Prólogo

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Había una vez un joven Príncipe,
soñador y puro de corazón.
Nacido del fuego y la luz,
era gentil y cálido,
era el amanecer encarnado.

Admirado por extraños,
ignorado por su propia sangre
¿Qué es lo que un Príncipe debería hacer?
Él aún tenía un corazón ardiente,
consumido con un anhelo ferviente.

Que un día,
Dios Padre notaría su propio valor,
y lo iluminaría,
con un abrazo enternecedor.

Que un día,
Dios Padre notaría su propio valor,
y lo iluminaría,
con un abrazo enternecedor.

...

Una hermosa figura femenina cantaba para sí. Blanca como la nieve y brillante como la luz del sol, se reposaba sobre sus rodillas de costado mientras acariciaba un pavo real, que apoyaba su cabeza cómodamente en el regazo etéreo de ésta. Apenas movía los labios para cantar, y aun así, las vibraciones sonoras y melódicas llegaban a todo ser viviente que residía en aquel jardín.

Era un lugar inmenso y muy variado, como si de un mini-mundo se tratase. Flores, plantas y animales exóticos de todo tipo, nunca antes vistos -o poseídos- por el hombre. Flores que resplandecían como los mismos rayos del sol, plantas que parecían animales, ¡e incluso animales que parecían plantas!

El pavo real se rascó el pecho con urgencia, y una vez satisfecho dio un prolongado bostezo, y volvió a dormirse. La mujer blanca rio con ternura y retomó su canción de cuna:

Vagando por terrenos prohibidos,
buscando por respuestas el Príncipe fue.
De este a oeste,
de norte a sur.
Con miedo en su garganta,
y fe en su corazón.
Con miedo en su garganta,
y fe en su corazón.

¿Encontrará la respuesta dentro de sí mismo?
¿O encontrará la respuesta en otro lugar?

Bendecido por el poder y la fuerza,
el posee el dominio entre
la oscuridad y la luz.
Ha de no confundirse;
bondad o maldad,
claridad u oscuridad,
Puro su corazón aún será.

...

Una bola de fuego se aproximaba a la figura femenina de forma pausada, como si fuese un pequeño globo aerostático. Parecía observar a la mujer blanca, aunque no tuviese ojos. Parecía escucharla, aunque no tuviese oídos. O rostro siquiera. Un fantasma llameante, justamente. La entidad blanca hizo pausa a su canción al sentir la presencia cálida de aquella bolita de fuego flotante, que era no más grande que un pollo.

—¿Qué sucede, Brigid?— Preguntó la Entidad Blanca. —¿No te gusta cómo canto?

—Al contrario, mi Reina. Adoro su voz. Todos aquí la adoramos. Es solo que...

—¿Sólo que...? —Preguntó la Reina en Blanco con genuina intriga.

—... ¿Sobre qué está cantando?

—Es tu canción, Brigid. Es sobre ti. Eres tú.

El fuego quedó en silencio unos segundos, pero volvió a responder.

—No recuerdo mi canción con claridad, pero casi estoy seguro que no se trataba de un príncipe... —agregó después, con un notable tono de amargura — ¿Está usted segura que mi nombre era Brigid? Casi... casi no recuerdo nada de mi vida como ser humano.

La Reina en Blanco notó la intensidad del fuego de Brigid; sus llamas eran trémulas y pequeñas, con un centro blanco del tamaño de un limón. Y despedía unos hilos de nubarrones de humo y aire quemado en la parte superior de sí mismo. "No pasará mucho antes que se disminuya al tamaño de la llama de una vela" pensó la Reina.

El Príncipe Malvado [Frozen fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora