Días antes habíamos ido a comprar unas maletas tamaño XXL, y preguntaréis, ¿Por qué tan grandes si se puede saber?
Pues porque aquí donde nos ves, Alex y yo nos vamos juntas a Nueva York, la gran ciudad. Y diréis ¿qué pintan dos chicas de San Francisco en Nueva York?
Todo empezó hace más o menos unos dicisiete años, yo tenía un año y vivía con mis padres en California, todo fue bien hasta que mi padre perdió el trabajo y la situación económica de la familia se fue a la mierda.
Como no hacía más que empeorar todo, mi padre se dio al alcoholismo, arrastrando así a mi madre con él, ella murió de un cáncer de hígado con solo 27 años y mi padre roto por su pérdida un día después de beber hasta tarde se montó en el coche conmigo en el asiento de atrás, choco y lo perdí también.
Meses después me "adoptó" Esme, y sí, lo digo entre comillas, ella vivió de orfanato en orfanato de pequeña y eso le hizo querer cuidar a niños que lo necesitarán y darles la oportunidad de un hogar, un sitio al que pudieran llamar casa, rodeados de personas a las que pudieran llamar familia.
Y lo consiguió, a sus 43 años había acogido a seis niños, y nos hizo feliz a todos, nos dio el apoyo, los consejos y la protección de unos padres.
Incluso no teniendo mucho presupuesto, nos sacó a delante a todos.
Fui la segunda en llegar a los brazos de Esme, el primero fue Bart, abandonado por sus padres en una gasolinera, la pobre había estado tranquila con él, ya que de pequeño había sido un angelito, pena que no le durara en el futuro. Luego con mi llegada la cosa cambió, era un terremoto, allí donde llegaba yo la tranquilidad se acababa. No es que fuera mala, solo que no podía estarme quieta.
Llegó a pensar que sería imposible descansar alguna noche, por más que lo intentaba solo quería jugar, y tuvo que pedir consejo.
Le dijeron que podría intentar apuntarme a alguna actividad física para agotarme y nada más llegara a casa me quedara dormida.
Decidió apuntarme a clases de baile, y más que agotarme llegaba muchísimo más activa, solo quería enseñarle todo lo que aprendía día a día, pero eso acabó, cómo vio que no funcionaba me quito de las clases.
Durante la siguiente semana solo lloré, todos los días, había encontrado mi sitio y quería volver.
Sin saber ya que hacer volvió a llevarme. Un día se quedó a ver la clase, y al ver lo feliz que era saltando de un sitio para el otro comprendió que debía seguir allí.
Y así conocí a Alex.
Nos habíamos hecho grandes amigas.
Un día al salir de las clase de baile Esme vino a recogerme, y mientras esperaba a que yo saliera vio como llegaba el padre de Alex a recogerla, el hombre olía a alcohol y tabaco, se tambaleaba y apenas se sostenía en pie, cuando Alex llegó hasta él, éste le empujo haciéndola caer y así que la pequeña empezara a llorar.
Al ver eso ella corrió hacía la niña y con el testigo de todos los presentes llamó a la policía.
Metieron al padre de Alex en la cárcel poco después por atracó a mano armada utilizando de cebó a su hija, con esto una orden de alejamiento de la niña.
Y así Alex paso a ser parte de la familia.
La casa se iba llenando de vida poco a poco, Alex, Bart y yo éramos inseparables, mientras nosotras íbamos a baile él se sentaba a vernos, luego jugábamos toda la tarde sin parar.
Esme podía estar orgullosa de la familia que estaba formando.
Paso bastante tiempo hasta que los dos gemelos llegaron, con tan solo 8 meses, sus padres perdieron la vida en un accidente de tráfico, el conductor del otro coche iba colocado hasta las cejas y después del accidente se dio a la fuga.
No sabíamos cómo cuidar de dos bebes tan pequeños, para ese entonces Alex y yo ya teníamos 9 años y Bart 14. Habíamos estado solos durante ocho años, y de un momento a otro nos vimos desbordados con dos bebes.
Pero todo se puede conseguir, eso lo teníamos claro, tanto como que no dejaríamos que esos niños fueran a un orfanato.
Y poco a poco esos dos angelitos que solo dormían y comían se fueron volviendo los mismísimos discípulos de Satán.
No sabíamos con qué ataque iban a sorprender cada día, esos pequeños diablillos amaban jugártela siempre que podían.
Y hasta siete años después no llego el último miembro de la familia.
Amber, al parecer su madre mientras la bañaba cuando tenía tres años se olvidó de ella y casi se ahoga, esto le hizo perder gran parte de su audición.
La Protección de menores llamó a Esme desesperados por que la niña se negaba a relacionarse, a comer y a bañarse. Decidió acogerla y en solo un mes la pequeña de cinco años ya era una persona nueva, habíamos conseguido en la primera semana hacerla reír, después de esto la pillamos comiendo a escondidas y de ahí a todo ser normal en su día a día.
Esto era lo bonito, como de la nada todo tuvo sentido y como todos nos unimos. No llevábamos la misma sangre y sin embargo estábamos más unidos que algunas familias de sangre.
Luego estaban los baches malos, como cuando no había dinero, o cuando la desesperación por el miedo a que pasará llegaba, con solo un sueldo en casa no podíamos, y Esme estaba cansada de luchar por una ayuda para el cuidado de niños huérfanos, pero como su casa no tenía el título de orfanato no se la concedían.
Un día Bart nos llevó a Alex y a mí a la calle, allí a cada persona que pasaba le contábamos nuestro caso, hasta que con la ayuda de la gente del barrio conseguimos que nos ayudaran.
Gracias a esto Alex y yo podíamos seguir en nuestras clases de baile, Bart pudo jugar al rugby, el logopeda de Mark, y el colegio especializado para la discapacidad de Amber.
Alex y yo estábamos enamoradas del mundo del espectáculo, del arte, de la música... todo era fascinante para nosotras.
Cuando llegamos a bachillerato ambas tiramos por el camino de las artes y escénicas.
Era duro saber que no podríamos seguir estudiando lo que queríamos, ya que dos carreras se nos iban de presupuesto. Pero entonces nos dieron la gran noticia, nos habían conseguido una beca de baile, nos querían en una de las academias más prestigiosas de Nueva York, allí nos pagarían los estudios, tanto académicos como de baile.
Era un sueño hecho realidad, y é aquí el porqué de las maletas tamaño XXL, nos íbamos a Nueva York.
Teníamos 18 horas para prepararlo todo, mochilas, cajas con pertenencias, salir a comprar ropa de invierno de más, comida y cena familiar de despedida... uff demasiadas cosas, nuestro avión salía a las cuatro de la mañana, no entiendo estos horarios, ¿Qué pasa, los del aeropuerto no duermen?
Mínimo dos horas antes para facturar maletas y embarcar. Algo me decía que perdíamos el avión hoy.
—¡Jazz! —grito Alex —¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? —pregunto indignada.
—Eh... ¿Sí? —le pregunté con miedo a que me volviera a lanzar algo a la cara por segunda vez en el día.
—Tía —salto sobre mí abrazándome con mucha fuerza —hoy nos vamos.
—¿Quién lo iba a decir? —respondí con un nudo en la garganta —o juntas o nada.
—A las dos o a ninguna —termino mi frase.
Eso nos lo repetía Bart cuando las dos teníamos miedo de chicas, siempre nos decía -Acordaros de esto siempre, o juntas o nada, a las dos o a ninguna- esto nos ayudó a luchar con los monstruos de la oscuridad, repetíamos eso, una y otra vez, así sabrían que si venían a por una se enfrentaban con las dos.
No sabíamos nada, si iba a ir bien, o sí sería nuestro sitio, pero él no ya lo teníamos y íbamos decididas a por él sí.
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Discordia
Teen Fiction-Tu nombre ahora - No sabía por que pero me sonaba de algo, a este chico ya lo he visto yo antes. -Parece que se ha quedado pillada - Se río uno sus amigos a su lado. Normal en esta situación también me reiría. -Jazz ¿Qué cojones a pasado? - Creo qu...