Capítulo Seis

33 3 12
                                    

Belén.

Caminé muy despacio hasta mi nuevo escondite secreto; La torre abandonada de la preparatoria.

Siempre había oído hablar de ella, pero su entrada estaba estrictamente prohibida.

Entré sin saber los que me deparaba, pero me calmé en cuanto al abrir la chirriante puerta de madera, vi escaleras de caracol. El lugar estaba basado en una torre bastante larga y blanca con una base cilíndrica, que luego se terminaba en un cuadrado que tenía por sus esquinas, cuatro delgados cilindros de cemento que sostenían un grande techo circular, del cual, por debajo de éste, colgaba una gigantesca campana de oro puro, pero viejo.

Si seguías las escaleras llenas de polvo y telarañas, a mero al final te encontrabas con una trampilla que estaba por debajo de la campana, razón por la cual debías de tener mucho cuidado al pasar tu cabeza por él si no querías un buen chipote en la cabeza.

Dejé caer la trampilla una vez parada y me senté en el suelo para comenzar a comer mi lonche. La vista era preciosa; el sol relucía, las nubes eran casi insignificantes, los impecables árboles asumían su belleza verdosa, y las casas, edificios, calles, carros, bicicletas y personas complementaban aquel arte con sus tamaños, facciones y colores. Pero lo que más destacaba, por sobre todo, era el cerro de la silla.

Era un regalo para los ojos. Un regalo de la vida.

El viento estaba calmado, pues solo me rozaba los cabellos y apenas y acariciaba a los árboles.

Me logré sentir completamente tranquila.

Le iba a dar otro mordisco a mi rica torta en cuanto la puerta de la trampilla se abrió de golpe y mi corazón casi y lo vomité al ver a Sergio allí mismo.

Hasta por poco se me cayó la torta.

—Tranquila, solo quiero estar contigo un momento.

En lo único que mi cerebro se atrevió a pensar fue en la cariñosa lava que corría por mis cachetes, frente, pecho y muslos.

Otra vez sentía aquellas revoltosas e infantiles hormigitas dentro de mi vientre.

No pude evitar sonreír como loca.

—Sergio—Dije soñadora.

—Hola, Belén.

La lava eruptaba por todo mi cuerpo, mis mejillas quemaban.

—Hola, ¿Cómo estás?—Pregunté.

Se ruborizó por la pregunta, pero estoy segura de que él rubor que yo tenía era tres tonos más fuertes que el de él. Segurísima.

—Bien, gracias. ¿Y tú?

—Ehmm..—No supe que responder, pero, a diferencia de otras personas, respondí con la verdad.—Sinceramente..., ahora, en este momento, en verdad no lo sé.

—A sido un día pesado, ¿Apoco, no? Como sea, a lo que he venido, era a...hablar de aquellos...chismes...que la escuela está diciendo sobre nosotros—Se pensó mucho las palabras que usaría y pronunciaba cada una con mucho cuidado.

Me ilusioné un poco sin pensar, pero cuando terminó lo que iba a decir me apagué un poco, no voy a mentir.

—Ah, sí...—También pude notar que se vió algo dolido después de que yo hablé y me sentí preocupada— esos chismes..., Sergio, mira, la verdad es que...sabemos cuál es la verdad. Que solo somos amigos, que tú solo me llevaste a la escuela por hacerme un favor gracias a que te ayudé en gran parte a salvar a tu perro, Max. ¡Oh! Casi lo olvido, perdón, pero, me olvidé de agradecerte por reparar mi bicicleta, muchas gracias. De todos modos, a lo que iba, ambos sabemos que no somos nada...romántico.—Sentí como si mi corazón estuviera hecho de lodo; cómo si alguien hubiera puesto su dedo índice con frialdad en el centro con el punto de herirlo al concluir tímidamente con voz ronca al pronunciar aquella última palabra.

Detrás de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora