Capítulo 1: La prueba

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El sol brilla en el cielo, incansable y resplandecientemente. Una serie de aves lo cruzan en este momento, anunciando la llegada de la estación más calurosa del año mientras serpentean con sus potentes alas entre las blancas nubes. Creo que en un día como este puede pasar de todo, que todo puede salir bien.

Me alejo de la ventana y corro hacia la cocina para tomar mi típico desayuno de desde que tengo uso de razón: un tazón de leche con cereales. Cuando entro dispuesta a prepararlo me percato de que ya está servido sobre la mesa de la cocina, todavía desprendiendo humo, lo que significa que es reciente. Estos días han sido todos de este modo, mi madre ha estado más pendientes de mí que de costumbre, mi hermano no ha hecho ninguna broma sarcástica sobre mi forma de vestir o mis temas para hablar, sino todo lo contrario, han estado pendientes de mí en todo momento, ayudándome a lavarme los dientes incluso, como si fuera un bebé. Pero yo conozco la razón de este comportamiento: temen que pierda el control.

Suelo ser muy impulsiva, tanto en lo bueno como en lo malo, y cometo errores, grandes errores de los que luego tengo que acarrear con las consecuencias toda mi vida, incluso. Por eso mi familia trata que haya un ambiente tranquilo, porque ahora estoy viviendo en una burbuja, una burbuja que temo explotar porque no quiero que el sueño se acabe, quiero seguir dormida y que haya más y más sueños, más oportunidades. Pero, de momento, solo tengo uno, un sueño, una oportunidad, y no pienso dejarla marchar.

Cojo el tazón con ambas manos y me lo llevo a los labios, mientras que le soplo un poco. Sigue estando tan bueno como siempre, pero los nervios me hacen toser, por lo que parte de él abandona mi boca. Inmediatamente, mi madre está ahí, cerca mía, dándome palmadas en la espalda.

—Jamie, ¿estás bien? —me pregunta mi madre, sin parar de darme palmadas, incluso cuando ya he dejado de toser.

—Sí, mamá —le contesto, para tranquilizarla—, no ha sido nada, solo los nervios de nuevo. Siento haberte asustado.

Mi madre deja de darme palmadas en la espalda, pero no se separa de mí.

—Bien —comienza mi madre, sin saber muy bien por donde continuar. La relación con ella nunca ha sido muy cercana, siempre me he llevado mejor con mi padre. Hubo algo que marcó eso, algo que no sé si todavía estoy dispuesta a revelar. Además, el favorito de mi madre siempre ha sido mi hermano, Justin—, el coche estará preparado en diez minutos, baja cuando estés lista. 

Le hago una señal con la mano para que se marche mientras termino el tazón. Seguidamente, me levanto de la silla y me dirijo a mi cuarto, concretamente a mi armario, en busca de algo que ponerme.

Tengo una habitación bonita, de suelo de moqueta marrón y paredes amarillo pálido, aunque a penas se nota, ya que está repleta de posters de mis grupos favoritos y películas favoritas que impiden que se vea. También tengo un escritorio de cristal, un par de estanterías, mi cama de sábanas con flores y mi armario blanco. Lo abro de los dos pomos, en busca de algo adecuado.

Después de crear un montón de ropa sobre mi cama, encontré algo que me podría servir: un vestido blanco con mangas de encaje que llevé a la graduación de mi hermano hace dos años. Lo conjunto con unas sandalias plateadas y tomo un bolso del mismo color. Seguidamente, avanzo hacia en baño en busca del peine para poder dejar mi pelo lo más aceptable posible. Ondas rubias nublan mis ojos, pero las aparto rápidamente. Comienzo a peinarme lentamente, deslizando el peine de modo que todo quede sin enredos, pero, rápidamente, el peine corre por mis cabellos sin cesar, ya que los nervios gobiernan mi cuerpo en este instante.

—Jamie, trata de ir más despacio si no quieres quedarte calva —se burla Justin, apareciendo en el espejo, de repente.

—Ja ja ja, mira lo que me río de tus bobadas —le digo, sacándole el dedo central al espejo.

El Mundo tras las Cámaras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora