IV

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Acomodadas frente a frente, ella estaba en silencio mientras sus manos movían con una cadencia suave y monótona las agujas de tejer. En sus diminutos ojos pude descifrar qué tenía el brillo de la esperanza, como si no pudiera estar equivocada en nada de lo que pasaba por su mente.

Cada fin de semana iba al departamento de Trixie para hacerle compañía, pero está vez había llegado para aclarar algunas cosas. El té que me sirvió seguía emitiendo humo, pero el frío de afuera era más fuerte que el calor de la bebida.

—Ni siquiera se me ocurrió qué podrían encontrarse.—murmuró Trixie, apretujando sus dedos enredados de lana.

—Le enseñaste una foto mía, pero no pudiste enseñarme una de él. —rebatí, tratando de minimizar mi confusión. —Creo que tuviste muchas oportunidades, Trixie.

—Lo sé. Pero mi relación con Hank es complicada. —ella bajó la cabeza y se rasco la nuca en un gesto de vergüenza.

Tuve que tragarme las palabras que deseaba soltarle. Si comenzaba a ser sincera con lo qué sentía, entonces me arrepentiría después. No quería pelear, mucho menos arruinar mi amistad por culpa de un chico que seguramente no valía la pena.

—¿No tenías ninguna intención de decirme sobre tu relación? —adivine, casi segura de que ese era el caso.

—Siendo sincera... —contestó titubeante, moviendo las agujas con brusquedad y haciendo que éstas entrechocaran en una pausa incomoda. —Hubiera preferido que nunca lo averiguaras.

—Tendrás tus razones. —confesé, luego de unos segundos de perplejidad. —Tampoco tienes la obligación de contarme con quien te relacionas. Pero no puedes compartir cosas mías a personas que ni siquiera me has presentado.

—Perdon. —su intento de sonrisa se volvió una mueca triste, y ella acarició el notorio moreton de mi pómulo. —Y por eso, solo espero que algún día puedas perdonarme....

—¿Hmm? —vi a Trixie cerrar sus labios que estaban por decirme algo más, pero esos ojos intentaron trasmitirme algún mensaje qué no entendí.

Ella siempre era la única que hablaba la mayoría de las ocasiones. Yo era más una oyente que otra cosa, y por eso me resultaba inquietante darme cuenta de lo pensativa qué estaba. Quería preguntarle la razón de su tristeza, pero ella me dio un noble beso en el moretón, aún sin preguntar como me lo había hecho.

La enfermera que me había golpeado y dejado tendida en una banca a las afueras del hospital no volvió a aparecer incluso después de presentar una queja al hospital. Pero no quería acordarme de esa inquietante mujer.

Las expresiones de Trixie eran muy dinámicas la mayoría de las veces. A pesar de que era un libro abierto y que parecía que no había que esmerarse en descubrir algo de su vida, en realidad Trixie era bastante reservada.

—Algo te preocupa. —dije, mirándola atentamente.

Ella asintió. Y en medio de una extraña risa nerviosa, contestó:

—Se me ha aparecido un fantasma. Eso es lo que me pasa...

—¿Un fantasma? —repetí, incrédula. —¿El fantasma de quien?

—Fue inesperadamente doloroso. —hizo una pausa, distraída.

—¿Recordaste algo sobre tu pasado? —me apresuré en suponer, sintiendo mis músculos tensarse ante la futura respuesta.

—No exactamente... —se quedó quieta, con los labios curvados en una sonrisa irónica.

Justo en medio de nuestra rara tensión, el timbre de su casa comenzó a sonar, y solo en ese instante Trixie reaccionó debidamente. Tiró todo los ovillos de lana de su regazo y se levantó.

𝚂𝚖𝚎𝚝𝚑𝚕𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora