Tú, mi perversión.

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Una y otra vez, miraba hacia abajo y mientras aumentaba la fricción más se empañaba mi visión. Mi mano estaba puesta sobre el blanco azulejo de la ducha, el agua helada caía estrepitosa sobre mi cabeza, erizando todos los vellos de mi cuerpo. Sin embargo, no me importaba, porque necesitaba liberarme y el agua fría ayudaba a apaciguar la calentura que sentía por dentro. Apreté la punta de mi falo y masajeé con el pulgar aquella esencia que se agolpó en la zona. Gruñí. No podía sacarme de la cabeza la imagen de su semi desnudez.

Todo fue sin querer, seguramente ella creía que estaba sola en la casa y se relajó, pero no sabía que yo, desde la rendija de mi puerta, la estaba mirando. Entonces, vi que fue hasta el baño sin siquiera preocuparse de cerrar. Caminé en silencio, mi respiración estaba un poco acelerada, pero solo mi mente perversa sabía cuánto deseaba contemplar como el agua se deslizaba por todo su cuerpo. No logré verla del todo, solo las sombras de sus movimientos me decían que se estaba sacando la ropa, y el ruido de la cortina me indicó que se había metido a la ducha.

Oía como corría el agua, solo quería meterme con ella, empotrarla y penetrarla hasta sacarle toda la respiración. No podía, maldita sea. Cuando estuvo lista, casi salí corriendo por el temor de ser pillado infraganti. Solté un par de suspiros, pasé mis manos húmedas por la tela del pantalón e hice como que estaba recién llegando. Algo totalmente estúpido, por cierto, y allí fue cuando la vi, salió tan solo con unas bragas de fino encaje y su cabello atado en una coleta.

Todavía no se percataba de mi presencia, pero cuando se giró sus preciosos ojos se abrieron muy sorprendidos, solo atinó a taparse los senos. Salió corriendo, dejándome solo a medio camino y con mis ojos muy abiertos por lo que acababa de presenciar. Fue una imagen que jamás podría borrar, y todo eso había pasado hacía tan solo un día.

-Mmm... -gruñí cuando sentí que estaba a punto de correrme.

Entonces, mi maldito cuerpo se puso rígido. La corriente que me poseyó recorrió cada parte de mi cuerpo hasta explotar en mi mano, sonreí agitado al ver aquel líquido bañar mis dedos. De pronto, comenzó ese sentimiento que tan conocido era para mí, puesto que no era la primera vez que me masturbaba pensando en ella.

Maldito enfermo, degenerado, ¿cómo podía hacer esto? Era inconcebible que yo, Damián Logan, estuviera tan obsesionado con ella, al punto de jadear su nombre cuando me corría, recordando esos senos, esas caderas, ese rostro sonrosado al momento de haberme visto parado a escasos metros de ella, pero así era.

Yo estaba obsesionado, enamorado y loco por mi hermana mayor...

Victoria tenía veintidós años, era preciosa y a veces una completa molestia, pero eso se mitigaba con su belleza. A diferencia de Marcus y yo, ella tenía el cabello castaño y sus ojos eran de un verde fascinante, que cuando se enojaba se oscurecían. No tengo certeza desde cuando tengo este sentimiento por ella, solo sé que ya no doy más. Necesito que sepa que me vuelve loco, pero estoy seguro que en cuanto ella se entere me encerrarían en un manicomio por desequilibrado. ¿Quién carajo en su sano juicio podría enamorarse de su hermana? Me quise reír ante mi propia respuesta.

Yo...

Cuando terminé de vestirme, me fui directo a la cocina. Hoy había sido un día agotador, Brendan nos hizo correr treinta vueltas alrededor de la maldita cancha, después seguimos con abdominales, para finalizar con sentadillas. Tan solo quería comer, sentarme y descansar un rato. Justo cuando estaba atravesando el living, su cabello sujeto en la cima de su cabeza llamó mi atención. Las manos me ardían de las ganas que tenía de enterrar mis dedos entre sus hebras, hacerlas una bola y embestirla debajo de mí hasta que gritara mi jodido nombre. Sin embargo, moví la cabeza para poder disipar mi locura.

Entre susurros y gemidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora