CAPÍTULO 2: LA CAPA OSCURA.

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            En medio de la noche se despertó el jerbo, un poco adolorido de sus enormes orejas por tan fuerte ruido que recibieron horas atrás. Reinaba un silencio sepulcral en el bosque y la oscuridad de los árboles, hacía que todo se viera aterrador. Tairis miró para todos lados para ver a su compañera ardilla y al encontrarla, se acercó rápidamente y la despertó. Estaban agachados, sin meter ni un solo ruido, los demás habitantes del grupo seguían inconscientes en el suelo del bosque, rodeados de ramas, plantas y tierra. El jerbo se acercó a Atep para que esta lo abrazara con su cola por unos segundos, paró bien las orejas para intentar escuchar hasta el más mínimo sonido. Nada se escuchó. Caminaron despacio para despertar al castor con el que habían estado hablando, este se levantó enseguida totalmente asustado.

—Señor castor ¿está bien? —le preguntó Atep casi susurrando.

—Sí, claro que estoy bien, solo un poco asustado, jamás había pasado algo así en este bosque, estoy totalmente seguro que es obra de un brujo oscuro —dijo con voz alta y mirando con sus ojos para un costado.

—¿Un brujo? —preguntó asombrado el jerbo, mirando de inmediato a la ardilla.

—Sí, castores de tiempos antiguos decían que algún día podrían invadirnos los señores musarañas, nunca pensé que se pudiera hacer realidad, pero estos señores casi en su totalidad son brujos.

Tairis estaba con una expresión de mucho miedo, como si jamás en su vida hubiese escuchado la palabra brujo. Caminaron hacia los miembros de la multitud y se dieron cuenta que el par de jerbos adultos, tenían sus enormes orejas cortadas de raíz. Fue una imagen horrenda que Tairis tuvo que ver sin querer, e involuntariamente agachó las suyas para atrás. Evidentemente estaban muertos, con una expresión en el rostro de haber sentido mucho dolor. La ardilla y el jerbo se apartaron un poco, Tairis más aterrado aún y con ganas de vomitar. El castor comenzó lentamente a despertar a los otros castores tirados en el pasto, pero ninguno se despertó, estaban vivos, pero era como si estuvieran bajo un hechizo para no reaccionar.

El bosque era espeso, pero donde estaban ellos no era muy lejos de su borde. Además que un camino principal cruzaba por ahí, uniendo el pueblo Camb de los castores con el pueblo Ive del reino de los cobayas. Un frío viento le doblaba levemente los bigotes al jerbo y un olor dulce inundaba el sector. Quiso acercarse al lugar dónde hace algunas horas había visto desaparecer la silueta, para eso agarró la mano de la ardilla y avanzó. El castor al ver hasta dónde se estaban dirigiendo, aceleró el paso y los detuvo, con la excusa que lo ayudaran a despertar a los habitantes durmientes. A Atep le pareció muy rara la acción del castor.

—¿Eres de por acá? —preguntó Atep al castor—. ¿Cuál es tu nombre?

—Sí, sí, soy de Camb, siempre he venido a este bosque a explorar. Me llamo Gat.

Después de esta respuesta, Atep envolvió nuevamente con su cola a su compañero jerbo y lo volvió a apartar de la escena y le dijo que algo andaba mal con aquel castor, pues era el único, junto con ellos, que estaba lúcido y que actuaba de manera muy rara. Tairis la miraba con grandes ojos y asintiendo con la cabeza, esto lo llevó a querer saber más, así que fue decidido a preguntarle más cosas, para sacarle información y para sorprender a su pareja.

—Tú andas en algo raro, ¡dime ya qué está pasando!

—No sé nada, solo sé lo mismo que ustedes...

Al terminar de responder, un resplandor verde apareció a la izquierda de los tres y de entre un velo de humo, apareció caminando lentamente una musaraña, era el brujo y los quedó mirando fijamente con una sonrisa maquiavélica. Tairis se arrimó a Atep al instante, el castor solo miró al suelo, queriendo evitar cualquier contacto visual con el señor del reino del otro lado del océano.

—Muy buen trabajo Gat —dijo el brujo mirando fijamente al castor.

El jerbo y la ardilla lo miraron inmediatamente, con un gesto de enojo pero a la vez con un miedo profundo, porque no sabían lo que les podía hacer la musaraña.

—Gracias por traerme a todos estos habitantes, mi plan va a la perfección.

—¿Cómo puedes estar aquí? Tú eres del otro lado del mar, se supone que no deberías poder venir jamás —lo encaró Atep.

—No te metas en asuntos que no te corresponden amiga, por el momento nada te ocurrirá, pero comienza a temer.

—¡No le hables así!, si la amenazas te metes conmigo y con todos los de mi pueblo —acotó el jerbo, tomando todo el valor que pudo sacar.

La capa oscura del señor musaraña se movía de un lado a otro, no le dejaba ver el rostro y el cuerpo del todo. Era una capa que se notaba pesada, como si dentro tuviera un sinfín de artefactos y cosas mágicas. El jerbo no le podía sacar la vista de encima, estaba asombrado de ver a aquel ser y a la vez asustado de que le pudiera suceder algo peor. La capa oscura se levantó desde abajo hacia arriba, como si la parte más ancha estuviera agarrada con hilos invisibles y alguien la levantara desde la rama del árbol más cercano. Al hacer eso la luz verde volvió a brotar y el humo apareció. El señor musaraña se empezó a desvanecer, sin antes hacer desaparecer al castor Gat con un movimiento de su mano y a toda la multitud, excepto al par de jerbos asesinados, y dijo:

—Avísenle a todo su mundo que lo peor ya viene —se esfumó y el olor dulce del ambiente se acabó.

Leyendas de RodentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora