Otro caso terrible de injusticia con las madrastras es la historia de Cenicienta, esa chica tan buena, maniática por la limpieza y a quien, por sobre todo, le gustaba golpearse el pecho y gemir: "Ay pore de mí, pobre de mí". Es más, casi nadie la llamaba Cenicienta: todos en el reino le decían "Pobre-de-Mí".
Según el cuento, la madrastra tenía dos hijas feísimas que vivían maltratando a Cenicienta. Obviamente, las hermanastras sí era feísimas. Ya les expliqué a ustedes que a dos cuadras a la redonda del cosmos no hay nadie que tenga ni pizca de mi belleza bellísima. La madrastra, cuyo nombre es Shirley Sharon Sheryl pero todos llaman "Tacha", no solo es amiga mía personal, sino que tiene una academia de danzas a la que durante un tiempo concurrí. Enseña a bailar cha cha chá y merengue. Está llena de alumnas y debo decir que su enseñanza es excelente y que hasta yo he ido a bailar los viernes a la noche, deslumbrando a cuanto alumno patadura iba a aprender y a toda una multitud de admiradores.
En la historia no se comenta que la madrastra de Pobre-de-Mí era bailarina. Por pura maldad, claro está. Aquí es donde la historia miente. La madrastra nunca le prohibió a Cenicienta acudir al baile de palacio que daba el príncipe para encontrar novia.
El príncipe era un estupendo candidato, pero padecía de halitosis, lo que en el lenguaje del vulgo se dice "mal aliento". Por eso ninguna doncella quería acercarse a él al menos de medio metro. ¡Y ni hablemos de besarlo! Ante la sola idea de darle un beso a un tipo que tenía en el paladar olor a buitre y perro muerto, ¡las doncellas emigraban del país!
Según los rumores, el príncipe ya había pedido los servicios de una agencia matrimonial, donde no consiguió ser satisfecho. Por supuesto, habría sido más simple que encontrara novia si hubiera puesto voluntad en lavarse los dientes tres veces por día con dentífrico sabor mentol, pero ya se sabe que los príncipes son unos cabezas duras. También había puesto un aviso clasificado en La Gaceta de la Testa con Corona con la leyenda:
Como nadie respondió el aviso, directamente se suscribió a dos páginas de Internet para gente con el corazón roto y que busca nuevas compañias. El apodo del príncipe era: "SOYAZUL". Pero tampoco de esta manera consiguió ninguna novia, así que no le quedó más que el viejo recurso de convocar anun baile de palacio.
Cuando la madrastra, es decir mi amiga íntima Tacha, vio a Pobre-de-Mí con esa cara de galleta cruda suplicar por ir al baile, accedió al instante.
_ Si le digo que no vaya, le rompo el corazón _ne dijo con confianza.
Los cierto es que Cenicienta, tanto encerar y lustrar pisos, tanto hacer equilibrio para quitar con el plumero las telarañas del techo, había perdido toda la gracia para bailar. La madrastra, por pura piedad y para que la muchacha no pasara vergüenza, le enseño unos pasos.
Primero le enseño el "baile de la escoba". La chica era un desastre. Después, el "baile de la silla". Ni que hablar: las hermanastras le sacaban el lugar a la primera vuelta. Dedesperada porque Pobre-de-Mí no hiciera el ridículo, Tacha le enseño los ritmos de moda; el "gavilán pollero" _para el cual había que abrir y cerrar los brazos bien rápido y mover el cogote hacia atrás y hacia adelante _, el "baile del ballenato" _bastante sencillo y en el cual sólo había que tirársele encima con todo el peso a quien estuviera al lado de uno _y el "baile de la araña pollito" (o "araña pollito dance").
La madrastra pasó noches en vela enseñandole la danza, pero, cada vez que fracasaba, Cenicienta se abrazaba al escobillón y lloraba lágrimas amargas que recogía luegl en un frasquito y guardaba para abrillantar metales.
Con mucho esfuerzo, Pobre-de-Mí logró aprender los pasos del "araña pollito dance". Sacudía un bracito, sacudía el otro, sacudía una pierna, sacudí otra. Un miembro por vez.
El día del baile, un ropavejero le consiguió a Cenicienta un vestidito para esa noche y la madrastra la mandó en taxi hasta el palacio.
No puedo decir aquí, en honor a la verdad, que Cenicienta estaba preciosa. Ya saben que es imposible que la muchacha tuviera una belleza superior a la mía. Si tengo que admitir que Tacha hizo esfuerzos sobrehimanos y logró quitarle los artículos de limpieza que ella se empeñaba a toda costa en llevar al baile. Decía que el balde y la palangana eran su amuleto de la buena suerte, pobrecita.
Ya en el baile, como únicamente portaba una escobita con su correspondiente palita, cada vez que se paraba cerca de alguien que fumaba, aprobechaba para barrer la ceniza desperdigada por el piso.
No tardó en llamar la atención del príncipe; no por su belleza _como cuantan por ahí_, sino por su extraña conducta. El príncipe se acercó a ella con verdadera curiosidad y, embebido de amor y de dos copitas de sidra que le habían quitado momentáneamente el mal aliento, le preguntó cuál era el mejor limpia alfombras del que ella tuviera conocimiento.
Fue un flecazo de amor: sintieron que eran dos almas gemelas y que estaban hechos el uno para el otro. El príncipe, entonces, la sacó a bailar. Él, que _como dije_ estaba un poquitín pasado de copas, esperaba bailar con Cenicienta un minué, una polca o, a lo sumo, en su afán por enamorarlo, se pone a hacer locamente los pasos del "araña pollito dance". Parecía que le corría electricidad por manos y pies. Sacudía los brazos, sacudía una pierna, y mientras sacudía la otra, ¡páfate!, voló un zapato por el aire y le dió al príncipe, el amor de su vida, tremendo zapatazo en el ojo. Después, asustada, salió corriendo del salón de baile, aferrada a su escobita de mano.
Todo aquello que sigue en el cuento de hadas, eso de que el príncipe mandó un pregoneronpara buscar a Cenicienta y que la madrastra la tenía escondida, etcétera, es puro invento. La madrastra estuvo a un pelo de tener que cerrar su academia de danzas, ¡tanto se quejó el príncipe de la mala alumna que teníá! Pobre Tacha, con lo buena profesora que es. Acá tienen ustedes otro ejemplo de maledicencia en los cuentos de hadas. Todos se las toman en contra las madrastras, ¡pero ojito!, hay que mirar con lupa cómo se comportan las princesas, ¿eh?
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Habla La Madrastra - Patricia Suárez
UmorismoTal como le pasa al Lobo de la historia de Caperucita Roja, las madrastras de los cuentos son personajes incomprendidos y maltratados, a los que se designa con falsas acusaciones. Hoy, aquí, habla la madrastra de Blancanieves, para restificar su his...