Capítulo 1

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Todo mundo tiene un ángel, un guardián que los cuida, puede tomar cualquier forma: un hombre, una niña pequeña y al siguiente día un adolescente.

No dejes que las apariencias te engañen, pueden ser igual de poderosas y temibles como cualquier dragón, y no están aquí para pelear tus batallas. Como un susurro en el corazón, nos recuerdan que todos somos dueños del mundo que creamos.

No podemos afirmar que los ángeles existen, ni convencernos a nosotros mismos que son reales. Pueden mostrarse en cualquier momento, en lugares extraños, en tiempos extraños, pueden hablarnos y convencernos de cualquier cosa, el verdadero desafío...es poder encontrarlos.


Es increíble como tu vida puede cambiar en una fracción de segundo.

La mía lo hizo cuando desperté tres días después del accidente en el hospital; fue ahí cuando me dieron la noticia que mi madre había muerto. Lo ultimo que recuerdo es que con su ultimo aliento me empujo para que saliera a la superficie, yo logré salir del agua, y corrí a la carretera para pedir ayuda, pero la fatiga y la falta de aire me estaban consumiendo por dentro. Cuando volví a recuperar el conocimiento una mujer se encontraba a mi lado, mi mente le pedía a gritos que la sacaran del agua, que mi madre seguía ahí abajo....pero mi cuerpo estaba paralizado y las palabras no me salían de la boca.... No puede hacer nada para salvarla, y cargara con esa culpa, me esta matando por dentro.

Desde ese entonces mi padre no me puede mirar a los ojos, sé que nunca lo va a admitir, pero muy en el fondo él me culpa por lo que le pasó a mamá, a fin de cuentas, yo era la que iba manejando.

Filadelfia había sido mi hogar durante siete años, cuando era pequeña viajábamos mucho por la el trabajo de mis padres, viví un tiempo en Italia, pero fue hasta que llegamos a Sídney cuando comencé a estudiar en la Academia Nacional de ballet... pero después del accidente, ni mi padre ni yo éramos capaces de entrar a la casa sin que cada esquina nos recodara a mamá; así que decidimos mudarnos a un lugar donde nadie nos conociera, nueva vida, nueva identidad, nadie me juzgaría por ser la persona que le quitó la vida a su madre por un capricho, y yo no estaba dispuesta a contarle esto a nadie.

¡A todos los pasajeros se les informa que aterrizaremos en la ciudad de Los Ángeles California en diez minutos!

Me quité los audífonos y comencé a guardar mis cosas, se suponía que este seria un nuevo inicio, tratar de olvidar, fingir que lo que había pasado no me afectaba, o al menos eso era lo que les decía a los demás. Detrás de mi sonrisa, estaba pidiendo ayuda a gritos y nadie lo notaba. A fin de cuentas, nadie elige como reparar el dolor que los demás nos causan, nadie elige los demonios que debemos de enfrentar día con día; simplemente debemos seguir adelante, con la esperanza que lo que venga, no sea peor.

Antes de bajar del avión, tomé con la yema de mis dedos el collar que mi madre me había regalado de cumpleaños, tenía forma de corazón, y por detrás, llevaba escrito con letras cursivas su nombre Vanessa Gilbert me aferré a él, y le hice una promesa: Iba a intentar seguir adelante.

Al parecer algo había pasado con mi equipaje y estuve esperándolo 45 minutos, cuando por fin llegó comencé a empujar el carrito con ocho maletas en su interior, era muy pesado, pero debía de llegar a la entrada donde el chofer de mi padre estaba esperándome.

Mientras yo trataba de empujar el estúpido carro en medio de una multitud algún idiota que traía prisa paso a lado mío empujándome contra el carrito, provocando que dos de las maletas cayeran al suelo.

—¡Eres ciego  o a caso no te fijas por dónde vas!—dije  claramente molesta—.

Aquel chico se detuvo en seco al oírme gritar.

—¿Perdona, me hablas a mí?—repuso con la sonrisa más sarcástica que pudo.

Lo que me hizo enojar aún más.

— ¡Sí idiota te estoy hablando a ti! ¿Qué no te diste cuanta de lo que acabas de hacer?—.

El chico siguió mi mirada y vio las maletas en el suelo. Me dirigió una mirada fugaz y comenzó a caminar en mi dirección.
Era alto, más de lo que aparentaba de lejos, 1:85 tal vez, venía vestido con un pans negro, tennis deportivos, y una playera negra que se ajustaba a su cuerpo.

—Lo lamento, traigo algo de prisa y no te vi—dijo mientras comenzaba a levantar una de las maletas, cuando finalmente la depósito en el carrito me miró directo a los ojos y me dedicó una sonrisa—.

Tenía los dientes más perfectos que allá visto, en sus mejillas se dibujaban dos óyelos que hacían que sus enormes ojos verdes resaltaran  aún más.

—¿Qué es lo que miras?—dije devolviéndole una mirada llena de irá—.

— Nada... lo... que pasa es que tienes unos ojos muy lindos—murmuró—.

Esta situación comenzaba a incomodarme.

—Gracias—conseguí decir entre dientes—¿crees que me podrías ayudar con la otra maleta? O tendré que hacerlo yo misma—.

—No, no, no he... yo te ayudo—titubeó y comenzó a cargar la maleta...—No eres de por aquí ¿o sí?, ¿De dónde eres?—.

—De Filadelfia... me acabo de mudar aquí—.

—Yo he vivido en Los Ángeles desde que tengo memoria, podrías darme tu número y así te podría mostrar la ciudad—dijo con una sonrisa de oreja a oreja—.

—Gracias, pero no salgo con desconocidos—dije con la sonrisa más fingida que puede—.

—Suerte que yo sí—replicó—.

Eso me borró la sonrisa de mi rostro.

Decidí ignorar su comentario.

—Gracias por la ayuda. Y para la otra, fíjate por donde caminas—dicho esto comencé a empujar el carrito hacia la salida—.

Cuando creí que ya me había librado de ese idiota escuché su voz.

—¡Oye guapa!—gritó—.

Suspire profundo y di media vuelta hacia su dirección.

—¿Cómo te llamas?—continuó—.

¡Es enserio!

—¿Cómo te llamas tú?—contraataque—.

Él sonrió.

—Nate, me llamo Nate. ¿Y tú?—insistió—.

Lo mire directo a los ojos y le sonreí.

Di la vuelta y atravesé la salida.

CUANDO TE ENCUENTRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora