Capítulo 6

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Hacía dos semanas que los hermanos italianos habían llegado a Francia. En esas dos semanas nos habíamos relajado bastante y nos habíamos divertido mucho, rememorando viejos tiempos y viviendo nuevas experiencias juntos, ya que también habíamos ido al zoológico, entre otros lugares de interés. 

Al final, Luca había dormido en el sofá, Giulia en la que denominó ‘su habitación’ y Alan y yo en la nuestra.

-Clara, a comer. – me llamó Alan desde el comedor.

-¡Voy! – respondí mientras salía de la ducha y me vestía a toda prisa.

Cuando llegué al comedor me encontré con una ensalada italiana y unos trozos de pollo a la plancha. Deduje que el pollo lo había hecho Alan, mientras Giulia y Luca preparaban la ensalada.

-¡Qué buena pinta! 

-Sí, sí, pero los platos los lavas tú – dijo Alan. Me senté a su lado y nos dispusimos a comer.

-Tengo algo que deciros – dijo Luca rompiendo el cómodo silencio en el que comíamos habitualmente.

-Pues va, dilo. –respondió su hermana.

-No es muy cómodo dormir en el sofá y somos muchas personas para un piso tan pequeño. Por eso he decidido alquilar una habitación en un edificio cercano. Esta misma noche dormiré allí.

-No hace falta, Luca. Ya sabes que mi casa, es tu casa. Si no estás cómodo podemos cambiar la distribución. –le dije.

-No, ya he pagado una parte. Además, no está lejos y os proporcionará intimidad. – en la última palabra se le quebró un poco la voz.

No entendía la decisión de Luca, ¿por qué quería irse? ¿Tan mal estaba aquí? Eso me ofendía y me deprimía, ¿tan mala anfitriona soy?

-¿Y no será que has conocido a una francesita y eres tú el que quiere intimidad? – se burló su hermana. 

-¡Giulia, por favor! Ni que yo fuera tan mujeriego… 

-Solo son posibilidades. Con un hermano tan guapo no me sería difícil creérmelo. 

Sentí celos al oír la pequeña disputa entre hermanos. ¿Y si era cierto que el sexy italiano, mi mejor amigo, flirteaba con una chica? “¿Y qué más da? Puede hacer lo que quiera” me dije. Me levanté y empecé a recoger la mesa intentando aparentar tranquilidad. 

Por la tarde, entre todos ayudamos a Luca a llevar sus cosas a su nuevo piso. Era verdad que vivía cerca pero enseguida supe que lo echaría de menos. En realidad era egoísta pensar eso porque lo vería cada día, pero el hecho de que no estuviera a gusto en mi casa me molestaba un poco. 

-Gracias por todo, parejita. –Nos dijo Luca mientras Alan y yo nos despedíamos de él.

Giulia pensaba quedarse a cenar en casa de su hermano para “celebrar la soltería y el nuevo apartamento”, según la italiana.

Cogí de la mano a Alan y nos dispusimos a bajar las escaleras. Era una noche cálida y decidí llevarlo a pasear. A los dos nos encantaban las calles parisinas por la noche, cuando la mayoría de la gente se encontraba durmiendo. 

-¿Podemos ir a la Torre Eiffel? – le pregunté a mi prometido. Era un lugar que ambos adorábamos, en parte por ser un símbolo europeo del amor, en parte porque era donde me había pedido matrimonio.

-Claro, cielo.

Me pasó una mano por la cintura y me estrechó contra él. Y así, oliendo su perfume gracias a la cercanía, anduvimos hasta la famosa torre. 

-¿Quién me iba a decir que encontraría a la chica más sexy del mundo tan pronto? – me susurró en el oído. Era cierto que ambos éramos muy jóvenes.

-Supongo que el destino quería que el chico más guapo del mundo encontrara una chica aceptable pronto para que ninguna otra chica le partiera el corazón.

-¿Cómo sabes que las demás chicas me hubiesen partido el corazón?

-No lo sé, porque en el fondo estamos destinados a estar juntos, supongo.

Alan se acercó y me besó con tanta ternura que mis palabras se confirmaron, estamos hechos el uno para el otro.

-¿Quieres cenar? – me preguntó.

-¿Qué plan propones? – le respondí con una sonrisa pícara en los labios.

-¿Qué te parece ir a casa y preparar una cena francesa casera?

-Me parece perfecto – le dije – y me encanta cuando me respondes con preguntas.

Le di un piquito en los labios y volvimos tranquilamente hasta el apartamento, cogidos de la mano. 

Saqué las llaves de mi bolso y abrí. 

Me encantó lo que vi. Una cena para dos estaba impecablemente puesta en la mesa del comedor. Había una gran selección de quesos franceses, una ensalada, pescado, un par de salsas para acompañar la comida y un buen vino tinto.

Me giré hacia Alan y lo recompensé con un beso que nos dejó sin respiración.

-Muchísimas gracias. ¿Cómo lo has hecho?

Como respuesta solo me regaló una carcajada. 

-Vale, no me desveles tu secreto. Por ahora. Pero empecemos a cenar.

Ambos nos sentamos en la mesa, el uno en frente del otro y nos dispusimos a cenar. 

Estaba todo buenísimo. Se notaba que era comida casera, pero ¿quién la había hecho?

Le insistí un poco a mi futuro esposo para que me respondiera y, tras varias caritas de pena, suspiró y me dijo:

-Le he enviado un WhatsApp a mi hermana mientras paseábamos, le dije que quería darte una sorpresa y se ofreció a venir y a hacernos la cena.

Me emocioné.  Emilie era la mejor cuñada del mundo.

-Dale las gracias de mi parte y a ver si vamos un día a comer con ella.

-Después se lo diré, princesse.

-Je t’aime.

-Moi aussi.

Nos sonreímos. Me cogió de la mano y me llevó al sofá, preparó unas palomitas, me trajo una manta y nos pusimos a ver una película. Disfrutábamos muchísimo viendo películas de todo tipo, por eso lo hacíamos a menudo. 

Y así, acurrucada al lado del amor de mi vida, me dormí.

Ti amo, piccolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora