Tenemos que hablar - 1 -

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Tenemos que hablar.

Rodrigo esperaba con ansias la llegada de su novia, Amanda, ella por fin había accedido a ir a su casa después de tantos meses de invitarla, él no podía entender por qué se negaba, por qué decía excusas, simplemente era para ver algunas películas, o acostarse, literalmente, en el sofá o en la cama. Entonces pensó que quizás ella no iba porque pensaba que la invitación debía terminar en sexo. La semana pasada ya habían cumplido dos años de noviazgo, y hasta ese momento siempre se había negado a ir a su casa, "No puedo" o "No tengo tiempo" u "Otro día ¿Si?" eran una de las tantas respuestas secas que ella le daba, y él, confundido, solo esperó.

Pero esta vez era distinto, Amanda dijo que iría a su casa en ese instante. Rápidamente, limpió todo el cuarto, el comedor y cocina, Rodrigo vivía en un departamento en el centro de Buenos Aires, se podría decir que era alguien de dinero, alguien de una muy buena familia, y que contaba con una billetera abundante en tarjetas de crédito y cheques... y esa era la pura verdad, pero jamás le había gustado "depender" de los demás. Esa fue una de las razones por las que se mudó a vivir de manera independiente, trabajando; Rodrigo tenía entonces 26 años y se había graduado de la universidad como ingeniero informático.

La mujer subió por el ascensor, nerviosa, meditando las palabras, repitiendo cada frase que había anotado en la libreta, la noche anterior, entre lágrimas de desilusión, Amanda había esperado por esa charla hace un tiempo ya, y la ansiedad podía poco a poco con ella, haciéndola morder su propio labio, lastimándoselo sin darse cuenta. Al percatarse de que el ascensor ya había abierto sus puertas, titubeó por unos segundos ¿Realmente iba hacerlo? ¿Realmente iba a decirlo todo eso teniéndolo frente a ella? ¿Le escupiría esas palabras de odio?

¿Eso estaba bien? ¿Estaba mal? Ella no podía saberlo, o al menos, no quería saberlo, no quería saber qué tan bueno, o tan malo, podría ser.

Caminó unos pasos, dobló por un pasillo. Rodrigo ya había terminado de doblar su ropa y cambiarse la que traía, necesitaba estar presentable para su primer encuentro en su casa. Ella ya se encontraba frente de la puerta, muerta del miedo, de la ansiedad, de los nerviosos espasmos en sus piernas.

Él abrió la puerta con una sonrisa... la cual se borró en cuánto vio las lágrimas de la pequeña. Desconcertado, tomó la mano del amor de su vida y la hizo entrar, pero en cuanto ella cruzó y él cerró la puerta, la pequeña rompió en llanto, mordiéndose el labio, murmurando insultos a quién sabe quién. Rodrigo la rodeó con sus brazos, simplemente eso, él había aprendido, con el tiempo de su relación, que ella jamás le diría a la primera lo que le pasaba, lo que sentía, él sabía que esas lágrimas, que por la manera que mordía su labio, y que ella se dejaba abrazar sin corresponderlo, Rodrigo sabía que ella estaba a punto de confesarle algo, o de decirle algo que es importante, que le duplicó el desconcierto, y la angustia. ¿Algo le había pasado a la pequeña? ¿Ella había arreglado el encuentro para hablarle de un asunto en concreto?

Muchas preguntas pasaban por su mente, mientras que en la de ella, solo pensaba en una frase:

"Te amo."

"Te amo, demasiado."

Ambos permanecieron de pie, apoyados contra la madera, él intentando mantener la calma, la cabeza fría, mientras le acariciaba el cabello con una mano y la rodeaba con la otra, ella, en cambio, lloraba las palabras que estaría a punto de decirle, una emoción le hacía estrujar su pecho, le hacía doler, le hacía sentirse mal, sentirse rota, como si todo el valor que había juntado desde que tomó aquel bus desde su casa, desde que bajó del taxi, el que juntó al tocar la puerta se hubiese esfumado al ver la sonrisa de Rodrigo, la que le hizo tanto llorar como reír.

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