Capítulo XVIII

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En el Castillo Rosu, Hinata despertó mucho antes del alba. No sabía cuanto tiempo había estado dormida, pero suponía que no había sido más que unas horas. No había dormido una noche entera desde la tentativa abortada de capturar a Sasuke hace dos semanas.

Su sueño agitado no era por miedo a que volviera. Era por no saber de él.

El Padre Kabuto se regodeó con su jarro como un anciano con pecho de oro. Estaba convencido de que había capturado a Sasuke, aunque Hinata estuviera segura de que no lo tenía. Había sentido a Sasuke escapar antes de que la vela final estuviera en su lugar y tenía la certeza de que no había sido capturado.

Pero aun cuando él se hubiera escapado, sabía que no volvería a sus sueños. No querría hacerlo, después de tamaña traición.

Y ella tenía miedo de afrontarlo incluso si él lo hacía, su vergüenza era demasiado grande para sobrellevarla. Su auto-aborrecimiento pesaba más que su deseo, y por ello llevaba puesto el collar día y noche.

¿Cuánto tiempo faltaría hasta el alba? Se sentó en la cama y miró fijamente a la oscuridad vacía y solitaria. No sentía ninguna presencia, solo la suya y la de Sakura, ningún amante esperando, ninguna promesa de tierras distantes y placer indescriptible.

Sasuke había tenido razón: después de un par de noches de sueño, había recuperado su fuerza y energía, lo suficiente en todo caso, como para que añorara su toque. Sabía que era una equivocación, pero aun sabiéndolo no podía evitar desearlo.

Echó atrás las mantas y salió de la cama. No quería pasar el resto de la noche allí, deseando cosas que no podían ser. Mejor vestirse y distraerse con la lectura, o la mandolina, o incluso coser. Cualquier cosa.

—¿Mi señora? —preguntó Sakura desde el suelo, despertada por los movimientos de Hinata.

—Quiero vestirme.

Sakura se levantó y fue a encender una vela. Hinata había notado un cambio en la criada desde la noche del círculo de velas. Parecía más sumisa y dispuesta a obedecer; subordinada, incluso. Como debería haber sido antes. Sakura parecía haber ganado un respeto por Hinata que no había estado allí antes.

Había llegado tarde, a Hinata ya no le preocupaba lo que pensase Sakura.

La criada peinó y arregló el pelo de Hinata, trajo agua para sus abluciones, y luego cogió un vestido del armario.

—Aún no ha llevado este, mi señora —dijo Sakura. Le ofrecía el vestido verde y ámbar.

Hinata lo miró fijamente, y el sentido de inevitabilidad la inundó. ¿Debía ser hoy, entonces?

—Sí, está bien. Ese.

Se sintió casi separada de su propio cuerpo mientras Sakura la ayudaba con el vestido, fijando las mangas y atando el lazo en su espalda. La vida que había estado esperando durante tanto tiempo, finalmente iba a comenzar, y no podía haber estado menos excitada.

La apariencia aburrida del Castillo Rosu parecía preciosa por su paz, ahora que el tiempo para abandonarlo había llegado. Miró alrededor de su cuarto, los muebles y las paredes se habían hecho familiares a lo largo de estos seis años pasados, y sentía como si fuesen suyos a medias. Su corazón se sentía vivo, separándose de este lugar, incapaz de relajarse ahora que sabía que pronto se iría. No podía imaginarse pasar otra tarde aquí, perdiendo el tiempo apaciblemente al lado del fuego, vestida solo con su camiseta y un abrigo.

—Comienza a embalar mis cosas, Sakura.

—¿Mi señora?

—Kiba llegará hoy.

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