Él vivía en un mundo diferente, uno que no tenía comienzo ni final, uno en el que el mayor problema no tiene ningún tipo de relación con sentimientos negativos como el odio o personas que aceptan, disfrutan y permiten la crueldad, la discriminación o el dolor ajeno. Lo más común era encontrar soledad y poco más alrededor, oír en tu propia mente algunos pensamientos tontos que, en realidad, tienen mucha coherencia al ser los únicos pensamientos existentes. Porque, si nadie puede negarte nada, ¿qué más da si te equivocas al suponer que la paz mundial es real por más que no tengas respeto por ti mismo?
El lado bueno es que no había nada de qué preocuparse, más que en el simple y casi insignificante hecho de que estaba completamente solo desde que había decidido estarlo. Es irrelevante aclarar que esta historia ya se ha contado antes, no es algo que no sepas, es sólo una historia más que ya conoces pero en la que nunca has pensado. Porque estas no son palabras para antes de dormir, no son palabras para antes de cerrar los ojos. Son palabras para después de todo eso, para imaginar y dejar que nuestra mente se haga cargo de nosotros.
Las luces siempre iluminaban todo para otorgarle al pequeño mundo un aspecto armónico en el que nadie tenga miedo de entrar, del que nadie pueda desconfiar. Se supone que es la zona más cómoda del universo en el que todo el mundo, seas quien seas, un asesino en serie o el mayor luchador por los derechos humanos, pueda sentirse tan tranquilo, en paz, que hasta lo considere el único hogar que jamás ha pisado.
Y cierras tus ojos y simplemente te dejas llevar, dejas que todo eso te arrastre, sientes a lo lejos el canto de un pájaro, ese que siempre escuchas, el constante repiqueteo de las gotas de lluvia que todavía llaman a tu ventana por más que la tormenta ya haya cesado. Las nubes siguen afuera y tú estás adentro, cobijado por la seguridad, pero eso no quita el hecho de que la tormenta está. Y no va a irse.
Así que por una vez en tu vida, lo piensas de verdad. Él lo hizo, el niño que era adulto, o quizás el adulto que seguía siendo un niño. Pero quiso salir, fue simplemente la vaga idea de sentir el frío-o podría ser cálido-aire acariciando sus mejillas, las gotas caer y empapar su cabello y su ropa; fue fugaz pero lo convenció. Y sus pies no tardaron en moverse, en buscar una forma de escapar por más que... quizás no existiera.
Pero era sencillo, era como tomar aire con desesperación, sacar la cabeza del agua o perder la vida. Y el sentimiento de paz que lo embriagó cuando el mundo real lo recibió era suficiente, porque por primera vez no estaba siendo abrazado por la soledad, sino por la verdadera paz, la que no se busca sino la que se encuentra, la que espera por ti junto al acantilado.
De fondo podía oírse todavía el sonido de la tormenta, los murmullos lejanos de quienes una vez pisaron las mismas tierras que tú. Y por fuera, lo que él estaba haciendo era considerado un peligro, estaba perdiendo el riesgo y, en definitiva, acercándose al final. Porque salirse de sí mismo es imposible, pero alejarse ya era superar el límite. La gente acostumbra a vivir dentro de una zona confortable, una que les baste por más que no sea, quizás, la más conveniente. ¿Cómo podría saber si eso era lo mejor... si no había intentado conocer lo peor? Era y sigue siendo fácil pensar que nadie quiere salir, que nadie intenta alejarse de sí mismo para encontrar a otra persona, porque se supone que vivimos por y para nosotros, se supone que debemos tener cuidado más con nosotros mismos que de nuestros propios demonios que, al final del día, creamos y alojamos en nuestras pesadillas.
Porque algunas veces el único problema es la zona de la que él salió: su mente.
El exterior era grande, más que el mundo que no tenía comienzo ni final. Y se sentía como si todo se moviese tan lento allá afuera que tú eres el que va demasiado rápido, que eres tú el que se empuja a sí mismo al borde, a caer. Y tu corazón late deprisa cuando descubres que hay algo más allá de ese lugar al que estabas acostumbrado, que la tormenta incluso te agrada, que las gotas de lluvia no solo pican sino que también te hacen reír. De repente entiendes que tu vida entera es como una máquina rota, tú eres una máquina rota, y sin darte cuenta cada día la destruyes un poco más con tus propias manos, jugando con cada pieza, quitándola como si no fuese importante. Y eso sólo hace que cada vez funcione peor, que la fuerza de la máquina se pierda en algún lugar. Pero no lo sabías, te decías a ti mismo que la soledad era nada si estabas contigo, que el único respeto que vale es el que tienes por tu cuerpo y mente. Y es verdad, siempre lo fue, pero a veces el respeto no ve la razón y es injusto. Injusto porque por más que te equivoques y metas la pata nadie, ni siquiera tú, podrá hacerte entrar en razón. El respeto también es importante, pero no porque alguien lo dijo, no porque quieres estar en paz con tu mente y creer que lo que tú piensas está bien.
Hay un mundo aparte entre el respeto y el orgullo, pero algunas veces creemos verlos tomados de la mano.
El mundo de adentro se siente, a comparación del mundo de afuera, como ahogarse, como quemarse, como joderse cada día un poco más.
Él imaginó todo lo que siempre veía y creía conocer, se vio a sí mismo luchando día tras día para entenderse a sí mismo como si fuese un problema en busca de una solución, como si estuviese en esa clase de encuentros en los que constantemente se busca un culpable cuando la mayoría de las veces no hay ninguno. No hay casualidades, sólo hay causalidades, el destino, las cosas que estaban destinadas a pasar. Pero todo ocurre tan rápido que nunca puede explicarse, que nunca puede entenderse o sentirse, porque todo golpea sobre ti al mismo tiempo y ni siquiera te habías dado cuenta porque eras una máquina que estaba rota y no podía funcionar para evitar lo que estaba destinado a pasar.
Y tu cabeza explota porque buscas algo que quizás no exista.
Por eso ahí afuera él decidió preguntarse quién era. Qué quería hacer. Para qué estaba ahí parado. Y bajó la mirada, la tormenta rugió y sintió que sus rodillas se doblaban como si quisiesen caer, que el acantilado se vuelva casa.
Pero él no quería caer. Él quería saltar sin importar qué sea lo que lo esperaba allá abajo.
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Rosas para los muertos
ParanormalExiste un lugar en el mundo por fuera de los meridianos y paralelos que nadie puede marcar sobre un mapa. Un lugar invisible que se ve por todos lados, cada vez con mayor frecuencia. Es la ciudad de las peores criaturas que ningún humano es cap...