IV Un Omega en peligro

1K 96 44
                                    



Cerca de las cinco de la tarde, luego de tomar el té y mucho antes de la hora de cenar, Holmes recibió un telegrama. Habían pasado tres días de haberse visto vigilados por aquel hombre en el parque, sin que el problema se hubiese repetido más veces el detective lo conservaba fresco en su memoria, manteniéndose tranquilo pero aun así atento a cualquiera de sus flancos. Poniendo sobre aviso a sus Irregulares, cualquiera de ellos le informaría si algún hombre sospechoso se paseaba por las cercanías.

La nota sobre sus manos también tenía que ver con el tema, el inspector Lestrade le agradecía de muy variadas maneras su última intervención en uno de sus casos, adjuntándole, no sin cierto recelo, un informe sobre sus nulos resultados en la búsqueda del misterioso acechador descrito por Holmes, diciéndole además cuánto lamentaba no poder encomendar a más hombres de los que actualmente tenía, pero no podía hacer más en una investigación con tan vacuas sino es que inexistentes pruebas. Holmes lo entendía, sin embargo ello no quiere decir que le gustase.

—La abuela Hudson ha alagado otra vez mis dotes culinarias. —Por otro lado, parecía ser que a John le importaba poco o nada—, pero no sé si vale la pena, no tengo problema con despiezar un animal, pero es imposible que me atreva a matar... —John fue puesto repentinamente sobre el regazo del detective, una vez aliviada su sorpresa se acomodó de mejor forma, podía notar cierta preocupación viniendo de Holmes, sabiéndose el motivo lo único que podía hacer era dejarse dirigir por el Alfa. Si lo necesitaba, el Omega no haría nada para resistirse, aunque tampoco es como si no le gustara recibir tales atenciones, más aún porque éstas no eran tan comunes.

—Me iré mañana temprano, no quiero que salgas de aquí hasta mi regreso —anunció el detective, acariciando lentamente la espalda de John.

—¿Es por lo de la señorita Stoner? —Holmes respondió afirmativamente—. Bien, le diré a la abuela que no podré acompañarla, pero yo realmente quería ir con ella... —dijo, más como un susurro, no le gustaba la idea de obedecer pero cuando se trataba del detective resolviendo un caso había aprendido, afortunadamente por las buenas, que no era conveniente entrometerse demasiado, ya había logrado bastante con que el detective le dejase estar presente cuando los clientes contaban sus muy secretos y personales problemas—. Regresa sano y salvo, Sherlock —pidió con timidez. No podría decirle que no fuese imprudente o que evitara en lo posible los problemas, su Alfa no cumpliría con esa clase de cosas.

—Haré lo mejor —Holmes sostuvo al menor fuertemente, podía sentir su preocupación por él con claridad. Besando su coronilla e inhalando su dulce aroma, comenzó a sentir cierto cosquilleo en su bajo vientre. Pensó en ello como una buena opción para darle un mejor humor a su Omega. Cargando en brazos el ligero peso de John se encaminó hacía la habitación.

—¿Haces esto para que no me preocupe por ti? —Preguntó, con su ceño fruncido pero aun así abrazando fuertemente a Holmes. Comenzó a percibir el aroma de la excitación de su Alfa, pronto enredó las piernas alrededor de su cadera sintiendo sutiles caricias sobre sus muslos.

—Elemental, mi querido Watson —sonriente, dejó a John sobre la cama. Sabía que no debía tomarlo completamente más la tentación era demasiada, siempre lo era. Y esta vez tampoco había excepción, ver a su precioso Omega ofreciéndose tan abiertamente a él, mostrándose tan dispuesto a recibirlo con su rostro adornado por tan hermoso tono escarlata y aquella expresión anhelante, le orillaban cada vez más al borde. A la entrada de un paraíso que, si cediera por completo a él, podría convertirse en un infierno.

John era simplemente tan pequeño. Al deslizar fuera de su cuerpo cada pieza de ropa podía comprobarlo con más claridad; sus delgados brazos, su estrecha cintura, sus largas y delicadas piernas, todo ello cubierto por una blanca y cremosa piel. Sobre su pecho, dos lindos dulces botoncitos que no tardó en lamer, corrompiéndolos con su saliva mientras sus manos, deseosas por más contacto, acariciaban los suaves muslos, sin atreverse ir más al centro, evitando por el momento encontrarse con el pequeño pene.

Paraíso infernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora