CAPÍTULO 6: SORPRESA.

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Aún no salían los primeros rayos de luz del día cuando llegó a la entrada de Sires, esta se veía de lejos por un gran cartel de bienvenida ubicado en el camino que provenía de Reac. Estaba con el corazón en la boca, logró llegar bien aunque con algunos raspones en las patas por pasar entre un sector de espinas. La botella con el pergamino descansaban en su bolso, un hambre gigante se apoderaba de él, jamás pensó demorar tanto en llagar y menos pasar la noche en el bosque.

Era muy temprano en la mañana, una leve neblina adornaba las calles del pueblo. No había nadie en las calles, estaban todos en sus viviendas aún, ya que no era la hora de levantarse y estaba muy frío. El jerbo caminó mucho, doblando por algunas calles, se sorprendió de los adornos que colgaban de todas partes, de árboles, de postes de luz y de casas. Pensó en que tuvieron una celebración pero que no se había enterado. También se sorprendió de los carteles pegados en algunas paredes y muros, eran de castores desaparecidos. Se acercó a un cartel y pudo reconocer a uno de ellos. Era uno de los que ayudaba a buscar al niño jerbo en el bosque castor y que fue llevado por el señor musaraña. Sintió un escalofrío que lo recorrió entero.

Ya con muchas ganas de comer, llegó al fin a casa de Prisma, su amigo cobaya de años. No se atrevía a llamarlo para que saliera, porque no quería despertar a nadie cercano, ni que se molestara. Estuvo parado afuera un rato, pero se aburrió y entró sin hacer tanto problema. Se dirigió lentamente al lecho de Prisma y lo asustó poniendo su cola en el rostro del cobaya. Este estornudó con fuerza y abrió los ojos, sorprendiéndose de Tairis que reía muy bajo para sus adentros.

—¿Cómo estás viejo amigo? —dijo el jerbo aún con una sonrisa.

—Muy bien, me has dado un buen susto.

—Tengo muchísimas cosas que decirte amigo Prisma.

Jerbo y cobaya conversaron toda la mañana. Pasearon por el patio del hogar, comieron, se sentaron, volvieron a entrar. Tairis le contó con lujo y detalles todo lo que había pasado en los últimos días, estaba muy preocupado de que Prisma entendiera todo porque necesitaba su ayuda. El cobaya estaba tranquilo escuchando, pensando que el jerbo exageraba, como lo hacía siempre. Hasta que Tairis sacó la botella con el pergamino de su bolso, el amigo cambió su actitud, se echó hacia adelante y abrió más los ojos. No dudó, su rostro cambió y se preocupó. El jerbo trataba de leerlo despacio, pero inconscientemente aceleraba las palabras y las repetía una y otra vez.

Al rato quisieron despejarse, pero no olvidar la situación, sino que descansar la mente un momento. Ya había habitantes por las calles del pueblo, moviéndose para todas partes, preparándose para lo que iba a ocurrir en la tarde. Tairis empezó a sentirse un poco nervioso así que le pregunto a su amigo qué es lo que estaba pasando, Prisma le contó sobre el evento de la reunión entre los dos reinos que se iba a desarrollar en algunas horas más y que todo o casi todo el pueblo estaba ayudando en adornar las calles y en los preparativos del lugar de la ceremonia.

El día seguía muy nublado y con algo de niebla, un frío viento recorría las calles y el bullicio de las pisadas, los murmullos y de una música, llenaban el ambiente. Ya habiendo caminado harto por diferentes partes del pueblo, haber vuelto al hogar del joven cobaya y saliendo nuevamente después de descansar, el jerbo escucha una voz familiar. Se detuvo y paró las orejas. Escuchó la voz de su amada cerca de dónde estaba, pero su primer pensamiento fue que solo era su imaginación, pero unos segundos después escuchó más claramente y corrió. Al avanzar unos metros, llegó a una esquina y giró y se encontró de frente a Atep, que permanecía reunida con un grupo de cobayas y algunos jerbos, que conversaban y reían todos juntos. Tairis comenzó a avanzar muy lentamente hacia el grupo sacando a flote su característica timidez. Prisma que estaba mirando hacia otro lado, quedó hablando solo y no se percató que el jerbo lo había dejado. En un momento Atep levantó la mirada y como era la más alta del grupo, vio a su amado jerbo dando saltitos para arrimarse a ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y salió de su lugar, avanzó velozmente los metros que los deparaban y abrazó a Tairis, rodeándolo con su cola y frotando su cabeza con la de él.

Todos los habitantes quedaron impactados, a nadie se le hubiese ocurrido un romance entre ardilla y jerbo. Prisma metros más atrás volteó y se dio cuenta que su amigo se estaba arrimando a una ardilla y pensó que ésta lo estaba atacando, así que corrió a su rescate gritando un ridículo grito de espanto, pensando que con eso la podría apartar. La pareja se giró asustada y vieron al cobaya venir casi a su lado, hasta que Tairis lo detuvo de golpe.

—¿Qué haces Prisma?, ella es Atep, mi prometida —el cobaya se sintió inmediatamente estúpido al haberse acercado así.

—Hola, que tal —dijo Prisma mirando el suelo.

—Hola, ¿eres amigo de Tairis?

—Sí, él es mi amigo y vive acá en Sires —muy animadamente dijo el jerbo.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien... —Prisma no quería levantar la vista, porque se sentía intimidado de cierta forma y por la situación embarazosa en la que él mismo se había metido.

—Vine hasta acá Atep a visitar a mi amigo, le he contado un poco sobre lo que nos pasó. Antes estuve en un evento en el reino de las tamias, fui con mi padre y después corté camino por un bosque y encontré algo.... —Tairis se detuvo de hablar y bajó la voz— mejor te lo cuento más en privado... Prisma, vamos a tu hogar.

Leyendas de RodentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora