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Las 7 am habían arribado. Me senté en la silla próxima de la ventana con una frazada en las piernas, el frío se adentraba entre las hendiduras del ventanal. Al momento, Lalisa corrió las cortinas y se apoyó sobre el taburete de madera fría; su cuerpo estaba cubierto sólo por su camisón dejando al descubierto parte de su delgada anatomía. 

El piano que con sus delicadas manos tocaba, entonaba música melancólica y su cara no reflejaba nada más que pena, no obstante de la distancia, divisé una lagrima rodar de sus bellos ojos. Inmediatamente me levante colocando una mano sobre el cristal. Mis ojos buscaban los de ella, sin embargo, su vista seguía en las teclas tocadas hábilmente por ella misma. Como si fuera parte de espectáculo la lluvia amenazaba con descender en cualquier instante.

Una vez que terminó la melodía se acercó a la ventana aún con las mejillas mojadas, situó su manito en el vidrio a la misma altura que la mía, y sonrió.

—Estoy bien. — Sus manos interpretaron las palabras.

— ¿Por qué llorabas?

—Mi hermano. — Aunque sus movimientos fueron débiles entendía el porqué de las gotas de agua salada que provenían de sus ojos — tengo que salir hoy, lo siento

—No tienes porque disculparte. — Asintió y con una agitación de su mano se despidió.

No podía estar toda la tarde en casa, mamá me obligaría a salir de cualquier manera.

Salí de mi hogar sin antes vestir un abrigo. El clima proseguía frío después de la breve llovizna de la mañana.

Los charcos sonaban debajo de mis zapatos salpicándolos un poco con diminutas gotas.

Acorde avanzaba tenía más inseguridades de hacia dónde ir, no podía ubicarme pese a haber caminado solo algunas cuadras lejos de casa. La fresca brisa golpeaba mi rostro haciendo que mi cuerpo se removiera por el frío de esta.

A la distancia había una biblioteca, no titubee ningún segundo y decidí ir hacia allí. Un par de libros no me vendrían del todo mal antes de ingresar al colegio.

Al introducirme pude percibir el olor a madera y a hojas de libros antiguas. La iluminación era tenue en ciertas partes del lugar.

 Al frente mío se encontraba una anciana con lentes mirándome fijamente.

— ¿Puedo ayudarle en algo, joven?. —Me acerqué lentamente hacía ella. Las arrugas en su rostro eran prominentes, su piel se veía seca y su cabello estaba lleno de canas; todo esto le daba un apariencia color gris.

— ¿Aquí hay libros a cerca de idiomas?— cuestioné mirando aún el lugar, su techo era demasiado alto y los pasillos largos repletos de libros.

—Claro que si, viniste al lugar correcto. —Su sonrisa se expandía mientras buscaba el pasaje donde se encontraba esa sección en el catalogo de la biblioteca —pasillo 9. — Agradecí por ello y fui en busca de aquel dichoso sitio.

Los tablones rechinaban con cada zancada que yo daba, creando una atmósfera tenebrosa. Las repisas eran viejas; como todo en el lugar. Miré algunos obras que estaban al inicio, pero recordé que era lo que buscaba y no esperé ni un segundo.

—O, p, q, r, s — desplacé mi dedo por las letras del abecedario escritas en trozos de papel pegadas en la orilla del librero—, t, por aquí debes de estar—

Tomé el libro de pastas gruesas color azul y fui a otro lugar por algunos otros escritos que mi padre me había sugerido. 

Regresé a donde la anciana para hacer el papeleo.

Una chica se posó a mi lado, un poco atrás y por ende, no pude ver de quién se trataba.

—¿Así que te gusta el tailandés?— La voz irreconocible de aquella chica hizo girarme en el momento.

—¡Lalisa! — Me sorprendí de verla allí, empero de lo ocurrido en la mañana su sonrisa seguía resplandeciendo como el primer día que la conocí —¿qué haces aquí?

—Lo mismo que tú. — Señaló los libros que había en sus brazos.

—Es cierto. — Rasqué mi nuca, no podía creer que tan tonto soné al preguntar eso.

—Aún no respondes a mi pregunta, Jeongguk

—Amm... — Intenté crear una excusa —lo han pedido para la escuela

—Vaya. — Suspiró —no sabía que en Reino Unido enseñaban Tailandes. — Rió

—Aquí están sus libros, caballero. — La mujer colocó los libros en frente mío y Lalisa dio los de ella.

—¿Te apetece ir a tomar un café?.— Miraba fijamente los libros en mis manos esperando por su respuesta.

—Por supuesto. —Después la señora le regresó sus libros a Lalisa, agradecimos y salimos del local.

Caminábamos por las calles (siendo yo guiado por Lalisa) en busca de algún establecimiento de café. Habían escasos rayos de sol saliendo de entre las nubes, dando (al menos un poco) calor a la ciudad.

Cerca de una estación de autobuses encontramos uno. Nos adentramos en el.

El lugar era lago pequeño,  sus paredes estaban pintadas de blanco y el piso era de una madera clara. Tenía grandes ventanales por donde entraba la luz natural que mostraban la ciudad.

Acerqué la silla para que Lalisa pudiera sentarse y después lo hice yo. La camarera nos trajo la carta.

—¿Qué es lo que deseas ordenar?— pregunté cerrando la carta.

—Un café con leche de vainilla. — Sonreí al instante por el recordación que tuve.

—Es justo lo mismo que pedía mi hermana en Corea. — Su sonrisa era tímida de nuevo.

—¿Puedo tomar su orden?

—Claro, un café con leche de vainilla y un café negro

—En seguida los traigo

Lalisa miraba por la ventana con la vista perdida, los rayos de luz pegaban en su cara, y su sonrisa de hace unos instantes había decaído por completo, su semblante era serio; sabía en que pensaba.

—Lo siento— interrumpí sus pensamientos

—¿Eh?— Lalisa me miró desentendida.

—Lo siento— repetí —Siento lo que pasó

—Gracias

El silencio era algo incómodo hasta que llegó la señorita con nuestras ordenes.

En sus ojos volvía a existir ese brillo especial cuando ponía la taza de café en sus labios. Sus mejillas se tornaron rojas por el calor que desprendía.

Su lindura me cautivaba. Teniendo cualquier expresión en su rostro se veía preciosa. Todo era sublime en Lalisa.

Bajó su el traste dejándolo en la mesa.

—¿Tengo algo en el rostro?— preguntó —¿Por qué sigues mirándome así?

—Simplemente eres diferente— la sonrisa en mi rostro no se había ido desde que la vi en aquella faceta tan dulce.

—Tu eres también diferente. — Tomó un sorbo— Nunca había visto que un chico leyera algo en tailandés sin saber al menos una vocal. Dudo que retengas algo pronto— 

— ¿Estas poniéndome a prueba, Lalisa?. — Levante ambas cejas en modo de reto.

—Algo así. — Alzó los hombros riéndose —La próxima vez que nos encontremos te interrogaré a cerca de cosas básicas; si fallas tendrás que llevarme al teatro

—Y si yo gano...— No tenía absolutamente nada, ni un plan o castigo— harás cualquier disparate que se me cruce en el momento

—Trato— extendió su mano frente a mi.

—Trato— Apreté su manito aceptando el desafío.


1995 | Liskook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora