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[Narrador omnisciente]



Parado ahí en la ventana: alto, esquelético, con prendas oscuras y los labios en una tensa línea, Leonard daba la impresión de ser un cadáver acechando desde la oscuridad de su oficina.

Cómo hijo nacido de una antigua casa aristócrata, la posición de ser respetado e idolatrado era una costumbre. Le gustaba expresar esa atmósfera de inquietud ante los demás incluso inconscientemente. Heredó un puesto importante en el negocio de sus padres desde temprana edad, y triunfó en el ámbito laboral antes que la mayoría de su generación.

Pero cuando apareció en su vida una familia llegada desde la penumbra, todo se detuvo, justo como aquel reloj de bolsillo cuya caratula de vidrio se había resquebrajado en la hora que la desgracia lo decidió seguir.

Leonard jamás se había involucrado con aquella familia, pero la revelación de un secreto ajeno terminó en convertirlo en un daño colateral. Su vida llena de lujos, su puesto importante, su esposa e hijos, y sus más fieles seguidores desaparecieron también en ese fatídico incidente que dejó a todos sorprendidos.

Había llegado a ese edificio cuando tenía treinta años. Conoció a Julieta cuando ella tenía diecinueve; a Irina con apenas quince; y a Randall con dieciséis. Hacía ya tres años desde entonces, y ahora que aparecía alguien nuevo, no le provocaba otra cosa más que desconfianza.

En los cristales de la ventana, pudo ver su propio reflejo y cerró los ojos con un evidente desgano. Leonard a veces evitaba su rostro, porqué caía en cuenta de sus pómulos remarcados y de la carencia de juventud que tenía en sus facciones. Muy a su pesar, debía ser honesto en que esa sensación le persuadía cada noche. Apenas tenía treinta y tres años, pero sabía perfectamente que su estado no lo perdonaría y que en realidad sólo le quedaba poco tiempo.

Leonard desvío sus manos hacia las libretas regadas en su escritorio, y terminó prestando atención al expediente donde unas horas atrás había hecho anotaciones. En el nombre titular de la hoja llena de palabras por doquier, se hallaba el de Darlin Dickinson. No había ninguna anomalía extravagante en sus registros antiguos, a excepción de los datos de sus recurrentes visitas al hospital General de crimson Ville y de las deudas que tenía por varios tratamientos médicos.

—¿Es realmente ella? —inquirió Leonard hacia la persona que estaba sentada en el asiento frente a su escritorio.

—Al parecer... —el desconocido miró el cielo nublado, contemplando cada gota que caía en la ventana doble. —Tendre que verlo por mi mismo.

—¿Desea que haga una reunión privada para ustedes? —preguntó Leonard, en una mueca servicial.

—No será necesario. —emitió el desconocido, y acarició suavemente la escondida cicatriz que tenía en la clavícula como si recordara algo placentero.

El desconocido sacó una carta del bolsillo de su traje para ponerlo en la mesa del escritorio.

—Tengo entendido que hay una nueva administración en el consejo. —incredulo, Leonard acarició el sello que mostraba el sobre.

—Por esa razón te necesito ahí. —afirmó el hombre desconocido, dándole una mirada significativa a Leonard. —La muerte de Cornwell te ha brindado una oportunidad de regresar dónde tanto anhelabas.

—¿Qué pasará con los pequeños? —mencionó Leonard, refiriendose a Randall, Julieta e Irina.

—No podrán ir contigo. Pero me aseguraré de que tengan un lugar entre mi gente. No les faltará nada. —dijo el hombre. —Asi que espero que hayas respetado tu parte del trato y hayas alimentado bien a mi pequeña...

𝚂𝚖𝚎𝚝𝚑𝚕𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora