Veneno en la piel

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Veneno en la piel


—Tía, cógele el puto teléfono, no seas así.

Mara repiquetea los dedos sobre la mesa, Carlos lleva llamándola días, enviándole mensajes, en definitiva intentando contactarla por todos los medios posibles, pero ella todavía sigue enfadada. No solo fue la forma como le habló, con esa condescendencia tan repugnante, como si ella fuese una estúpida por mostrar algo de humanidad, sino la carencia de empatía que demostró, con esas opiniones tan rancias. Siempre supo que era algo conservador, pero no esperaba que se comportarse como un energúmeno clasista a la primera de cambio.

Puede que parezca una tontería, pero ella ha basado buena parte de su vida en seguir sus principios, dando por ellos hasta la salud en muchas ocasiones, estar con una persona que se caga sin ningún tipo de pudor en cosas que para ella son realmente importantes no tiene ningún sentido. Ahora es eso, pero está seguro de que si sigue con él, en un tiempo saldrán a relucir temas peores, y ella no quiere enfrentarse a la posibilidad de que realmente tener que decidir entre lo que siente y lo que piensa pueda sucederle un problema. Ahora todavía están a tiempo, cortar por lo sano es fácil, pero más adelante no puede saberlo.

—Paso —responde con frialdad.

—Mara, yo también estoy de acuerdo en que se comportó como un capullo, pero al menos se merece que le cojas la puta llamada. Otra cosa no, pero el tío está poniendo de su parte.

Sandra le resulta molesta, en realidad todo el mundo le dice lo mismo, que al menos debería responderle o algo. Ella también sabe que tienen razón, pero no le apetece tener que enfrentarse a esa conversación, ni al drama, ni nada. No tiene ganas de ello, ha vivido tanto estrés con todo lo que pasó con Jaime que solo le apetece tener relaciones que no le supongan ninguna carga mental. Estar con Carlos le venía bien porque no le daba ningún problema, ahora las cosas se han torcido y ya no le hace tanta gracia.

Y el móvil vuelve a sonar, Mara suelta un bufido ante la mirada reprobatoria de su amiga. Joder, al final le tocará ceder, qué cansina es la gente. Respira hondo y descuelga.

—¿Diga?

—Me parece bastante inmaduro por tu parte que me mandes a la mierda y luego no seas capaz ni de contestarme a un mísero mensaje —la voz de Carlos suena cabreada, como cuando pega reprimendas en clase porque todo el mundo se ha cagado en hacer sus estúpidos trabajos, con ese tono serio y cortante, le pone de los nervios.

—Si vas a darme la chapa te cuelgo, ya te dije que las escenitas paternalistas no me gustan nada.

Sandra le da un empujón, haciéndole un gesto para que afloje. Pero es que no le da la gana, o sea está haciéndolo otra vez, hablándole como si fuese una cría. No hay cosa que le ponga más nerviosa, de verdad, ella no es ninguna limitada de las narices, pueden dirigirse a ella como un igual, no cuesta nada.

—Mara llevo llamándote una semana, ¿de verdad te vas a poner en plan defensivo? —Inquiere él, incrédulo—. La gente normal queda y habla de las cosas.

—Es que no hay nada de lo que hablar.

—¿Te parece que estar de puta madre en mi casa y que me dejes plantado a las tres horas no es algo para hablar?

—Sabes perfectamente por qué ha pasado lo que ha pasado, no te hagas el loco.

—No puedes pasar de la gente solo porque no piensa como tú.

—No, pero sí puedo hacerlo porque se caguen en las personas, y es lo que he hecho.

—¡No me jodas!

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora