Es verdad que yo me hice famosa por portación de artículo mágico. O sea, mi espejito. De esto que voy a contar hace ya mucho tiempo, cuando Blancanieves era una niñita que se entretenía enseñándole a golpear a los buitres y otras avecillas del bosque.
Al espejito lo compré en un anticuario donde entré a pasar el rato. Era domingo, estaba aburrida, ya me había pasado la crema de tortuga para el rostro, la crema de pepino para el cuello y la crema de zanahoria para los tobillo (tengo la piel de los tobillos muy áspera). El espejo mágico estaba entre un perchero zaparratroso y un paraguas apolillado. Cuando pasé a su lado él silbó:
_ ¡Ay, caray!
Pensé que había sido el buhonero; así que ya estaba dispuesta a gritarle cuatro frescas por atreverse a hacerse el vivo con una clienta, cuando vuelvo a oír:
_ Aquí abajito, Reina.
Miro y veo al Espejito. En ese entonces él era casi un niño, tenía el tamaño de un espejo de cartera.
_ Asómate, asómate.
Lo alcé y me miré en él.
_¡Ay, qué sorprendente! Lo digo con total modestia, pero ¡qué bella soy!
_ Madrastra _dijo él_, no hay nadie en todo este reino tan hermosa como tú.
_ Qué novedad _suspiré.
_ Cómpreme y podré servirte de test. Siempre podré decirte si hay otra má bella que tú.
_ Lo dudo...
_ Sí, sí, sí, te lo digo, sí. ¡Te lo digo, te lo digo!
_ Dudo que llegue a haber otra más bella que yo.
_ Te lo digo igual, ¡te lo digo!
El Espejito Mágico era un pesado. Nada de cortesía, de buenos modales, reverencias, súplicas, lágrimas, etcétera. Los electrodomésticos ya no son lo que eran. Ahí mismo, el espejo se pone a gritar:
_ ¡Me está arañando con sus uñotas largas! ¡Me está arañando! ¡Auxilio, auxiiiiilio!
En eso viene el anticuario, un viejo horrible de dientes verdes y una barba larga que se pisaba al andar.
_ ¡Ah, ah, ah! _chillo_. Este artículo tiene un arañazo...
_ Yo no lo arañé _protesté
_ Acá, el que arruina la mercadería debe comprarla.
_ Pero yo no quiero un espejo parlanchín, señor mío. Además ni siquiera lo toque...
_ ¡Miente, miente, dueño! ¡me araño con toda maldad! ¡Me clavó una espina en el corazón!
_ Ochocientos pesos.
_ ¿Cómo dice? _pregunté un poco alterada, pero cuidando de no enojarme porque después se me arruga el entrecejo.
_ Tiene que pagar ochocientos pesos y llevarse el trasto este.
_ No sé si quiero irme con ella, dueño. Mire la cara que tiene.
_ ¿Qué quieres decir, pajarraco de cristal? _le pregunté ya otro poquito más alterada.
_ Mire, tiene cara de bruja, de ogresa, de rompevidrios. ¡¡No me deje ir, dueño mío!! ¡¡No me deje ir con esta malvada!! ¡¡Nooooo!!
El viejo horrible, que por lo visto ya no aguantaba más al Espejito, lo envolvió en un papel celofán entre ayes y gritos y lo ató con un piolín.
_ Bueno, señora. Le da de comer lavavajillas con una pizca de licor de mandarina dos veces al día. A él le gusts mucho la conversación, es muy conversador. Pero si usted se cansa, le pone un paño negro encima y él cree que es de noche y se duerme. Es un poco tonto, no entiende del reporte meteorológico. Igual, es buenito el Espejito. Tiene un buen corazón de vidrio... ¡¡¡u la capacidad de destrozarle la paciencia a todo el que se mira en él!!! Buenos días, buenas noches, señors, que le vaya bien.
Así diciendo, el viejo horrible me empujó fuers del negoció con el Espejito empaquetado. Bajó la persiana del local y puso un cartel:
(Nota: Timburchín no figura en el mapa.)
Pude oír cómo se reía: unas carcajadas llenas de malicia que me hicieron correr frío por la espalda. Había logrado deshacerse del cacharro este.
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Habla La Madrastra - Patricia Suárez
HumorTal como le pasa al Lobo de la historia de Caperucita Roja, las madrastras de los cuentos son personajes incomprendidos y maltratados, a los que se designa con falsas acusaciones. Hoy, aquí, habla la madrastra de Blancanieves, para restificar su his...