Mañana

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Si hay algo a lo que Slash cree que podría volver a acostumbrarse es al ritmo de sueño de Raph.

Cuando era su mascota, la hora de dormir era en cuanto Raphael se lanzaba a la cama y entre el arrullo de sus latidos, una voz suave y afectuosa murmuraba "buenas noches Spike".

El Sol o Luna no importaban, para empezar no los conocía. Su mundo era el brillo de sus ojos verdes; el refugio entre sus manos su lugar en él.

Su único anhelo era proteger su cálido corazón...

Pero los demás habitantes de aquel preciado lugar lo hacían demasiado pesado para llevarlo consigo y viendo que Raphael no lo seguía, debió partir.

Ser Slash a la deriva de una difusa libertad hasta entonces desconocida.

¿Qué comer, cuándo dormir, cómo pasar el día?

El muelle resolvió su alojamiento, los cargueros poco vigilados la comida, la luz del alba su horario de esconderse y dormir.

Sin embargo, pronto descubrió que su albedrío no alcanzaba su mente ni sus sueños: hablando, entrenando, riendo, cuidándolo... incluso en el dolor de su magullado cuerpo antes tiernamente protegido entre sus manos, estaba Raphael.

Raphael... ¿Qué estaría haciendo ahora mismo su amada y fallida apuesta?

Extrañándolo. Al menos eso le gustaba escuchar en el eco de su voz retándolo a pelear, pero sus puños protegiendo a ese humano reabrían la honda herida de su cariño inundado en rechazo.

Lo mejor era irse, la distancia vencería al amor y su nombre de mascota terminaría olvidado al igual que sus sentimientos.

De nuevo su apuesta fracasó.

Una vida de cariño no podía olvidarse tan sólo así, mucho menos cuando la distancia dolía y el silencio aplastaba el corazón.

Entonces, hablarse.

"Raphael, quiero verte esta noche."

Tímidamente aceptar.

"Ehm, sí, claro. ¿Dónde?"

Y disfrutar el alba triunfal de aquel tejado en la privacidad de cuatro paredes nuevas donde una vez más, su niño halla confianza para desbordar todo lo contenido en su corazón hasta que sus palabras se convierten en bostezos.

—Buenas noches... Slash.

—Descansa Raphael.

Pero no en sueño.

Esta no es la respiración que conoce, y
sus labios siempre flojos y húmedos en el sueño ahora están apretados en una tensa linea recta. ¿Qué tiene así a su antes dueño?

Un suave temblor en sus ojos da la respuesta. Al instante su boca se abre ante el oxidado instinto de gruñir y hacerle saber que no está solo; el único medio a su alcance para hacerle sentir mejor que conoce.

Este pensamiento dispara otro con tintes del día de su mutación.

¿De verdad no hay otro modo?

Entonces una temeraria apuesta. Otra vez.

Lenta y decidida, su mano recorre los centímetros restantes hasta alcanzar su sien, o sus sienes, su tamaño le permite tocar una con el pulgar y la otra con su dedo medio. Allí sus yemas reciben lo que ya sabía: constantes y dolorosas palpitaciones de sus venas que por primera vez, consigue calmar con suaves caricias.

Las brillantes y ahora redonditas esmeraldas lo miran; una adormilada sonrisa completa su alegre expresión hasta que la vergüenza lo derrota y vuelve a ocultarlas en un brusco tallón de sus palmas.

—No recuerdo la última vez que lloré tanto... ¡Espera! Uhm, no, no lo sé.

Es un segundo, pero entre sus miradas un chispazo de entendimiento ocurre y Slash atrapa la respuesta que se oculta en la torpe broma del adolescente.

—Creo que yo sí.

De pronto la voz de Slash se escucha aún más cerca, y al abrir los ojos descubre que lo ha envuelto en un abrazo, si es que lo puede llamar así. Las manos del mayor apenas y lo aprietan, sus caparazones ni siquiera se tocan. Su corazón da un vuelco.

—Ven Rapha.

Una orden dulce y directa, pero suficiente para inquietar la torpe valentía del ninja que aún no asimila lo ocurrido en ese último tejado.

Pero es Raph, jamás lo obligaría a nada...

Sólo mostraría el camino, y eliminaría los obstáculos.

—Ven.

El tirón que recibe su bandana cuando Slash se aferra a ella justo como Spike lo hiciera alguna vez reactiva sus lágrimas y se lanza contra su cuerpo, cerrando las distancias en un abrazo tan apretado que apenas consigue respirar.

—Sí.

Los segundos se vuelven minutos y luego horas. El niño ahora duerme  profundamente y sólo la suave vibración de sus ronquidos acompaña las largas caricias que recibe su caparazón, sus sienes, sus mejillas...

"Mis manos, antes inútiles y lejanas a ti, te cuidarán a partir de ahora. Devolveré segundo a segundo todo el cariño que me diste Raphael. Todo. Te protegeré Raphael, no permitiré que nada vuelva a lastimarte..."

Una vibración diferente rompe el silencio. El tphone que había olvidado estaba aquí anuncia que un mensaje ha llegado. La pantalla brilla en un suave tono azul.

Slash cierra los ojos, su respiración contenida ahoga el rugido que crece desde sus entrañas.

"Incluso de mí. Lo prometo."

Esta nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora