Había perdido la noción del tiempo.
Tras la marcha de Ireeyi se había derrumbado sobre la cubierta, y entonces el mundo a su alrededor se difuminó, convirtiéndose en una borrosa mancha de colores marchitos donde formas humanas iban y venían sin aparente destino, mientras las horas se desgranaban al compás de voces agotadas y llantos contenidos.
Levantó la cabeza y vio suspendida sobre el barco una luna blanquecina y menguante, rodeada de un firmamento estrellado. La nave estaba sumida en blandas sombras, dispersas en parte por la luz que derramaban dos fanales a cada lado del piloto, en el castillo de popa, y los que colgaban de los palos. Una brisa leve hacía chocar entre sí los aparejos al tiempo que el oleaje contra el casco arrancaba al navío susurrados lamentos. A su alrededor había numerosos cuerpos encogidos que parecían dormitar, y al otro lado, a babor, dos centinelas apoyados en la borda fumaban en silencio.
Le dolían las muñecas, sentía entumecidos los brazos encadenados a la espalda y la frialdad de la noche filtrándose cruelmente hasta los huesos como una afilada daga. Pero no era el dolor ni la incomodidad lo que no le dejaba dormir, tampoco el miedo por su sombrío futuro. Pensaba en el Capitán. No conseguía apartarlo de su mente, una y otra vez volvía a verlo allí, en la popa, con su regia figura, su rostro hermoso e impertérrito y su turbadora mirada, y cuando eso sucedía una confusa mezcolanza de emociones se apoderaba de él. Aquel hombre que le condenaba a la esclavitud le inducía un enorme temor, pero al mismo tiempo despertaba en él una inusitada atracción que no lograba definir.
Se escuchó un murmullo de gemidos entrecortados; alguien se agitaba en el indefinido amasijo de cuerpos del que formaba parte. Los gemidos crecieron en intensidad, se convirtieron en lamentos, en súplicas confusas. El pobre desgraciado tenía una pesadilla. Algunas cabezas se alzaron y la inquietud recorrió el grupo. Uno de los centinelas se les acercó, farfullando. Pateó indiscriminadamente a unos cuantos hasta que dio con el que emitía los lamentos, a ese le asestó un puntapié en la mandíbula que le dejó inconsciente.
—¡A callar, escoria! —bramó.
Hubo leves murmullos y el sonido de cuerpos removiéndose, y de nuevo reinó el silencio.
Kert inclinó la cabeza y cerró los ojos, apesadumbrado. Todo lo que estaba sucediendo era una locura horrible; ¿por qué la tripulación del Escualo, hombres honrados y trabajadores, había tenido que terminar en aquella penosa situación? Luchar a muerte contra unos salvajes piratas, decidir entre la vida o la esclavitud, ¿por qué? ¿Porque el armador no había querido pagar una escolta? ¿Porque en el palo mayor, junto a las demás insignias zunias, ondeaba la del clan Oren? ¿Porque habían tenido la mala suerte de cruzarse en una guerra no declarada entre el Demonio Blanco y los dos clanes selabios?
Muchos, en los Reinos Marino de Quart, odiaban y temían por igual a Oren y Mayanta, y sobraban motivos para ello. Amparados por el reino de Selabia, uno de los cuatro más extensos y poderosos de Quart y del que eran clanes destacados por ostentar el control absoluto sobre el comercio y la armada del país, llevaban años ejerciendo impunemente al sur del continente de Parvilian una violenta campaña de abuso y destrucción. Asaltaban islas y masacraban a sus habitantes, esclavizando a los supervivientes. Extorsionaban y sobornaban, conspiraban con unos y otros buscando monopolizar el comercio. Urdían traiciones y patrocinaban asesinatos para hacer caer gobernantes poco colaboradores. Y todo en las narices de los reinos de Quart, que por desidia, temor, porque les sobraba con sus propios problemas o esperaban sacar provecho de la situación, preferían mirar hacia otro lado, aunque las victimas inocentes resultaran ser sus propios súbditos.
Sí, Kert sabía bien que aquellos selabios merecían un castigo, que alguien ejerciera justicia contra ellos, y si ese alguien tenía que ser un pirata, que lo fuera. Pero, ¿por qué implicar a inocentes? ¿Por qué personas como los miembros de la tripulación del Escualo, como él mismo, tenían que expiar los pecados de otros con los que ni siquiera simpatizaban? ¿O es que acaso, ese hombre, ese Capitán Ireeyi, tenía razón al decir que era su obligación haber elegido mejor? ¿Realmente, al trabajar para los clanes, estaban de alguna manera indirecta auspiciando sus fechorías? Tal vez si nadie colaborara con ellos, si unos y otros les dieran la espalda, si la mayoría hiciera una mejor elección, tal vez...
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Océanos de sangre
RomansaSinopsis: Kert es un joven marinero, ingenuo, idealista, generoso, embarcado en la goleta Escualo. El Capitán Ireeyi, un pirata despiadado, entregado en cuerpo y alma a una venganza por la que ha jurado morir, se cruza en su camino tras un cruento a...