Capítulo 1 - Dogma

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I

La luz entraba por los altos ventanales iluminando el gran salón decorado por altos pilares. Una larga alfombra de tejido exquisito cubría las lustrosas baldosas y los estandartes de las familias reales que ofrecieron total lealtad a su Majestad ondeaban adornando el techo. En ese instante, cuatro nobles, un caballero de rango alto y detrás, una fila de cuatro capitanes de élite se arrodillaba a la espera de recibir el espadazo de la reina, entre ellos Akiryan; quién, tras acciones dignas de reconocimiento, logró ganar un lugar en la orden de la «Caballería Real».

Akiryan recibió con gran honor el reconocimiento de su Majestad, y fue puesto a disposición de un noble del «Consejo», el canciller: Yuud Whitechateux. Pero antes, la primera orden de los recién bautizados caballeros, era dirigirse al «Santuario de la Iglesia» para recibir una bendición que los acompañaría y protegería en sus misiones.

Saliendo del salón al finalizar la ceremonia, el canciller Yuud miró de pies a cabeza a Akiryan y le expresó sin rodeos que ojalá él no fuese uno de "esos" huérfanos que la reina rescató y mezcló en la sociedad, gastando fortuna en quienes debían haber sido simples esclavos. Akiryan escuchó y guardó todo su coraje dentro de sí mismo, cabizbajo. No iba a perder su nuevo puesto por un ataque de ira, que en cuyo caso, podría ser una trampa para provocarlo, y así, descubrir si era o no uno de esos despojos de la sociedad a los que se refirió el noble.

— Claro que no, mi señor — Levantó la mirada y se arrodilló —. Yo, Akiryan Bellcheron, le ofrezco mi total lealtad y protección. ­­

Yuud desvió la mirada y asintió.

— Dirígete a la iglesia tal como ordenó su Majestad, al terminar y presentante con el capitán de mi guardia para harás vigilancia nocturna. Mañana recibirás nuevas órdenes. Es todo — dio vuelta y se marchó por los arcos que decoraban el pasillo.

Akiryan se levantó tras un momento y dirigió sus pasos al santuario. Desde ahora tendré tratar con nobles como estos, refunfuñó para sí mismo.

Siguiendo las instrucciones, se dirigió a las dependencias del santuario. Estas se encontraban dentro de las murallas de la zona alta de la «Ciudadela», la Biblioteca, el Internado de Sacerdotes y la Gran Catedral eran un gran conjunto de edificios bajo el poder de la Iglesia, su representante, el sacerdote de más alto rango: el Elder Priest, Takath Pinesabre, estaba a cargo de todo lo anterior.

Las imponentes puertas de la «Gran Catedral» se hallaban cerradas frente a Akiryan. La imagen religiosa grabada sobre el esmaltado oscuro emanaba una vibra sagrada, pero lúgubre. Al costado, una puerta pequeña estaba abierta y las voces de un par de caballeros agradecían a los sacerdotes mientras se retiraban por un costado. Detrás del podio ceremonial estaba de pie aquel llamado Takath; él, con un gesto de su mano, ordenó que los sacerdotes se retiraran del lugar.

— Has venido tarde, la ceremonia ha acabado— comentó de forma sobria haciendo resonar su voz en la acústica de templo.

— Tardé en encontrar el lugar —dijo despreocupado mientras se acercaba—, es mi primera vez en la Ciudad Real, ¿podría hacer una excepción? El que me presente aquí por su bendición es una orden directa de nuestra reina, mi señor— dio una pequeña reverencia y observó con detenimiento el rostro del sacerdote. Aún reconocía aquellos rasgos, pero dudada si él sería capaz de reconocerlo, quizás sí, pero podría fingir ignorarlo y tratarle como como a un desconocido.

Takath giró su rostro algo incómodo por la punzante mirada del caballero.

— Antes de eso, quítate la máscara. Es una falta de respeto entrar en el templo ocultando tu rostro— exclamó manteniendo una postura imponente.

SOPHISMWhere stories live. Discover now