V

114 103 0
                                    

Sentada en la banca dentro del Árcarde, esperé a que la lluvia torrencial de afuera terminara. El agua impedía mi camino a casa luego de otro día de trabajo, por lo que decidí quedarme en un techo seguro al menos hasta que disminuyera la tempestad que me había dejado atrapada.

Desde mi lugar era capaz de apreciar más allá de Crimnson Ville: situado sobre un escarpado promontorio de roca oscura con vista a un puerto cerrado entre dos malecón. Se asomaba como si fuese un balcón sobre el mar, y las barcas debían izarse a pulso desde el puerto hasta una terraza, a los pies del pueblo con ayuda de cuerdas, porque no existía embarcadero alguno.

No era un pueblo aburrido, pero el estrés del trabajo me estaba convirtiendo en una vieja ermitaña. La cual solo deseaba dormir, comer y despertar algún día con las deudas pagadas.

Suspiré, echándole un vistazo al local y me levanté antes de que cayera dormída en la banca. El aire frío que entraba desde el exterior no me ayudaba, así que antes de caer en la tentación de cerrar mis ojos, di una vuelta por las máquinas.

No era una cliente recurrente, pero este tipo de sitio era nostalgico para mí. La primera vez que entré a un Árcarde fue cuando me reuní con Trixie por primera vez luego de habernos conocido un año en linea. Después de eso, no volví a ingresar sola por este tipo de tiendas. Ella era tres años más joven que yo, por lo que se le daba mejor los juegos que a mi.

Miré de soslayo las máquinas de juego que estaban acomodadas en los costados y en los laterales de la estancia. Pero los juegos que se notaban tener cierto nivel de facilidad estaban ocupados por chicos de secundaria. Así que me dirigí al siguiente pasillo, sin dejar de curiosear en la estancia.

Para disipar mi mente acabé escogiendo un juego de acción retro, y tras meter unas cuantas monedas a la máquina, el menú principal apareció. Los gráficos de su juegos eran toscos, pero aun así parecía ser adictivo. En la ilustración del juego se veía en primera persona un largo pasadizo de una mazmorra bloqueado por un corpulento gigante que blandía una enorme hacha.

Lo único que tenía que hacer era apretar el botón para avanzar y el otro para atacar.

Hacer todo eso pareció entretenerme y sentí una relajación muscular que no había experimentado en muchos años quizás. Incluso la melodía de la máquina se alejó de mi mente y mi concentración se enfocó en el movimiento de los controles.

Ni siquiera en mi adolescencia pude disfrutar de un momento como este, siempre mantuve mi mente ocupada en las obligaciones que me daban mis padres y en cuidar de otra persona además de mi misma. Nunca me fue aburrido pasar mi tiempo aprendiendo cosas nuevas, pero tampoco hubiera sido tan malo el haberme criado con un poco de diversión en mi vida. Quizás por eso ahora me costaba trabajo salir de casa, el estar afuera por mucho tiempo era extraño.

El repentino cosquilleo en mis nudillos subió hasta el dorso de mis manos e hizo que parpadeara con lentitud, pero no comprendí en que momento mi realidad se distorsiono en cuanto bajé la cabeza y reaccioné a las manchas deformes que cruzaban por mis brazos.

Paralizada en mi sitio, sacudí mis manos en el instante que mis dedos me empezaron a oscilar con parsimonia.Respiré con torpeza y emití débiles chillidos de desesperación muda. Tenía el presagio de que el corazón me saldría desde lo más profundo de la garganta, aunque eso no fuera posible.

Los latidos no dejaban de golpear mi pecho en agonía, y con el asco de la experiencia todavía remarcado en mis sentidos con tanto vigor, apreté los párpados tan fuertemente cuando todas aquellas manchas extrañas se juntaron en uno de mis dedos para enrollarse en una especie de anillo que no tardó en desaparecer.

No obstante, al abrir los ojos, me di cuenta de que no había nada en mi piel, ni siquiera alguna pequeña huella de que hubo algo. Estaba limpia, sin ningún rastro de irregularidad.

𝚂𝚖𝚎𝚝𝚑𝚕𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora