Capítulo 23

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Faltaban pocos minutos para que Samantha saliera hacia el aeropuerto, justo en el momento que ella se terminaba de abotonar la chaqueta, su celular comenzó a sonar. Se pasó la mano por el cabello mientras caminaba hasta la cama donde reposaba el aparato. Puso los ojos en blanco al ver el número en la pantalla. Amor. Diablos, tendría que eliminar al susodicho o definitivamente cambiar de número, porque al parecer el pelirrojo no había dormido en toda la noche, ya que no había dejado de intentar comunicarse con ella. Sobre todo, después de que, por error, ella le contestara la primera llamada. Samantha fastidiada de tanta insistencia, lo terminó apagando. No le interesaba tener ningún tipo de interacción más con él, ya le había dicho todo lo que se merecía, por ende, entre ellos, ya no quedaba nada más que hablar. Se pasó la mano por el rostro.


Cuando había llegado del club, de inmediato se había metido a bañar. Todavía le temblaba un poco el cuerpo después de semejante encontrón que había tenido con el pelirrojo. En cuanto reposó la cabeza en la almohada, lista para dormir, sintió la vibración de su celular. Giró su cabeza hasta la pared que era adornada por un enorme reloj y al mirar la hora se percató que eran casi las cuatro de la madrugada. Sin siquiera ver de quien se trataba, deslizó el dedo por la pantalla y contestó, lo que fue un error garrafal, porque del otro lado de la línea estaba el pelirrojo dispuesto a decirle de todo, y ella, por supuesto que no se lo esperaba, por eso quedó de una pieza cuando lo primero que escuchó fue...

—¡Maldita zorra! —Samantha se sentó de inmediato sobre el colchón —. Te fuiste dejándome con la maldita palabra en la boca —sin embargo, salió de su impresión de inmediato.

—Me importa un carajo, puesto que era yo quien debía ponerte en tu sitió de una buena vez.

—¡Claro!, seguramente ahora estás con ese bastardo, ¿no?

—Y si así fuera, ¿qué te importa?, ¡ya no eres parte de mi vida!

—Ni creas que me voy a conformar con que me hayas dejado, ¡¿me escuchaste?!

—Doménico, de verdad, déjame en paz.

—Sam, yo te quiero —ella abrió los ojos y de un solo salto se puso de pie —. Esto...

—¡No te atrevas a decir que me quieres! —gritó a la vez que comenzaba a pasearse por la habitación.

—¡Es verdad! Amor, escucha...

—¿Amor?, ¡qué burdo suena eso en tu boca! —resopló —. ¿Qué otra mentira me dirás? ¡Solo falta que te atrevas a decirme que también fue un puto sueño todo lo que vi! —bufó harta de tanta falsedad —. Lamentablemente, yo dejé de quererte el mismo día en que te oí como follabas con otra —hizo crujir su mandíbula —. Además, ¡me acabas de llamar otra vez zorra!, ¿quién demonios te crees que eres?, ¿eh?

—Fue un error, no debí decir eso —silencio —. Lo que pasó en el club fu...

—Ya te dije que me importa una mierda lo que hagas con tu vida, porque ya no estamos juntos —dijo con la seriedad de un latigazo en pleno rostro.

—No puedes dejarme así. No me conformaré con ver como lo nuestro se me va de las manos.

—Pues yo tan solo me conformo con no volver a verte en lo que me queda de vida —escuchó el silencio a través de la línea —. Si sigues ahí, te digo que, solo te bastó con ir una sola vez a ese club para que lo que alguna vez tuvimos, se fuera directo al infierno. Adiós.

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