Parte 9.

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La enfermería era un sitio pequeño, adornado por meras cosas médicas más un par de camillas y un despacho que llevaba directamente al despacho del médico. Un señor de apariencia severa pero que se comportaba siempre de una forma extremadamente cercana, casi paterna, con todos los alumnos. En realidad, la palabra "señor" no le haría demasiado justicia. El hombre no debía de tener mucho más de veinticinco años, si es que acaso llegaba a esa edad. Aunque bueno, siendo un curandero, podría haber cuidado su apariencia para evitar el paso de los años reflejado en su cuerpo.

Él no estaba ese día en la enfermería. Tampoco estaba la posible única mujer del edificio. Ella fue la única que estuvo disponible cuando tuvieron que despedir repentinamente al último enfermero, quien usaba su posición de poder en favor de satisfacer su lívido con los alumnos más indefensos e inocentes. La señorita Meng era un reemplazo estupendo, que no había tardado en ser aceptada y adorada por todos los chicos. Sin embargo, la bonita marca de dientes que había en el costado de su cuello lograba que ninguno se ilusionase con la presencia de una mujer allí.

En lugar de los expertos en medicina, alrededor de la pequeña camilla de sábanas blancas se encontraban varios alumnos con origen en el elemento calorífico. El fuego. Era una solución temporal, pero al menos aguantarían allí hasta que la hermana del chico pudiera venir. Él no tendría que morir solo, aunque su idea desde un inicio había sido esa.

Así que, cuando la puerta se abrió de manera abrupta, todos los allí presente se distanciaron de la camilla. Parecía más una sauna que una enfermería. La chica supo que lo iba a pasar desde el momento en el que el aire cálido chocó contra su rostro. Las hadas de invierno no toleraban muy bien el calor. Sin embargo, su mirada pronto se centró en el chico que descansaba sobre la camilla. Sus ojos azules estaban apenas abiertos, con la mirada fija en el techo, como si este tuviera la respuesta al final de su vida. A si quedaría mucho o ya estaba pasando. Notaba como esta se iba desprendiendo de su piel, como el frío reclamaba el terreno que le había pertenecido a su alma. Se iba haciendo uno con su elemento dominante con el precio modélico de su vida.

Era irónico. Nunca se había sentido tan hada de invierno como en estos momentos, en los que su muerte se encontraba tan cerca. Podía acariciarla en su aliento, que salía de él como un delicioso vaho.

- ¡Bambam! - la chica corrió y sostuvo su mano. Su pelo de un blanco grisáceo, acompañado de algunas mechas que le habían salido tras el acoplamiento, se mezcló con su cara, tapándola, ahogándola. Cuando su hermano giró ligeramente la cabeza, apenas pudo ver más allá de la cortina que su flequillo creaba - Bambie... ¿por qué no me lo contaste?

- No quería preocuparte - susurró. Sus palabras sonaban distantes. También su voz temblaba presa del frío que lo acarreaba.

- ¿Pretendías morirte sin más? ¿Así? Esta no es forma de morir. ¡No puedes morir! Eres sólo un crío.

- Y tú eres mi hermanita, eso también te hace una cría.

- Una cría no debería lidiar con la muerte de su hermano.

Ambos manos habían viajado al encuentro de la mano izquierda de su hermano, que era la que quedaba más cerca. Apresándola, adueñándose de ella. Lisa nunca había sido una chica de lágrima fácil. Ni siquiera había muerto cuando sus abuelos habían fallecido, se encontraba llorando para él. No le importaba que la estuvieran mirando un grupo de chicos a los que no conocía. Ni que su pareja estuviera en la puerta, observando la escena con un dolor en su corazón que parecía querer romperlo.

La conexión entre dos enlazados era poderosa y potente. El corazón de Lisa se estaba rompiendo ante la imagen de su hermano, que parecía más hielo que humano. Y el de Jisoo sentía esa pena, esa lucha.

Frozen Electricity -- YugBam -- [Beautiful Creatures II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora