Se sienta en los bancos de la estación del tren con la vista clavada en el suelo y la mirada perdida, al igual que todos los días.
Él la observa por la ventanilla del tren, a la mañana y tarde cuando vuelve de su trabajo, y siempre la encuentra allí, esperando algo, que nunca llega.
Ella llora y se seca el rostro con las magas de su camisa, pero estas siguen cayendo, decididas a no detenerse.
Él toma el coraje y, a las ocho de la mañana se baja el tren, sentándose a su lado.
Ella lo mira y un destello aparece en sus ojos. Lo conoce. Intenta sonreír, pero sólo sale una mueca desagradable, que a él parece encantarle. Nota que sus mangas se han subido y rápidamente intenta bajarlas, pero ya es tarde. Él ha detenido su mano y acariciado con el pulgar sus cicatrices.
La mira y seca una nueva lágrima que brota por sus ojos café. Nota el pánico en su mirar, pero él ya conocía esas marcas. Entreabre los labios y luego calla. Lo vuelve a intentar varias veces, hasta que se anima a decir lo que lleva tanto tiempo planeando.
-Quiero que me cuentes la historia- susurra y ella vuelve la vista a él.
-¿Mi historia?- pregunta con el ceño fruncido, pero un brillo indescifrable en sus ojos.
-No, la de tus cicatrices- responde y toma su mano entre la suya, observando su cuerpo y deliñeando cada corte, quemadura y moretón que quedan a la vista.
Ella inhala aire fuertemente y luego suspira, para comenzar a contarle lo que lleva tanto tiempo guardando.