Preludio I - Fragmento 3 de 3

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Ireeyi, desconcertado en un primer momento por el desafío, no puedo evitar soltar una sonora carcajada que sacudió su cuerpo igual que un temblor.

—¡No esperaba menos de ti! —exclamó.

Con un rápido movimiento, lanzó al sorprendido Kert de espaldas sobre la blanda cama. Trató de incorporarse, pero Ireeyi le retuvo sentándose a horcajadas sobre su estómago.

—Se terminaron ya los miramientos...

—¡Un momento! —exigió Kert. Ayudándose de los codos, se irguió lo suficiente como para poder acercar su rostro al del Capitán—. ¿Cumpliréis vuestra promesa?

—Siempre cumplo.

—¿Seré libre?

—Únicamente cuando esta noche termine —susurró con la voz envarada.

—¿Y mis compañeros? ¿Serán libres ellos también?

Ireeyi emitió un bufido de impaciencia.

—Un polvo contigo no vale lo que me van a pagar por esos hombres, muchacho. —Su expresión se tornó despiadada—.  Preocúpate por tu pellejo, nadie más lo hará.

Kert se dejó caer de nuevo sobre la cama y cerró con fuerza los ojos.

«Una sola noche», pensó.

Unas horas y todo habría acabado. Unas pocas horas de su existencia en las que forzaría a su mente a vagar, a huir de aquel lugar. Un tiempo suspendido en la nada en el que su cuerpo sería un recipiente vacío y abandonado. ¿Pero cómo reducir su cuerpo a un frígido trozo de carne cuando aún advertía en la boca el reciente beso de Ireeyi quemándole como ascuas, la huella ardiente de sus dedos atenazándole la cintura, la voz acariciadora derramándose por su cuello? Abrió los ojos y le vio inclinado sobre él, con los cabellos formando una cortina plateada alrededor de su bronceado rostro; la mirada empañada, los labios mojados y entreabiertos. Sintió que de nuevo aquellos ojos le aturdían y que sus mejillas se prendían como las de una doncella. ¿Por qué? ¿Por qué aquel pervertido le confundía de esa forma? ¿Por qué tenía que ser tan hermoso? Una oleada de calor se extendió por todo su cuerpo, provocándole una punzada en la entrepierna. Estupefacto, trató de dominar lo que sabía era imparable, apagar el fuego que nacía en lo más profundo de su mente, detener la sangre desbocada, las dolorosas palpitaciones de su ingle.

—¡No! —gritó, pretendiendo incorporarse.

Pero los grilletes y las fuertes piernas alrededor de su cintura no le permitieron moverse.

Las manos de Ireeyi asieron el cuello de su camisa y con una ruda sacudida la rasgaron de arriba a abajo; el torso del joven, que subía y bajaba impulsado por su respiración entrecortada, quedó al descubierto. El Capitán alargó los dedos y jugueteó con los pezones, rojizos y pequeños.

—¡Por favor...! —gimió Kert, al notar cómo el sensual contacto los endurecía.

Ireeyi se inclinó sobre aquel suave pecho, ocultándolo del mundo con sus largos cabellos.

—Por favor, ¿qué? —preguntó mientras su lengua jugueteaba con los pezones.

Sus manos exploraron el desnudo torso; envolvieron de caricias la cintura estrecha y recia, las regias nalgas, los muslos torneados, y como una sombra furtiva se deslizaron entre la piel y el pantalón allí donde la cadera se enterraba entre tibios rizos.

—¡Alto! —gritó Kert, curvando la espalda en un ángulo casi imposible—. ¡Por los dioses, parad!

Ireeyi le rodeó la espalda con su brazo y le incorporó sin dejar de acariciarle la entrepierna.

Océanos de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora