~ II ~ A ver, yo soy...

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En el nuevo documento había esto escrito:
"¿Alguna vez has pensado que las personas que te conocen saben una cosa de ti, pero realmente no lo saben todo?¿Nunca has querido mostrarte y gritarles a todos quien crees que tu eres? ¿Nunca has sentido que escribir tu historia puede ayudarte a entenderte a ti misma, porque sabes que realmente ni siquiera tu te entiendes?

Bueno, pues yo si. Y por ello escribo esto. No se muy bien si realmente me va a ayudar o me va a servir de algo, solo sé que ya estoy harta de ver como los demás dicen cosas maravillosas de mí y yo, en cambio, solo puedo pensar cosas malas. Bueno, siento meter este rollo. Voy a empezar...

Me llamo Lara Márquez Sáez, tengo 19 años. Nací en Pamplona el 17 de enero, un día frío en que todo el mundo estaba calentito en su casa. El año pasado acabé el Bachillerato artístico y empecé la carrera. Yo siempre he querido ser actiz, pero en vez de matricularme en Artes escénicas, decidí ir a Bellas Artes. Principalmente porque mi madre no me dejaba hacer Artes escénicas, no sé por qué.

Bueno, tampoco es un drama. Me encanta dibujar y pintar y, aunque me hubiese gustado más estudiar para ser actriz, las Bellas Ates también me gustan mucho. Además, mi madre está muy contenta porque saco buenas notas, que no es una novedad, pero bueno. Lo que si que es novedad es que me felicite por mis notas.

En la Uni tengo algunas amigas y amigos, pero con quien mejor me llevo es con mis amigas y amigos del insti. La verdad es que estoy muy agradecida de tenerlas porque siempre han estado ahí apoyandome incluso en los momentos en los que estaba depre. ¡¡Uyy, que cursi a sonado!! Bueno, el problema no es ese.

Mi problema soy yo. Todas las personas a las que conozco me dicen que soy genial y que soy "perfecta". Hay gente que dice que les gustaría ser como yo. Pero yo pienso todo lo contrario. Quizá simplemente sea porque a una nunca le gusta como es, pero creo que también cuentan otras cosas. Principalmente yo me conozco completamente, o eso creo, y ellos, en cambio, solo conocen una parte de mi. No es que les haya mentido sobre como soy, solo que hay una parte que siempre escondo. Supongo que por miedo, no lo sé.

Os preguntaréis por mi familia, bueno, seguramente no os lo preguntaréis. Pero, bueno... Tengo una maravillosa familia. Mi madre se llama Iris Sáez. Es profesora de Lengua castellana y literatura en un Instituto. Mi padre se llama Álex Márquez y es profesor de Genética en la Universidad. Tengo un hermano mellizo llamado Pau Márquez Sáez. Pau está haciendo la carrera de Biología y también saca muy buenas notas. Así que nunca he sido el mayor centro de atención en la familia y mis padres me exigen bastante con los estudios por el echo de ser profesores."

Esto era todo lo que había escrito. Lo guardé en el ordenador con el nombre "Lara". ¡Que original, ¿verdad?! A veces hasta yo me río sarcásticamente de lo original y lo creativa que soy. Me doy pena.

Bajé la tapa del ordenador y me aparté del escritorio. Cogí el mando y apagué la radio. La música ya hacía rato que se había parado.

- Lara - marqué yo con mis labios como si estuviese hablando sin emitir sonido. Para mí, eso lo había dicho otra persona. Alguien que en ese momento se encontraba conmigo en mi habitación. Pero que nadie veía ni escuchaba.

Se hallaba sobre mi cama, en el rincón que se forma entre los pies de la cama y mi armario. Era una chica, más o menos de mi edad, quizá un poquito mayor, pero no mucho. Su cabello castaño caía sobre sus hombros, ondulado, haciendo que la luz se reflejase en él. Su cara era redondita y tenía una piel blanca casi impecable. Era tan bonita. Sus cejas castañas se arqueaban ligeramente al final de sus ojos, como si quisieran protegerlos. Unos destellos de luz salían de sus grandes ojos, de un color ámbar precioso. No llevaba maquillaje. Su nariz era fina. Sus labios eran... la verdad, no sé cómo describir unos labios. Solo sé que me gustaban. No era muy alta ni muy delgada. Para mi era, simplemente, perfecta. Sonreí.

- Hola, Paula.

- ¿Qué te pasa? Sabes que puedes contárme lo que quieras. Te escucho.

- Lo sé. Pero no sé muy buen que me pasa. - hice una pausa - He empezado a escribir. Una historia sobre mi misma.

- Eso esta bien - dijo Paula, riéndose simpáticamente.

- Sí... bueno,... no sé muy bien si me va a servir de algo.

- ¿Por qué lo escribes?

- No sé.

- Sí lo sabes - me cortó.

- Supongo que para entenderme. Y para huir de mi misma. Sabes que no me gusta nada como soy. Ojalá nunca hubiese nacido.

Me miró con cara de pena, como siempre hacía, mientras negaba con la cabeza.

- Lo digo en serio - retomé - Si no hubiese nacido, todo el mundo estaría muchísimo mejor. De verdad.

Las lágrimas empezaron a cubrirme los ojos. Y, sin previo aviso, descendieron por mis mejillas. No quería volver a llorar. Así que me arremangué la manga de la camiseta y hundí mis propias uñas en mi brazo desnudo. Dejé de llorar y seguí apretando. Me dolía, pero era lo que merecía.

- Para - dijo Paula, calmadamente.

Yo sabía que debía parar, peeo negué con la cabeza. Estaba en trance. Solo quería hacerme daño. Ver mi piel roja cuando parase. Notar, si podía, la sangre manchar mis dedos y meterse en mis uñas. Me daba rábia. Mucha rábia. Y me solté.

Empezé a arañar el plástico que recubria el escritorio. Y empezé a morderme los labios, haciendo que grandes chorros de sangre inundasen, de pronto, mi boca.

- Para - volvió a repetir Paula, esta vez más fuerte.

- No puedo. - me mordí el labio - ni quiero.

Paré de arañar la mesa y me llevé las manos al cuello. En mi nuca, encontré lo que buscaba. Una cadena de uno de los collares que llevaba. Era el enganche de hierro. Me lo coloqué en la nuca y apreté. Noté como el hierro se hundía en mi piel, haciéndome mucho daño. Estuve un rato así. Me odiaba a mi misma. Me odiaba con toda mi alma y mi corazón.

Cuando paré, cansada, Paula volvió a hablar.

- ¿Ya...? - me dijo y yo la miré. - ¿Cuándo dejaras de comportarte como una niña pequeña que quiere hacerse la víctima?

Me quedé incrédula, mirándola. Sabía que tenía razón, pero me dolía que me lo dijese ella. Cerré los ojos, apoyando la cabeza en el respaldo de la silla.

Estuve un rato en silencio. Después, me levanté de la silla y salí de mi habitación. Mis padres y mi hermano estaban trabajando cada uno en lo suyo y no se dieron ni cuenta de que no estaba estudiando.

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