Capítulo VII.

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Hinata esperó hasta que Sakura estuvo roncando, y luego cuidadosamente quitó el collar de alrededor de su cuello. Lo sostuvo por un largo momento, su corazón palpitando con nerviosismo, y luego, con mano temblorosa, lo puso sobre la mesilla de noche.

Se escurrió bajo los cobertores, los ojos abiertos, el cuerpo tenso. Sentía los pechos llenos y tirantes, y una agitación en los muslos que le hacía desear frotarlos el uno contra el otro.

Los minutos pasaban pero nada ocurría, su expectación impidiéndole quedarse dormida.

Los minutos transcurrían acercándose a una hora y ella comenzó a creer que era una tonta ridícula. ¿Qué estaba haciendo allí, yaciendo con los ojos abiertos, a la espera de una amante de ensueño que no existía? El collar era simplemente eso, un collar; no tenía el poder de controlar sus pensamientos y sus sueños. Probablemente había soñado con ese guerrero porque había estado espiando a Sakura y al centinela. No quería decir nada y no le enseñaría nada más de lo que ya sabía.

Con ese razonable pensamiento, sus párpados fueron descendiendo, sintiendo el peso de la avanzada hora.

Entonces se quedó dormida. Una pequeña parte de ella era consciente de que lo estaba, pero era demasiado pequeña como para hacer algo más que notarlo desde lejos, apenas discernible para el resto de su mente adormecida.

Confusas imágenes del día rondaban su cabeza, disponiéndose en un orden absurdo, tejiendo una historia sin sentido. Hinata se dejó llevar a la deriva a través de lo extraño, conocedora de la rutina, esa organización nocturna de sus pensamientos.

Y luego estaba con su vestido ámbar y verde, caminando escalera abajo hacia el gran salón, donde voces masculinas retumbaban contra la piedra.

Nunca había oído voces masculinas dentro del Castillo Rosu.

Descendió alrededor de la última vuelta en las escaleras. Kiba estaba de pie con varios de sus hombres en el salón.

No..., no Kiba. Sus rasgos sutilmente se convirtieron en los del guerrero de su sueño de la noche anterior.

Ella prefería la cara de Kiba. Trató de que el hombre volviera a ser él.

No pudo.

Se detuvo en el último peldaño de la escalera, desconcertada. Siempre había podido controlar sus sueños. La mayoría de la gente no podía, pero ella hacía mucho tiempo que dominaba con maestría la técnica.

Ella quería a Kiba.

El guerrero estrechó sus ojos onix, puso sus manos en las caderas y continuó siendo un desconocido.

Hinata sintió que un escalofrío de miedo la recorría, comunicándole que ella no era la única que podía controlar lo que el guerrero haría.

—Bienvenido al Castillo Rosu —dijo, mientras el guerrero continuaba mirándola fijamente—. ¿Venís... venís de muy lejos? —¿Qué se le decía a un hombre desconocido que llegaba sin invitación al hogar de una? No había recibido ningún adiestramiento al respecto. La hermana Chiyo no había cubierto tal situación en sus muchas lecciones.

—Vengo de muchos centenares de millas y tendríais que darme la bienvenida como si fuera vuestro esposo.

—Este...

La hermana Chiyo y Sakura aparecieron.

—Me encargaré del resto de ellos —dijo Sakura, y le guiñó el ojo a un soldado.

—Vos debéis encargaros de él —dijo Chiyo, asintiendo con la cabeza hacia el guerrero—. Sois el ama de este castillo, y es vuestro deber darle la bienvenida y entretenerle, de cualquier forma que él desee.

Sueña conmigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora