VI Un Omega angelical

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El trayecto a casa resultó de lo más tranquilo, o al menos así fue para John, quien se había quedado dormido en los brazos de Holmes no mucho después de iniciado el viaje. El detective por su parte no pudo en ningún momento dejar de sentir preocupación por todas las cosas que le pudieron haber pasado a su querido Omega. Y eso era peor que un infierno; el dolor que se negaba a abandonar su pecho, los desesperados pensamientos sobre lo que pudo haber pasado y la decisión de dejar solo a John aun teniendo sospechas sobre un peligro latente por los alrededores. No era nada más que un error de principiante, si él temía por algo, por más pequeño que fuera, debía por fuerza significar algo. Tenía un sexto sentido perfectamente desarrollado y aun así...

La señora Hudson salió a su encuentro cuando arribaron a Baker Street luego de casi una hora del viaje más tenso que el detective hubiera tenido jamás. En medio de palabras conciliadoras y disculpas infinitas Holmes le pidió entregar sus disculpas en forma de la comida que debía subir cuando John se despertara. Subiendo entonces las escaleras el detective se aseguró de cerrar bien la puerta que daba a la sala y luego la de su habitación.

Dejó a John sobre las cobijas frías de la cama. Sus manos temblaban todavía. No veía sangre por ningún lado pero eso poca o nada de tranquilidad llevaba hasta su pecho. Cuando empezó a abrir cada botón del pequeño saco del traje gris claro que usaba su Omega, observó como este abría ligeramente sus preciosos ojos verdes. Sentado sobre la cama, con el cuerpo de John recostado a su lado, podía moverse con mayor soltura, así pues colocó una mano sobre la nuca del menor y la otra en un pequeño cardenal sobre su suave mejilla.

—¿Qué es lo que te hizo? —Preguntó Holmes, su voz casi un susurro. John negó con la cabeza un par de veces y el detective no quiso insistir, ya lo averiguaría él mismo.

Una vez abrió el pequeño saco lo retiró con sutileza del brazo derecho, más al pasar al otro pudo sentir claramente un agudo dolor clavándosele en el pecho, su Omega trató de callar, pero no pudo evitar gritar cuando la tela fue retirada. Deshacerse de la blanca camisa fue solo un poco menos doloroso, al menos físicamente hablando. Holmes pudo sentir como un enorme pedazo de su corazón se quebró al ver los grandes y oscuros moretones abarcando casi toda la cara externa del brazo de su Omega. La culpa le atravesó en forma de mil espadas.

—No es... tan malo... como se ve —dijo John, tratando de dibujar una sonrisa, sin embargo Holmes no podía creer nada de eso cuando su pequeño niño tenía su brazo cubierto por todos esos duros golpes. Ni siquiera se atrevió a tocarlo o a moverlo, pero su Omega, terco como muchas veces antes, llevó su brazo lastimado hasta su rostro, pudo sentir su dolor acompañado por una férrea determinación y por un profundo anhelo, ante eso no pudo quejarse cuando los pálidos dedos acariciaron su mejilla—... Alfa... bésame —pidió con dulce voz y Holmes no tardó un segundo en unir sus labios en una profunda pero lenta danza, una en donde sus lenguas y sus alientos se fundieron en uno solo. En donde sus corazones comenzaron a latir al mismo tiempo, sus almas daban finalmente un suspiro de paz.

Y por más que lo hubiera deseado, Holmes no pudo separarse de su Omega hasta que a este se le hincharon los labios y una seductora pátina de saliva les hacía brillar como diamantes a la luz del sol colándose por la ventana. Con uno de sus brazos sostenido su peso sobre el delicado cuerpo de John, separó su rostro apenas lo suficientemente alejado del menor para dejarlo recobrar el aliento, aun así sus narices se tocaban con cada profunda inhalación del Omega. Sus ojos grises totalmente maravillados por tan exótica imagen. Esos labios, esas mejillas sonrojadas, aquella jadeante respiración y toda la piel desnuda debajo de él solo hacían crecer todavía más el deseo por poseer a tan hermoso Omega.

Paraíso infernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora