Documento número once

353 27 0
                                    

Era un lugar alto, del que sabes que si caes es posible que no vuelvas a pensar jamás. No destacaba. A nadie le importaba un rectángulo brillante entre tantos otros. Y no es que estuviera en un lugar perdido en el mapa, sino todo lo contrario. El centro de la ciudad más tormentosa estaba a la vuelta de la esquina. Incontables personas cruzaban esas calles día tras día, pero a nadie le importaba. ¿Quién alza la cabeza en pleno 2020?

La respuesta es yo. Yo lo hacía una madrugada entre tantas de agosto, pensando en cuántas cosas habían cambiado. La ventana estaba en el noveno piso de un edificio más dentro de una interminable manzana. Eran casi las siete de la mañana, pero no amanecía. Hacía frío. Me sentía solo, y lo estaba. Rondar por esas calles con normalidad era algo casi ilegal. Que yo esté ahí, sin hacer nada, lo era también.

Pero no es como si no hubiera estado maquinando un mundo dentro de mi cabeza. Las luces encendidas, la ventanita rota al lado izquierdo del gran conjunto de departamentos. Todo formaba parte de un mundo que me pertenecía pero del cual me sentía ajeno. Miré la calle a mis espaldas, desolada. ¿Cómo era posible? Si lo normal era que por ahí cruzaran centenares de personas. Que nadie reconociera a nadie. Así funciona esta ciudad, es un ciclo imparable de ir, venir, y luego volver a ir. En esa norma no entra el detenerse. No entra la posibilidad de que el mundo se acabe.

Pero, curiosamente, entre la infinita gama de posibilidades que nunca planeamos para una sola vida, lo impensable siempre se lleva a cabo. Y una ventana rota que a nadie le importa adquiere el significado más triste e injusto del mundo. La distancia se vuelve incontable y ya no son nueve pisos lo que nos separan, sino una vida eterna.

Miré el cielo. Ahí debía estar ella, la persona que no volvería a cerrar jamás su ventana del noveno piso, a abrirme la puerta con una alegre sonrisa, a mirarme con sus ojos rodeados por el pasar de los años. Ya no me abrazaría. Ya no más.

Tuve que irme a casa con ese nudo en la garganta, un terrible pesar que se sentía como un vacío. Era triste. El mundo se había acabado.

Pero en una ciudad imparable a nadie le importan las ventanas rotas. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 29, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Rosas para los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora