XIV

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En compañía de Leonard quien estaba sentado frente a mi, ambos decidimos conversar en su oficina. Tomé un sorbo del café que me sirvió, pero enseguida me arrepentí porque el líquido estaba casi hirviendo. Su escritorio estaba lleno de papeles, y aunque su oficina parecía ser impoluta desde afuera, en realidad Leonard prefería dejar sus cosas a la deriva.

Ahora que había aceptado la verdad, no tenía ningún tema de conversación por el cual discutir. Pero todavía tenía ciertas dudas sobre varías cosas. Leonard en una atmósfera de calma, no tuvo problema en mostrarse cooperativo.

—¿Ha tomado una decisión, señorita Darlin? —preguntó Leonard, y le añadió un cubo de azúcar a su taza de café.

—La he tomado. —asentí, y agregué con una débil sonrisa: —No pensé que le gustara lo dulce.

—Hay demasiado amargura en mi ser. Al menos quiero que mi café sea un consuelo. —Leonard giró una pequeña cuchara en el líquido sin dejar de mirarme. —Entonces, ¿Se quedará en el buque?

—Decidí irme. —anuncié, sin mucho entusiasmo.

Desde niña estuve mucho tiempo recibiendo ordenes que no quería hacer, lloré hasta casi ahogarme, y aún así no pude morir. La otra mitad de mis años, experimente la vida humana promedio, que se volvió tedioso. Pero estoy tan acostumbrada a lo normal, que lo desconocido me asustaba.

A pesar de que mis padres me educaron para que el temor por lo desconocido desapareciera, luego de la muerte de Jeanne todos los sentimientos qué consideraban debilidades volvieron a mí en un torbellino sin retorno.

—Asi que seguirá hacía adelante. —habló Leonard, extrañamente aliviado. —Es bueno saber que aún tiene esperanza.

—No es optimismo, es simplemente dejar que la marea me arrastre hasta que me mate o me haga despertar. —aclaré, con la vista en el reflejo de mi café. —Cualquier opción es buena.

Leonard acarició el borde de su taza con la yema de sus largos y delgados dedos, como si meditara algo con detenimiento.

—Sospechaba que no le preocupaba mucho su bienestar, pero su caso puede que sea peor de lo que imaginé. —Leonard me ofreció un cubo de azúcar, pero negué con la cabeza. —Con una edad tan joven, ¿Qué le hizo perder la motivación y pensar de tal manera?

—Nunca tuve una motivación en específico en mi vida, siempre seguí ordenes.

El nombre de Smethley era como un grillete atado alrededor del tobillo desde el momento en que nací. Hacía tiempo que dejé de pensar por mi cuenta, e incluso cuando dejé a mi familia, hundirme en trabajo y las peticiones de jefes fue mi mayor salvación. Alguien más tenía que trazar mi camino, porque si lo hacía por mi cuenta, sabía muy bien que nunca encontraría la manera de avanzar.

—Las situaciones muchas veces se invierten. —explicó Leonard, llevando su taza caliente a sus labios, y prosiguió: —Durante toda mi vida fui criado para gobernar. Pero llegó alguien más joven, más fuerte, y no tuve otro remedio que obedecer, aún cuando jamás habría imaginado alguien por encima de mis capacidades.

—No me molestan las cosas como están. —musité, tan despacio para que no lo oyera, pero mis palabras alcanzaron sus oídos.

—Por ahora no. Usted se encuentra en este sitio, dónde hay tranquilidad y todos somos del mismo rango: un grupo de exiliados que aunque no se lleven mutuamente, al menos comparten una cosa en común. —Leonard me miró fijamente. —Pero a dónde usted irá, habrán personas que resaltarán y sus fortalezas la harán darse cuenta que en la vida no todo es obedecer.

—No tiene que temer a que cambie, si eso es lo que le preocupa. —solte entre risas nerviosas.

Hubo un incómodo silencio, en lo que la tensión me hizo beber mi amarga taza de café. Después de unos segundos, Leonard se levantó del asiento y se acercó a la ventana de la oficina. Las mangas largas de su traje estaban hasta sus codos, por lo que podía entrever las venas de sus brazos.

𝚂𝚖𝚎𝚝𝚑𝚕𝚎𝚢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora