen de entrenamiento.

Iván admiraba cómo Raymond movió sus fichas durante la moción de censura contra Verania para ganarse el voto de todos los maestros y ocupar su lugar. El asesinato de la reina Anghelika —gran defensora del Tratado de Paz—, también jugó a su favor.

Después de poner orden en el Templo de Olova, contactó con el de Arcaica en el norte, eran los dos templos principales de la orden que quedaron tras la guerra y tras la quema del de la Desembocadura. Si lograba que lo reconocieran como Gran Maestro en ellos, los templos menores acatarían su mandato.

Otro de sus objetivos era convencer al rey y sus duques de preparar sus ejércitos y fortalecer la vigilancia en la frontera ante lo que él consideraba un ataque inminente de Vasilia, y para ello escribía cartas a diario, esperando que los hiciera entrar en razón.

Iván se agachó para evitar una patada lateral. Le interesara o no el combate, no debía distraerse ya que quería causar buena impresión, no solo a su abuelo, sino a todos los mirlaj que aún lo miraban desdeñosos.

El entrenamiento de ese día era simple: combates individuales cuerpo a cuerpo donde la rapidez y los ataques certeros lo eran todo. El que vencía, continuaba peleando hasta que era eliminado y pretendía simular una situación en la que el mirlaj se encontrara desarmado.

Iván no era ajeno a este escenario. Con William como maestro, había experimentado situaciones de lo más variopintas. Gracias a ello, llevaba cerca de una hora invicto y, lejos de sentirse orgulloso, cada vez que propinaba un golpe a su adversario, sentía la angustia creciendo en su estómago. Estaba comprobando con sus propios ojos lo débiles que eran los mirlaj. Si Vasilia atacaba, no habría mucho que pudieran hacer.

A medida que el tiempo pasaba, el ejercicio dejó de ser un entrenamiento. Veía a sus compañeros realizando apuestas o intercambiando consejos para tumbarlo de una vez. Hasta el instructor analizaba cada uno de sus movimientos sin entender cómo continuaba en pie.

Ninguno sabía que un vampiro lo había entrenado desde niño sin piedad ni miramientos. Con frecuencia, terminaba sus sesiones con William lleno de moratones y con los músculos tan adoloridos que pasaba un día entero en capa para recuperarse. Y no porque recibiera muchos golpes por parte de su instructor, sino porque lo obligaba a llevar a su cuerpo al límite.

La locura de la bestia [el canto de la calavera 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora