6. EL PALACIO DE LAS BRUJAS

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—¡Las manos a la cabeza! —exclamó el inquisidor con gran potencia, amenazándonos con un arma larga que parecía de gran calibre. Como pudimos, hicimos lo que el inquisidor nos mandó—. ¡Ahora díganme para quién trabajan, criminales, y quién es su líder! —El hombre era alto, de algunos treinta o cuarenta y tantos años, calvo y corpulento; además llevaba una túnica negra de tela de sarga que casi ocultaba las botas de cuero que calzaba. Yo me sentía aturdida, y, aún así, como pude miré a mi alrededor para descubrir cuántos le acompañaban al hombre. Pero no había nadie más con él, estaba actuando en solitario—. ¡Repito; digan para qué organización satánica trabajan! ¡Puedo sentir el aura que poseen, y esta me revela que son portadores de poder sobrehumano! ¡Si no hablan en cinco segundos... van a padecer...!

Y dicho esto, un ensordecedor estallido golpeó el pecho del inquisidor, tras lo cual salió disparado metros hacia atrás. Apareció el Grígori Real girando en torno a nosotros, agitando sus alas con violencia.

—¡Putas, putas, putas! ¿Qué es eso? —gritó Rigo, poniéndose delante de nosotros y bajando las manos.

El círculo de fuego había desaparecido a nuestro alrededor, y con ello volvió mi estabilidad corporal.

—¡Es Zaius! —grité conmocionada, mirándolo volar sobre nosotros, pero muchos metros arriba.

Todos los presentes quedaron anonadados. Desde las alturas, el ángel seguía agitando sus alas plateadas, pero apenas oyó su nombre desde mi boca, él se volvió hasta mí y me observó con ardiente atención.

—¡Huye! ¡Huye! —le exigí con angustia.

—¡Hamen, Dominum Termillenti! —exclamó el inquisidor cuando se incorporó, intentado golpear a mi ángel con un conjuro de muerte fulminante que escapó de sus manos con un tronido ensordecedor—. ¡Hamen, Dominum...!

Pero ni siquiera terminó de culminar su conjuro cuando Zaius volvió a lanzarlo por los aires con otro destello plateado que chocó esta vez contra su cabeza.

—¡Vámonos, muchachos, vámonos! —bramó Ramsés con urgencia, dirigiéndose a la camioneta negra—. ¡Zaius lo está distrayendo!

Deduje que Zaius no intentaba asesinar al inquisidor, sino retenerlo para que nosotros pudiéramos escapar. Entendí que su naturaleza le impedía matar a nadie. Sin embargo, yo no podía con la angustia al saberlo en peligro, sobre todo cuando el inquisidor volvió a levantarse y, en lugar de evocar conjuros corporales, elevó su metralleta y la accionó sobre mi ángel.

—¡Zaius! ¡Mi ángel! ¡Huye! —lloré aterrorizada cuando oí las espantosas detonaciones de la metralleta.

Zaius destelló intermitentemente en los aires, como si de repente desapareciera y apareciera en el cielo. Un cántico angelical volvió a oírse por los aires al cabo que su cuerpo resplandecía más que antes. Yo no sabía si sus amplias alas platinadas eran de verdad o solamente el reflejo de los destellos de su aura.

Ric me recogió del brazo y me arrastró hasta la camioneta, protegiéndome de los destellos con su propio cuerpo.

—¡A juzgar por las explosiones y el ahumadero renegrido, las balas del arma del inquisidor están cargadas con fuego negro! —dijo Ramsés cuando se posicionó en el volante, quitando los restos de vidrios rotos de su asiento. Ric me metió casi arrastras al vehículo tras dejarlo limpio de cristalitos, en tanto yo continuaba gritando el nombre del Zaius—. ¡Solamente necesita rozarnos con una bala de fuego negro para hacernos estallar en millones de fragmentos!

—¡Qué alentador! —lo acusó Estrella, que tenía la cara pálida y su cabellera rubia hecha una maraña—. A ver si el inquisidor mejor se mete esa bala en el cul...

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ÁNGELES CAÍDOS (LIBRO II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora