Documento número ocho

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Las decisiones condenan, pero las consecuencias son quienes se encargan de hacerte sufrir

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Las decisiones condenan, pero las consecuencias son quienes se encargan de hacerte sufrir.

Voy a tomarme el tiempo de explicarte porqué, para que después no puedan decir que no soy por sobre todas las cosas una persona considerada.

Dime, ¿algunas vez te paraste a pensar dónde estás antes de despertar?

Ya sabes, el lugar al que viaja nuestra consciencia cuando decidimos apagarla.

¿Y si así se siente morir?

¿Y si eso es irse, aunque sea solo por un rato?

Esas y otras tantas fueron las cuestiones que condenaron mi cuerpo, alma y mente a tomar una decisión que lo cambiaría todo. No simplemente mi vida, sino también la del mundo entero.

Sé que puede sonar extraño, extravagante y un poco narcisista de mi parte.

Bueno, es porque lo es.

Llegó un punto en el que despertar no me era suficiente como para sentirme del todo vivo.

Abría los ojos y seguía sintiendo que no estaba presente.

Las cosas parecían seguir flotando sobre el aire como siempre lo habían estado haciendo. El aire tenía naturalmente aquel aspecto lúgubre y opaco que tanto lo caracterizaba. Ah, y el silencio. La principal característica de mi nueva realidad. Tan tranquilo y agonizante al mismo tiempo, tan dueño de una calma que me llevaba a perder la cabeza cada vez con un poco más de fuerza.

Sabía que tarde o temprano terminaría demente y aun así no era eso lo que me quitaba el sueño, claro que no.

Ese era el trabajo de la muerte.

Era cuestión de ella tirarme abajo.

Arruinar las expectativas de una posible inmortalidad.

Porque ese era mi objetivo, el peso de una irremediable decisión.

Vivir sin envejecer.

Vivir sin morir.

Vivir sin vivir.

Rosas para los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora