V Un Omega problemático

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A su retorno a Baker Street, poco después de salido el sol, Holmes encontró en su puerta media docena de policías. Desafortunadamente el caso de la señorita Stoner le había obligado a permanecer toda la noche lejos de su hogar, sí, logró resolver el problema, más ahora mismo no estaba seguro de si realmente fue buena idea alejarse tanto del 221B. Todos esos oficiales no le daban la menor señal de una buena noticia, peor aún al notar que su adorable Omega no había salido a recibirlo con el entusiasmo de siempre.

Mientras salía del coche y apartaba sin un gramo de sutileza a los policías, un hueco se instaló en su estómago, no quería ni pensarlo, pero las señales estaban ahí, toda aquella fanfarria se debía a John. Con las miradas sobre él de ese montón de terceros llegó hasta el segundo piso, la señora Hudson le miró al instante, tenía los ojos hinchados, secos de lágrimas pero aun así estremecimientos la sacudían al tomar aire arrítmicamente. El detective se acercó a ella, sin siquiera saludar el inspector Gregson se adelantó a hablar, no le miraba a los ojos y entre sus manos tenía un arrugado papel.

—Han secuestrado al joven Watson. —La Beta emitió un quejido agudo—. Ayer por la mañana, mientras la señora Hudson discutía con un vendedor, el joven Watson se separó de ella. Los testigos mencionaron que un hombre Beta vestido completamente de negro, de barba y patillas gruesas, subió por la fuerza al joven Watson a un coche de dos caballos, pero ninguno se puso de acuerdo para decir qué dirección tomaron.

—Señora Hudson. —La mujer se estremeció ante el tono frío de Holmes—, vaya a su habitación y descanse un poco, déjelo ahora en mis manos. —Ella asintió, al salir de la sala no sabía cómo tomarse la voz de Holmes, era obvio que estaría furioso, sin embargo aquel tono vacío no revelaba emoción alguna. Cuando terminó de bajar las escaleras, pensó que si algo le pasaba a John, la muerte del corazón de Holmes sería por completo su culpa—. ¿Ha llegado alguna nota? —Tobías Gregson no pudo sino admirar un poquito más a Holmes, definitivamente él mismo no hubiera sido capaz de tener la mente tan centrada si lo mismo hubiera pasado con su esposa.

—Esto es lo único que hemos recibido, llegó ayer por la noche pero no tiene ningún sentido, no es más que una jugarreta del chico que nos lo trajo. —Holmes tomó el papel que le era ofrecido por una casi temblorosa mano, estaba arrugado y era de color amarillento, sobre él había dibujados una serie de hombrecitos de palo.

—¿Así que solo esperaron aquí para ver que más pasaba? —Tuvo el impulso repentino de soltarle un puñetazo a Gregson. No obstante por el momento podía contentarse con mirar su rostro teñido por un mortecino blanco—. Haga que todos los policías se vayan. —Gregson asintió, la necesidad de retroceder ante la fuerza del olor Alfa de Holmes ganando cada vez más sobre él—usted haga lo mismo inspector, resolveré esto por mí mismo —Holmes volvió a salir del apartamento, subió rápidamente a un taxi con el papel sujeto con firmeza entre sus largos dedos. Estaba furioso con Scotlan Yard, con la señora Hudson e incluso consigo mismo, pero más que nada, un sentimiento de orgullo por su Omega crecía lentamente desde su corazón, esparciéndose hacia todos lados y opacando casi con facilidad cualquier otro sentimiento.

La nota, dibujada con el en un principio complejo cifrado de los hombrecitos de palo y que Holmes tuvo a bien en hacer a John aprendérselos nada más concluyó el caso del fallecido Hilton Cubitt, decía, con una claridad apta solo para los ojos del detective, la ubicación exacta de John. No tenía Holmes porqué dudar de su autenticidad, pues al enseñar a su Omega aquellos símbolos había hecho algunos cambios para hacerlos incluso más complejos, los que se veían retratados en el papel, mismo que reconocía del cuadernillo regalado a John hacía ya casi tres meses, en su cumpleaños.

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