Capítulo Siete

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Sergio.

Le gustaba hacer bordados, ir en bicicleta por la calle,—preferentemente en un día soleado—escuchar a Elvis, Frank Sinatra, Paul Anka, Dean Martin, Lorenza Lory, pintar, dibujar, hacer papiroflexia, repostería, leer poemas, cuentos, novelas con un significado profundo de la humanidad y su novela favorita sin duda era "La princesita", de Frances Hogdson Burnett.

Pero sin duda lo que más le gustaba hacer era pasar tiempo con Dios. Leer su palabra, compartirla, cantarle y demás.

Le gustaba también el color rosa pastel y el celeste. Disfrutaba mucho cuando comía sandía, manzana, jícama, brócoli, coliflor, tortas y claro, pastel de tres leches.

De todos modos, no importaba realmente cuánto me explicara Belén lo que le gustara, lo que pensaba, lo que sentía, nada...

Simplemente jamás me aburriría de ella en ningún aspecto.

Me hechizaban su luz y sus sueños. Todo. Era encantadora e increíblemente hermosa, una de las chicas más bellas y amorosas que había visto en mi vida.

Y la quería, mucho.

Sus ojos eran majestuosos y detrás de ellos aguardaba un mundo aún más maravilloso en el que, con su permiso, me encantaba caminar.

No me costaba admitir lo enganchado que estaba con ella. Yo no era ningún cobarde. Pensé todo eso mientras sonaba la campana y en silencio bajábamos por las escaleras.

Antes de que se me escapara la tomé de la muñeca con dulzura. Y fue uno de los toques más preciosos que tuve en lo que respecta a ella, a nuestra historia. Su piel aperlada era tan fresca y suave, limpia, y al tocarla, un terremoto se coló en mi pecho, pero no era como si me importara tanto, esperaba acostumbrarme a aquello con el paso del tiempo.

Ella volteó sorprendida hacia nuestro toque, y de repente me sentí nervioso, pues no quería incomodarla o ser irrespetuoso, pues no es como si todos los días agarrara las muñecas de mis compañeras para llamarles la atención, pero con Belén no parecía pensar con claridad, solo estaban ella,  mi clara e incoherente torpeza y por sobre todo mi amor, en resumen, una mezcla que no llevaba ni pizca de inteligencia en sus dos últimos ingredientes. Pero me relajé en cuanto me decidió esperar, con ojos expectantes y carita paciente, alegre.

No quería que nadie destruyera esa cara angelical.

—Belén, hum—Dije mientras trataba de concentrarme y la sangre volaba veloz hacia los vasos sanguíneos de mi rostro–¿Te gustaría repetirlo alguna vez? Lo de, la torre. No lo sé...volverlo a repetir quizá mañana o cuando puedas.

Pensé que ésa era la clase de invitación más chafa que se me pudo haber ocurrido, pero al ver esa sonrisa suya casi de inmediato mande a desechar tales pensamientos hacia la nada.

—Por supuesto que sí, Sergio, claro que me gustaría repetirlo. ¿Qué te parece mañana?

Mi corazón dio una tremenda sacudida de nuevo; ¡cuánto me encantaba verla sonreír!

—Dalo por hecho, entonces.—Dije acariciando sin pensar el dorso de su mano. Era tan pequeñita y tan suave como el algodón. Y me fascinaba—Nos vemos en nuestra torre, mañana. Pero hoy te llevaré a tu casa, ¿Te parece?

Solté despacio su mano en cuanto me encaminaba a mi salón de clases, sin mirar atrás, pero eso no importaba, porque antes de perderme del gentío aún podía sentir el delicioso ardor de su potente mirada en medio de mi nuca.

***

Ya casi se estaba acabando el último periodo en cuanto había terminado todo el trabajo en clase de matemáticas y recosté mi cabeza en mi hombro para poder descansar los ojos.

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⏰ Última actualización: Jun 06 ⏰

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