XVI

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El lugar al que había sido designada Irina fue el granero, mientras que Randall fue mandado a limpiar los baños masculinos. Pero aunque a esa hora yo debía de asistir a una junta en la sala de monjes, la cual ahora se ocupaba como sala de planificaciones, decidí acompañar a Irina y ayudarla en su trabajo.

Creí que no podía ser tan complicado atender el granero ya que no habían animales que cuidar. Tenía ese ingenuo pensamiento hasta que me tocó cargar las cajas llenas de alimento que estaban en el granero y trasladarlos hacia la Cilla, la despensa del monasterio. Aquellas cajas llenas de carne de inmateriales no tenían un peso ligero y eran varias las que necesitaba llevar de un lado a otro. Para colmo, el sol se hallaba en su punto más alto y el calor generaba un picor incomodo entre la piel.

De esa manera, di incontables trotes lentos por el área. Salía del granero, recorría parte de la plaza, entraba por la iglesia y necesitaba pasar por el Claustro para llegar a la Cilla. Pero a pesar de la larga trayectoria, nuestros minutos eran medidos y caminar a la ligera no era opción.

Cerré infinidades de veces los párpados soportando la hinchazón de mis músculos y aquel tenue malestar en mis pantorrillas que ardía a medida que avanzaban las horas. Me detenía cada vez que la respiración de mis pulmones se extinguía, y solo entonces, continuaba trotando por la prisa que nos alentaba el encargado de verificar que hiciéramos nuestra tarea sin problemas.

Debía aguantar al menos unas cuatro horas seguidas para alcanzar tan siquiera la mínima cantidad de cajas, a pesar de que no me agradaba en lo absoluto tener que demostrar que no sufría de alguna complicación cuando era bastante visible qué si lo tenia. A diferencia de mis compañeros que lo hacían con total naturalidad, yo me quedaba hasta atrás por la coacción que sofocaba los latidos de mi corazón. Descuide mi físico desde que me salí de estos suburbios, porque esos rollitos en mi cuerpo no eran nada más que la vida relajada que logré conseguir por un tiempo.

Al principio pensé que sería como el trabajo que tenía en el Taller de cárcamo, pero esto era diferente porque exigía mayor esfuerzo debido a que no eran considerados humanos y ellos suponían que yo era fuerte por naturaleza, así que llevar tres cajas de más de 80 kg al mismo tiempo era para ellos como cargar con una pluma. Pero como era de esperarse, sólo pude cargar una por una y con mucha batalla.

Irina hacía todo quejandose, pero ya había dado más vueltas y acomodado una docena de cajas a pesar de su estatura y complexión.

Sin embargo, al no estar acostumbrada a ese ritmo de labor, no sentí mis piernas en un determinado momento y para cuando quise dar otro paso, mis rodillas se fueron hacia adelante sin voluntad. Caí boca abajo al suelo en un estrepitoso ruido, y solté un grito que no duró mucho. Por suerte no acabé de salir del granero, pero la caja que llevaba impactó contra la madera del piso y la carne se infiltró en un santiamén.

Me sobé la parte adolorida y me senté sin dejar de echarme la culpa.

—Asi que eres Darlin. —la voz de una mujer se escuchó frente a mi. Su tono era senil, casi como un trémulo chasquido. —Ni siquiera puedes cargar una caja, ¿Eres tan inútil?

—¿Eh? —alce la vista y me encontré con una mujer quien tenía la cabeza rapada y unos grandes aretes que acaparaban la atención.

Su uniforme no era como el resto que tenían los que estaban en el granero, el suyo era pulcro y su perfume tenía un aroma a sándalo. Era joven, quizás unos veinte años.

—Lava este desastre. —me ordenó la mujer, mientras le ponía atención a mis expresiones. —Con esa cubeta.

Señaló la cubeta que estaba debajo de una mesa sin apartar sus ojos de mi. No tenía ni idea de quién era, pero las personas a su alrededor detuvieron sus movimientos y no alzaban la mirada hacia su dirección. Supuse que era alguien con un mayor rango, así que tuve que morderme la lengua para no contestarle. Me encontraba demasiado agotada pero no quería problemas.

𝚂𝚖𝚎𝚝𝚑𝚕𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora