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La tarde pasó rápida, los nubarrones anaranjados se volvían grises y las ventanas de las casas comenzaban a iluminarse, las altas murallas de la ciudadela bloqueaban los últimos rayos del sol ocultándose en el horizonte.

Takath, el Elder Priest, caminaba por los estrechos pasillos aterciopelados con destino a su oficina, había terminado la reunión nocturna con el clero más temprano de lo habitual, excusándose con los obispos con que debía leer y responder su correspondencia.

Una vez en su habitación, se mantuvo sentado en la oscuridad que consumía todo el lugar. Inmóvil, hundido en sus pensamientos erráticos mientras jugueteaba con los anillos en sus manos. Las visitas de Akiryan sólo perturbaban su rutina, la vez anterior, aquel acercamiento tan fuera de lugar, revolvió sus memorias, obligándolo a recordar sucesos que creía superados. Frunció su ceño abrumado por pensamientos innecesarios y se levantó a tientas buscando un candelero en la estantería.

Un gruñido seguido de un golpe seco irrumpió el silencio habitual.

Él de hecho, sí se encerró a leer algunas misivas después de la reunión, había encendido lo que quedaba del aceite de una lámpara, a lo que calculó que fueron par de horas de duración. Cuando se acabó, se sumió en la oscuridad y, notando el dolor de cuello, quizás debe haber dormido un poco. Un cálculo rápido indicaba que tendría que ser pasada de la medianoche, por lo que todos debían estar durmiendo, entonces, ¿qué fue ese desconcertante sonido?

Takath se acercó con sigilo a su entrada, estamos en lugar sagrado, no puede ser ningún tipo de espectro, pensó a sus adentros. Abrió lentamente la puerta y avanzó notando una leve luz al borde de otra puerta al final del pasillo. Se aproximó, tocó un par de veces y entró sin esperar respuesta.

— ¿Todo bien? Me puede explicar ¿por qué aún hay luces encendidas a estas... horas? —quedó paralizado ante la situación.

El clérigo se encontraba desnudo sentado en su cama con su cuerpo abultado, mientras unas pocas sedas lo cubrían, al lado de la entrada, cerca de los pies de Takath, un chico del internado estaba tirado en el piso, cubriendo su sollozante y amedrentado rostro, tapado con las delgadas telas que hacían de pijama. Un sudor frío empapó las manos del Elder Priest y un recuerdo punzante le causó nauseas; se torció tapándose la boca.

— ¿Me puede decir que es todo esto, obispo? —se obligó a mantener la compostura.

El interrogado pareció tragar saliva y respondió con confianza.

— Como puede ver, mi señor, este chiquillo inútil me ha manchado completamente con mi bebida —agarró más sábanas para cubrirse y se limpió la cara—, lo he disciplinado para que no vuelva a cometer errores como este mientras intenta llevar a cabo una simple orden.

Al parecer decía la verdad, una copa estaba en el piso y había una botella sobre un mueble al lado de la cama, aun así, los hechos se negaban a calzar en la mente del Elder Priest.

— Tiene permisos para usar a los internos como criados, ¿pero a estas horas? —Takath reiteró su pregunta anonadado.

— Es mi derecho. Ellos viven en nuestras propiedades —respondió el obispo.

Nuestras propiedades, repitió en su mente, aquello le hacía pensar que él, también era parte de aquella extraña circunstancia que ocurría frente a sus ojos. Se quedó en silencio un momento, hasta que el infante en el suelo tosió.

— Basta por hoy —Takath le tendió la mano para ayudar a levantarlo y este se estremeció con desconfianza, pero accedió—. Estas no son buenas horas para estar despierto, el ruido de nuestra charla molestará a los demás, es mejor que todos volvamos a dormir.

SOPHISMWhere stories live. Discover now