VI

104 100 0
                                    

Un dolor umbral penetró todo mi cuerpo al moverme despacio hacia un lado, e hizo que dejara de respirar por unos segundos debido a la creciente punzada que comenzaba a arder por mi espina dorsal, impidiéndome inhalar o exhalar con total libertad.

Escuché unos suaves murmullos lejanos que se acercaban en un eco y recuperé la consciencia a medida que mis manos se enfriaban. Nuevamente mis párpados intentaron cerrarse, pero dispuse un gran esfuerzo en mantenerme despierta y procuré por sacudir de mi interior el estupor que me invadía.

Gimotee cuando las cosas a mi alrededor se hicieron visibles, y al querer apartar la mano que sostenía un algodón frente a mí nariz, me di cuenta que mis manos estaban apresadas en mi espalda con esposas de metal. Intenté alejarme, pero con mí falta de lucidez, no pude tan siquiera retroceder. Todo mi cuerpo estaba entumecido y cualquier movimiento brusco detenía la flexibilidad de mis huesos.

—¿Se encuentra consciente, señorita?

Me sobresalte cuando escuché hablar a un hombre; mostraba unos zapatos perfectamente pulcros y llevaba un traje formal impecable. Era alto, esquelético y pálido, de aproximadamente treinta años: de barba canosa al igual que su cabello perfectamente peinado y largo qué le llegaba a los hombros. Tenía una nariz aguileña, y unos ojos oscuros.

—Disculpe por no presentarme desde un inicio, mi nombre es Leonard Nemours. —mencionó el desconocido de la manera más educada que había oído alguna vez.

—¿Eh? —desvíe los ojos de nuevo hacia el impoluto hombre que se había erguido. Aquel que manifestaba poderío y control, pero que a su vez, trataba de darme una expresión de comprensión.

—No debe tener miedo de mí. —añadió él, tratando de darme confianza. —Se que está bastante confundida.

—¿Dónde estoy? —me atreví a preguntar, ante el ligero ardor de mi garganta.

Eché un vistazo al panorama, en el que solo me encontré rodeada de paredes grises sin señal de alguna ventana que me permitiera averiguar algo. Todo estaba casi en penumbras y era complicado analizar las cosas porque la única fuente de iluminación era el foco de arriba qué emitía una luz blanca. No entendí la razón del porqué en un simple parpadeo ya no me hallaba en el Árcade, sino en un sitio desconocido.

—Lamento mucho la confusión en el que se encuentra. —el hombre causó una pausa para permitir que tosiera con fuerza al atragantarme con mi saliva. —Usted se encuentra ahora mismo aborde de un buque.

—No... entiendo... —dije, conmocionada. —¡¿Qué quiere decir?!

—Solo será por un determinado tiempo, en lo que se aclara su situación. —añadió Leonard en cuanto me vio con los ojos llorosos.

—¿Por un tiempo? —negué con la cabeza, cada vez más asustada. —Sé ha equivocado de persona, ¡¿Cómo es qué llegué hasta aquí?!

Mi ropa que traía puesta estaba limpia, pero una palpitación instantánea debajo de mi barbilla fue suficiente para refrescarme la memoria. De pronto, varias imágenes perturbadoras se acumularon en mis recuerdos. Eran irreales, deformes, y aunque me esforzaba por mantenerme escéptica a la tragedia qué sucedió, decidí quedarme callada.

—Debes de tener un verdadero caos en la cabeza. —pronunció alguien distinto. Caminó hacia donde me encontraba y se detuvo al verme de rodillas en el suelo. —Ya que llegamos al extremo de tener que limpiar tu cuerpo sucio, pensé que jamás despertarías.

La cara de la chica expresaba una notoria concentración, pero aunque en esta ocasión tuviera su cabello amarrado en una alta coleta, la reconocí enseguida.

𝚂𝚖𝚎𝚝𝚑𝚕𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora