A escondidas

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Sentada con mi copa de vino entre los dedos, pienso en lo monótona que se ha vuelto mi vida. Hace mucho tiempo que ya no tengo sexo, mis amigas se la viven contándome de las aventuras que tienen con sus amantes. Yo solo me enfoco en hacer bien mi trabajo. Me he olvidado por completo de mí, y aquí estoy, repasando el contorno del fino cristal con la yema del índice.

¿Hace cuánto tiempo que no me masturbo?

¿Hace cuánto tiempo que no hago una locura?

Ya ni lo sé...

Ella no sabe que la observo. Se está convirtiendo en un vicio, en una perdición.

Camuflado tras la ventana de mi habitación, oculto tras la cortina, miro a la casa de enfrente. Allí está ella con esa forma tan seductora y provocativa de sujetar la copa de vino, con esos labios de intenso carmín... En sus ojos veo deseo, un deseo sexual reprimido, pero dispuesto a estallar en cuanto prenda la mecha.

Mi cuerpo experimenta un intenso escalofrío, no puedo obviar la necesidad de pasar las manos por mis brazos ya que, mi piel se ha erizado. No es la primera vez que esto me sucede, es como si alguien me estuviese observando. Pero, ¿quién podría mirarme a mí? Es mi mente, es mi cuerpo el que tiene una necesidad avasallante de ser tocado. Es quien tiene aquel antojo por sentirse deseado, besado, lamido y penetrado.

Me pongo de pie, y sin ser siquiera consciente comienzo a desabotonar mi blusa. Le echo la culpa al vino que se me subió y por eso actúo de esta manera.

Si ella supiera que para mí justo éste es el mejor momento del día, el que rompe la rutina y la monotonía de esta puta vida llena de estrés y sinsabores. Sí, este instante en el que comienza a desabrochar la blusa... He perdido la cuenta de las veces que la he observado así. Me conozco de memoria su colección de lencería. Me gusta jugar a adivinar cuál llevará. ¿Ese conjunto morado de encaje?, ¿o ese otro tentador de tono negro?, ¿tal vez el de color puro y blanco, ese minúsculo tanga que se pierde entre las macizas nalgas?

Vamos, eso es... Sigue, desabrocha otro botón, no pares.

Y es ahora que mis dedos juegan un papel fundamental. No se detienen y soy capaz de percibir como la adrenalina poco a poco me invade. Hace tanto tiempo que no sentía esta extraña sensación. Deseo mezclado con anhelo. Sigo creyendo que me miran, eso me permite ponerme un poco más juguetona y osada. El brasier tiene el broche en la parte delantera, lo que es perfecto. Mi cuerpo oscila de un lado a otro, como si estuviese bailando, pero no cualquier melodía, no, una sensual. Una que permite que mi mente vuele y me deje llevar.

Entonces, siento el frío sobre la piel de mis senos...

Hoy la noto diferente, como si estuviera encendida, excitada. Nunca la había visto bailar mientras se desnudaba. Pero hoy... Ha empezado un baile sensual, moviendo con calentura ese cuerpo latino que tanto me obsesiona. Vamos, hazlo... Eso es, se ha quitado el sostén, que cae al suelo de forma liviana, y sus dos medianos senos quedan desnudos ante mis ojos que los devoran con ansia, al tiempo que un fogonazo de placer recorre desde la base hasta la punta toda la extensión de mi verga ya empalmada.

Pongo la mano en la base de mi nuca mientras echo la cabeza hacia atrás. Mis ojos se cierran, mi boca se entreabre y de mi garganta emana un gemido que llevo ahogando hace mucho tiempo, pero que esta noche deseo liberar. Deslizo la mano por mi cuello, por sobre mi pecho, hasta que llego a mi seno. Una vez allí, comienzo a recorrer el contorno de mi endurecido pezón, lo pellizco y tiro suavemente de él. Mi vientre se contrae porque he llevado la otra mano hasta la pretina del pantalón, y con tan solo un juego de dedos, ya tengo abierto el botón.

Entre susurros y gemidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora