Me siento ridículo, Carlos me ha hecho ponerme una gabardina de paño gris y, aunque sean totalmente innecesarios, unos náuticos. Aguanto las ganas de resoplar y rechistar, puesto que le he prometido no portarme como el Grinch que ambos sabemos que soy.
Me sienta en el asiento del copiloto y mientras él lleva mi silla hasta el maletero del deportivo, me dedico a escuchar el ruido de mis ruedas sobre la gravilla seguido del traqueteo y los golpetazos de Carlos al intentar plegarla para que coja en el maletero.
-Tiene una palanca en el lateral.- Le recuerdo, él gruñe en señal de asentimiento y se oye un click cuando logra, por fin, plegarla. Cierra el maletero de un portazo y se deja de caer en el asiento de piel sintética de mi coche (Ahora suyo).
-Podrías haber avisado antes de que tenía una maldita palanca.- Refunfuña.
-Ya, pero hubiera sido menos divertido.
-Ja, Ja.
-Creí que querías que fuera más divertido.- Me escuso con malicia.
-Vale, sin duda, está va a ser una noche muuuy larga.- Suspira con fingido hastío y ambos reímos, olvidaba lo que era tenerlo a mi lado.

Carlos es un muy mal conductor. Los frenazos, acelerones y curvas cerradas me dan ganas de potar. Inspira, respira... Ahora recuerdo porque era siempre yo el que conducía.
Toqueteo con torpeza hasta dar con la radio, reconozco sus contornos al tacto. Busco hasta dar con el play. Tarda sólo unos segundos en reproducirse mi disco de Guns and roses, adoro la canción que suena. Me dedico a tararearla para hacer el trayecto más ameno.
- Eres depresivo.- Me replica Carlos, aunque en su voz distingo el eco de una sonrisa.- Te recuerdo tocando está canción, ¿También has dejado de tocar?
-Mi tiempo como músico terminó con otras de mis muchas capacidades.
-Dante...
-Ya, perdona, cuesta desengancharse del Grinch.
-Odio haberte dejado todo este tiempo.- Me confiesa en susurro.
- No te pongas moñas, Carlitos.
- Lo digo en serio, el viaje a Marsella fue un error. Uno de tantos.
- Carlos, tu vida no tiene que pararse porque lo haga la mía.
-Tu vida no se a parado, solo...ha comenzado una etapa nueva.
-Una etapa de mierda.
Carlos resopla.
-¿Sabes? No te puedes hacer a la idea de lo duro que fue seguir sin ti. Las comidas de empresa, reuniones... Parecía que... Dios...Dante, era como si ya...
-Como si no estuviera. -Termino la frase por él.
-Joder, Dante... Que susto nos pegaste, cabronazo.- Su voz tiembla y carraspea. Lo oigo sorberse la nariz y sé que está llorando.
-Carlos, espera a que nos emborrachemos para montar el drama.
Se carcajea y aprieta con fuerza el acelerador.
-Cierto, al fin y al cabo el emborracharse para los hombres siempre será una excusa para confesarse.
- Que triste.
- Lo es, pero es lo que haremos está noche.
-Amén, hermano.
-Amén, hermano.- Repite él mientras, de un volantazo y varios frenazos y acelerones, por fin, para consuelo de mi pobre estomago, para el coche.

           
             ***

Carlos ha escogido una mesa apartada del escenario, odio el suelo enmoquetado, la silla avanza a trompicones, Carlos tiene que empujarme. Me pone nervioso no oír sus pasos.
-Tranquilízate.- Susurra a mi espalda, y sé que mi lenguaje corporal debe manifestar lo incómodo que me siento.- Esta es la mesa.- Me avisa mientras me aparca frente a esta, oigo las patas de la silla de Carlos al deslizarla sobre la moqueta. Una camarera no tarda en recibirnos. Mientras pedimos las bebidas ella va apuntando la comanda en una tablet, oigo sus uñas repiquetear sobre el cristal de la pantalla del dispositivo. Entonces termina y se pone a coquetear con Carlos, gastan bromas y se ríe de uno de los chistes malos de él. De mí, como es lógico, se olvidan por completo. Finalmente, la chica termina dándole su número y se marcha entre risitas coquetas.
-Olvidaba lo horrible que eres.
-¿Celoso, querido Dante?
- Sí, definitivamente, eres horrible.- La risa de Carlos gorgoteó en su garganta.
-Muchas gracias, maestro.
-¿Maestro?
-Por favor, señorito Dante, ¿No se acuerda usted de sus tiempos de libertinaje?
-Lejano pues del ahora están esos tiempos.
-Joder, tío, ¿estás hablando como Yoda?- La fingida incredulidad de Carlos me envalentona a intentarlo de nuevo.
-Imposible nada es, difícil muchas cosas son.- Mí intento por imitar al maestro Yedi son tan penosos que Carlos y yo no podemos evitar reírnos, sobre todo cuando es él quién intenta imitarlo también.
-Guau, que tristísimo, en un bar rodeado de tías y lo único que se nos ocurre a nuestra edad es imitar a un personaje de Star Wars. Damos pena.
- Eres tú el que se ha traído al puto friki tullido.- Le replicó como si hablase de un tercero y no de mi mismo. Carlos me da un puñetazo en el hombro y ambos reímos.
-Señores, vuestra comanda.- Oigo la sonrisa en el tono cantaron de su voz aterciopelada, coloca las bebidas en la mesas con dos golpes secos que hacen que los hielos tintineen dentro de los vasos.
-Así que... ¿Estás libre está noche...?
-¿Estoy libre, Dan?
- Lo siento, señorita, pero este hombre es todo mío está noche.- Intento que mi voz suene seria.
-Ya lo ha oido, señorita. Siempre a las órdenes del jefe.
-Del amo.-Lo corrijo con fingida autoridad.- Lo siento, preciosa.
- Que os jodan, maricones.- Pisa fuerte al marcharse, de modo que, a pesar de la moqueta oigo el eco de sus pasos.
Nos podemos evitar reírnos a carcajadas como dos imbéciles.
Carlos se atraganta con su propia risa, haciendo que yo me ria aún con más fuerza. Carraspea y gruñe, queriendo avisarme de algo, pero yo, con la guardia baja como me encuentro, no capto sus señas hasta que es demasiado tarde.
-Hola, Dante.
Su voz araña mi cerebro desde los recuerdos hasta el ahora, confundiendo mis sentidos y precipitado mis sentimientos hacia el caos más absoluto.
La sonrisa se petrifica en mis labios convirtiéndola en una mueca grotesca y molesta que tensa mi rostro y provoca un tic nervioso en la comisura izquierda de mis labios. Destenso mis labios e intento coger una bocanada de aire en vano, se ha llevado todo el oxígeno de la estancia.
-Mó... Mónica.- Me falta el aliento al pronunciar su nombre, que sabe como el polvo a mi oxidado paladar. Cojo mi vaso de whiskey y le doy un trago.
- Me alegra verte fuera de casa.
-Ya era hora.
-Cierto... te sienta bien el pelo largo.
-Gra-gracias...- Me siento tan jodidamente estúpido.- Y...¿Cómo tú por aquí?
- Rodrigo se me declaró antes de ayer.- Su mano busca la mía, palpo el gran pedrusco que adorna su anular.- He salido con las chicas a dar una última fiesta como mujer soltera.
-Vaya... parece...-Carraspeo, en busca de unas palabras que se niegan a salir.- Caro.- Dios, que Carlos me de una hostia, porque me lo merezco con creces.
Ella ríe con esa  risa tintineante y cantarina que brota de los confines de su garganta como una fuente de aguas cristalinas. Su timbre da voz a mis recuerdos y hace que me sienta mareado.
- Sí, Rodrigo se ha portado, la verdad.- Baja la voz y oigo como se inclina hacia mí, se ha agachado a mi lado para estar más a mi altura.- Dante... Lo siento tanto...- Su voz se oye anegada por el torrente de lágrimas que encierra, pero la conozco lo suficientemente bien como para saber que no llorará. Su mano toca con dulzura mi mejilla, atrapando una lágrima que ha logrado trasvasar las murallas de mis párpados. Sus labios rozan mi oreja, baja aún más la voz para que Carlos no nos escuche.- Perdóname.- Sus labios besan mi maltrecha mejilla con deliberada lentitud y entonces, como el fantasma que es, y sin más preámbulos, desaparece entre la multitud.

***

                              

Los músicos empiezan a tocar Cheek to cheek de Ella Fiztguerald y Louis Amstrong. El jazz incrementa la intensidad de los recuerdos, y a la séptima copa me confieso a Carlos como el mayor de los mentecatos, él ríe y me da la razón. No se como vuelvo a casa, entre la bruma del sueño y el alcohol, no logró distinguir si duermo toda la noche del tirón o la paso en vela, la sucesión de recuerdos, sueños o lo que quiera que sean las imágenes que me asaltan, me persiguen hasta el amanecer y más allá de los límites entre la realidad y la fantasía.
Sólo está ella, el maldito anillo y los recuerdos en algún país de cielos oscurecidos por las nubes de tormenta y cascadas cantoras, en una cama dentro de una cabaña en medio del bosque, dónde hacemos el amor.
Sus piernas se enredan en mi cintura, atandome a su realidad.
- Te amo, Dante.- Susurra entre caricias.
-Yo también te amo, Diana.
-No te vayas.
-Nunca, mi amor.
El recuerdo, alimentado por las lágrimas, golpea con brusquedad la fantasía. A través de las grietas veo la realidad, o está me ve a mí. Arrastrándome lejos de sus brazos, de su calor, del pasado.

Despierto en una realidad en la que sólo soy un desgraciado minusválido,resacoso y miserable, cargado de lágrimas que derramar antes de salir al escenario de mi cotaneidad a fingir ser quien no soy en realidad.
"El show debe continuar", me recuerdo mientras me preparo para empezar un día nuevo, un día desgastado, un día menos en mi existencia.

InmarcesibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora