Patético y con el corazón roto.

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"Espero que tengas una muy feliz navidad

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"Espero que tengas una muy feliz navidad."

Tecleo y envío a su chat, a pesar de que su usuario aparecía desconectado. Probablemente esté con su familia...

El reloj da las doce, pero no es algo que me emocione. Nunca me emociona.

"Te extraño" tecleo. Pero este no lo envío. Él ya lo sabe, ¿no?

Se preguntarán si no es patético enviarle mensajes a tu ex en navidad (y cumpleaños y Año Nuevo y fiestas importantes), pues sí, lo es.

Especialmente cuando él no te responde ninguno de estos.

Patético es mi definición. Patético y con el corazón roto.

Pero no me siento culpable. Es decir, él me dejo a mí. Y pasó muy poco tiempo como para ya haber hecho mi duelo.

Es que... lo extraño demasiado.

Tomo mi pote de helado, dejo la notebook en la mesita con la película romántica aún puesta, y me dirijo al sillón. Me tiro contra la suavidad de las mantas y le permito a mi mente rememorarlo una vez más. Como llevo haciéndolo por dos semanas ya.

Estuvimos juntos durante tres años. No empezamos como la mejor pareja ni fue amor a primera vista. De hecho nos odiábamos de cierta manera. Recuerdo que era mi primer día en el instituto nuevo, mis padres se mudaban demasiado como para yo poder hacer amigos por lo que me encontraba totalmente solo y perdido. La primera vez que lo vi a él, yo estaba parado en medio del pasillo pidiendo indicaciones, me acerqué para preguntarle por mi aula pero solo paso de mí, me puso mala cara y siguió de largo con su camino.
En ese instante me pareció un imbécil. Y me lo seguía pareciendo después; cuando por fin pude encontrar mi salón, él estaba ahí. Como si no fuera suficiente, tuve que sentarme al lado del niño arrogante. Nos llevábamos horrible, desde insultarnos a mirarnos mal sin ningún sentido. Y es por esto que cuando sentimos química entre nosotros, ambos estuvimos sorprendidos. Nuestro primer beso... fue unos meses después de habernos conocido y fue la primera conexión que tuvimos que no sea lanzarnos dagas con los ojos. Ambos estábamos castigados por casi habernos pegado en el patio del colegio (larga historia: él me llamó "maricón" enfrente de todos. No es que se equivocara, pero yo seguía en el closet en ese momento), y teníamos que estar una semana limpiando la cancha de baloncesto una vez el último turno hubiera terminado. Por lo que éramos nosotros dos solos (y el conserje) en el colegio de noche. Solos. Dos personas que se llevaban mal. No sé a quién le pareció una buena idea. Sucedió cuando estábamos terminando el turno de aquella noche. A él le pareció buena idea mojarme con su trapeador. No sé si aquello fue de forma juguetona o para realmente molestarme, pero yo le seguí el juego sin saber sus intenciones verdaderas. En menos de cinco minutos ambos estábamos empapados y el suelo no estaba más limpio. Riéndonos y jugando como si fuéramos mejores amigos de toda la vida. De alguna manera tropecé con el piso mojado y él, intentando atraparme tal vez, cayó encima de mí. Fue un beso típico. Ambos con nuestra respiración agitada por las risas, y quizás también por nuestra cercanía; los ojos fijos en los del otro, el aliento de ambos mezclándose, las sonrisas se apagaban para dejar que el deseo, oculto desde quien sabe cuánto tiempo, se encienda. Él dio el primer paso. Lo separé al instante con una expresión de confusión en el rostro como jamás tuve. Sin embargo, mi cuerpo actuó por su cuenta y me acerqué para besarlo una vez más. Mejor esta vez. Nos enredamos en el suelo mojado como si fuera la última vez que probaríamos los labios del otro. Ninguno de los dos sabía de dónde salió tanta pasión. Y tampoco nos lo cuestionábamos, estábamos demasiado ocupados mordiendo y chupando los labios del otro. A partir de esa noche todo cambió. Nuestras diferencias parecían ser cosa de otras personas. Nos pasábamos todo el rato que podíamos besándonos, hablando, mirándonos. Recuperando el tiempo perdido lo llamaba él. No nos llevó mucho tiempo ponernos de novios. Y pasaron tres años. Hasta que un día (hace dos semanas) me llega un mensaje diciéndome que quería espacio y que no lo llamara. Eso fue lo último que supe de él hasta el día de hoy.

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