III Un Omega inteligente

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Holmes se sentía orgulloso de sí mismo, no solo había dejado satisfecho a su Omega sino que, por si fuera poco, llevaba toda una semana resistiéndose a sus feromonas, lo cual significaba que hasta cierto punto aún tenía salvación. Sin embargo, su inteligente Omega se había ya impuesto una meta, John estaba decidido a que su Alfa le hiciera suyo sí o sí, ya era un niño grande, sabía lo que significaba la determinación y si había algo que aprendió perfectamente de Holmes es que no debía rendirse. Jamás.

El detective, por su parte, no solo se pasó la semana esquivando las claras insinuaciones del Omega, Scotlan Yard le llevaba cada vez más casos complicados sin resolver. En la mayoría pudo ayudarles desde casa, no obstante para un par de ellos se había visto en la necesidad de dejar Baker Street. Sin embargo, el entusiasmo que le absorbía ante aquella variada gama de acertijos no fue la suficiente como para cegarlo de los puntos, los aristas que conectaban en cierta forma sus casos más complicados, no estaba seguro, sin embargo había en ellos ciertas características que se asemejaban entre sí. Como si todos esos planes fuesen orquestados por la misma persona.

De cualquier forma, aquello no era por ahora más que una idea, pondría en ella su atención pero no se desvelaría en pos de seguirla. No por el momento, al menos. En caso de que pudiera ver más semejanzas iría sobre ello, si había alguien con la inteligencia suficiente como para orquestar ese nivel tan elevado de crímenes causaría un problema sumamente complicado, uno el cual ni siquiera los dramáticos de Scotlan Yard pudieran imaginar.

—Ha mejorado notablemente, señor Watson, permítame felicitarle. —Escuchó decir Holmes al tutor de John. El profesor Moriarty estaba realmente sobre calificado para impartir tutoría a su Omega, no obstante era un hombre simple que no había tardado mucho en aceptar ser el tutor del protegido del afamado detective privado Sherlock Holmes. El hombre tenía su propia catedra en una pequeña pero renombrada universidad, en sus ratos libres se dedicaba a leer o a dar puntuales paseos al parque en donde tendía a pasar un par de horas alimentando a las palomas. No obstante, al ser también un Alfa soltero, Holmes estaba siempre presente durante el tiempo que duraba la clase que impartía a John, misma a la que en general no prestaba mucha atención.

Más tarde, cerca de la una, luego de que llegase el tutor de geografía, impartiera su lección y se fuera, la señora Hudson sirvió a la mesa la comida. Holmes no tenía pensado ni siquiera voltear a ver los platillos, mientras John comía un poco de todo lo que tenía enfrente. El Omega, sin embargo, no perdía de vista al detective, lo encontraba más sumergido en sus pensamientos de lo normal, sabiendo que por el momento no estaba a la mitad de un caso, no podía imaginarse qué podría estarle causando tal nivel de abstracción. Suspiró derrotado, le conocía perfectamente, y a sabiendas de que preguntar sería completamente inútil, decidió terminar primero con sus alimentos antes de comenzar a insistir.

Holmes, sentado sobre su sofá frente a la chimenea, con libro en mano y una manta sobre su regazo, no podía encontrar en esas páginas algo que le distrajera de su idea sobre aquel enemigo cuya existencia era incierta. Más, cuando sintió un par de delicados brazos abrazándole por detrás y aquel perfume suave y tranquilizador acaparando su olfato, pudo encontrar finalmente un poco de paz. John le besó en la mejilla, acercándose lentamente a la comisura de sus labios. Justo cuando creyó que le besaría en la boca, se detuvo. Su travieso Omega le había castigado no dejándole probar sus adorables labios y hasta que Holmes le hiciera completamente el amor no le daría tal placer. Ante una tentación como esa, su instinto Alfa solo le hacía desear probarle de una vez por todas.

—Salgamos a dar un paseo, tu tención me está matando. —A pesar de que afuera el cielo estaba tapizado con nubes amenazando estallar en cualquier momento, Holmes realmente necesitaba aire fresco para ayudarse a despejar la mente de un enemigo que probablemente no existía.

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