Capítulo 1

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Antes de empezar quiero dejar en claro que los personajes no me pertenecen, ellos son enteramente propiedad de Marvel Universe. En lo que respecta a la historia, en mi imaginación a nadie más se le ha ocurrido algo igualito, así que sí, es mía je, je.

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Un soplo de aire frío impactó directamente en su cara, haciéndolo toser un poco del hollín restante que aún deambulaba por su organismo. Su garganta raspaba y sus ojos de un verde brillante, dejaban salir lágrimas causadas por el esfuerzo que suponía para su aparato respiratorio, el expulsar dicho material tóxico.

Había sido su último trabajo como limpia chimeneas hace tres días el que lo había puesto en ese estado, aunque no podría atribuirle todo el mérito a eso, pues nunca había respirado libremente desde que había llegado a la edad de seis años y se vio obligado a trabajar en una fábrica textil junto a sus hermanos mayores, para subsanar las deudas que su padre había adquirido por su adicción al opio. Esto sin pasar por alto el hecho de que el precario salario que recibía como obrero en la mina de carbón, no ayudaba en nada.

Todo el mundo se había mudado a la ciudad. Hubo un éxodo masivo que se movió de la provincia hacia Londres y su padre había creído que era una muy buena idea hacer lo que los demás, que estaban preocupados por el exceso de producción que había en las granjas aledañas a la suya lo que implicaba que la oferta de hortalizas fuera amplia y el pago a los granjeros, escaso. Grave error. Su madre había muerto al año de llegar a la capital y siendo objetivos, como él siempre lo era, debían dar gracias a Dios porque en la casucha de 5 por 5 ya no cabía otra alma más allá de la de sus 10 hermanos y él mismo. El ser el menor no era un hecho que lo consolara tampoco, sino todo lo contrario.

Apretó mucho más fuerte sus rodillas contra su pecho para darse calor. El otoño estaba empezando y él, como si se tratara de un brote nuevo de viruela, le temía con todo su ser al invierno, ¿qué haría cuando llegara si no tenía un trabajo y la última caja de cartón junto con sus zapatos se los había robado una pandilla de vándalos? No es que sus zapatos lo cubrieran mucho con la cantidad de hoyos que había en ellos pero ahora sentía que estaba más cerca de morir congelado que antes.

Si tan solo no hubiera empujado al administrador por querer tocar a su hermana mayor bajo sus faldas, no tendría que estar tan estresado en esos momentos... ni tampoco furioso, porque para empeorar el asunto, la chica había sido más que mal agradecida al no mover, al igual que ninguno de sus hermanos, ni un dedo para ayudarlo cuando lo habían echado.

Recordó el día en que su padre por primera vez le había abrazado para después abofetearlo. Había sido una lección que no comprendió hasta que Laufey le explicó lo obvio: el cariño no sirve sino para ser usado a favor de quien lo recibe. Jamás había podido comprobar su teoría porque no había encontrado a nadie que lo quisiera, pero al parecer su hermana Angélica y los otros sí que lo habían hecho con él.

Resopló, obligando a su mente a ser pragmática: ya de nada valía lamentarse, lo hecho estaba hecho. Mañana esperaba encontrar un trabajo porque ya llevaba tres días sin comer y su estómago comenzaba a comerse a su estómago. Tal vez si eso no sucedía tendría que unirse a las pandillas, aunque dudaba que lo aceptaran con la complexión tan desgarbada que tenía, o peor: se vería obligado a mendigar.

(....)

Había llegado la mañana y con ella se le había ido el día entero yendo de un lado a otro de las calles en busca de alguna panadería que pudiera barrer o de una tienda en donde pudiera fungir como descargador de hortalizas. En los primeros no le daban trabajo por su apariencia andrajosa, aunque aún no entendía cómo podría afectarle eso a su tarea de barrendero, y en el segundo no se le podía dar el trabajo por enclenque, eso sí que tenía más lógica y para él la lógica era un signo de que todavía no perdía sus facultades de raciocinio por el hambre.

Incluso había ido al Centro de Correspondencia, pese a que ya adivinaba la respuesta que le iban a dar, para hacerla de recadero o algo por el estilo. Lo mismo pasó al pedir empleo de mozo en una casa no tan grande para que su humillación no lo fuera también. Le pareció gracioso la forma en cómo la mujer del servicio lo vio con desprecio antes de darle tiempo a hablar y cerrarle la puerta en la cara, como si ella no fuera otra cosa que una más de la prole como él. Patético.

Al final había recurrido a buscar entre los desperdicios de las panaderías, por si encontraba algo que no estuviera tan descompuesto. Comería lo que fuera, incluso harina cruda, ya lo había hecho antes y de un dolor de estómago no había pasado. Pero esta vez, no encontró más que un poco de manteca con algo de hongos. Tuvo que comerla para guardar una cantidad mínima de grasa por si su suerte seguía así, aunque de hacerlo estaba seguro que amanecería muerto dentro de poco.

Una vez más escupió a los cielos por la vida que le había tocado y se lamentó de sus callos en las manos y de sus dedos congelados cuando vio pasar frente a él un carruaje de gente pudiente, que sólo le tiró un poco de polvo en la cara.

Fue ahí donde se percató de que se había alejado mucho del centro y se inquietó. Por esas zonas había pandillas conformadas por muchachos y hombres que habían sido o bien corridos de donde trabajaban o que traficaban una imitación de opio por cantidades exorbitantes. De hecho, tal barrio era perfecto para esa tarea porque todavía no contaba con candelas que lo iluminasen y como ya estaba oscureciendo una alarma sonó en su cabeza. Debía irse pronto si no quería que le robaran algo más.

Muchas veces había pensado en unirse a las pandillas de ladrones pero sabía que entre ellos imperaba la ley del más fuerte no la del más inteligente, y la primera no era una cualidad de la que él gozara. La última, por otro lado, si bien no era apreciada por esa gente, le había servido en más de una ocasión con el administrador, pero no para nada muy bueno debía admitir, pues había logrado siempre tramar una serie de mentiras complejas para salvarse de ser descubierto en alguno de sus intentos por aprender cosas nuevas o simplemente por ocultar las evidencias de sus juegos, esto durante la muy corta época de su infancia. Los niños de su clase no tenían derecho a la diversión o al ocio, sólo al trabajo duro.

Sin embargo, siempre había sido revitalizante darse cuenta de que era capaz de engañar y de evitar castigos con sus emperifolladas adulaciones. Por supuesto que lo habían cachado dos veces en su juego en algún momento durante los doce años que llevaba de vida en el mundo pero para él era un récord si no, que se lo preguntaran a su hermano que había sido encerrado en el sótano de la fábrica cuando había intentado imitarlo.

Iba caminando ya por la zona empedrada de la ciudad, aquella cercana a los vecindarios bien cuidados e iluminados de los burgueses y a los grandes almacenes que estos solían frecuentar, cuando escuchó un ruido en la lejanía. Ya era tarde para salir a pasear pero muy temprano para dejar una fiesta típica de burgueses, lo sabía porque el tonto administrador siempre alardeaba de más cuando el patrón lo invitaba a una y solía decir que acababa entrada la madrugada.

De repente su estómago gruñó, contrayéndose en un desesperado intento por alcanzar un poco de alimento con el que su estómago no contaba. Él no lo sabía, pero ese órgano suyo, si no obtenía una fuente de nutrientes pronto, acabaría desgarrándose y llevándolo a una muerte tanto lenta como dolorosa.

En ese momento, una idea se formó en su cabeza, era humillante pero ya casi llegaba a su límite. Sonrió con burla hacia sí mismo, porque esta sería su apuesta mortal.

No puedo poner los puntos de separación en medio, lo siento.



Todo y nada (Thorki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora