Esta mierda va a pasar también.

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-La verdad es que no. 

Casi no respiraba. Le costaba trabajo mantener la vista fija en cualquier lugar. Revolvía el popote dentro del vaso con nerviosismo y, alrededor, se respiraba un aire cargado de melancolía. "Parece novela de Murakami", pensé. 

-Venga, hombre, que no puedes decir eso y ya -dije. 

-¿Cómo que no puedo, tú? Si ya estuvo, ya se murió, ya está. No hay más, cabrón -Hizo un ademán con las manos simulando una explosión. 

-Pero si vete cómo estás -repuse-. No puedes ni mantener la vista en tu pinche vaso. Estás siendo incoherente. 

-Incoherente mis huevos. 

Eran las 2 de la mañana. Habíamos salido hacía una hora y media de uno de los funerales más deprimentes en los que había estado en mi vida. Un choque, sin terceras personas afectadas; muerte inmediata. El semblante del cadáver era tranquilo y no supe identificar si había naturalidad o falsedad en él. Quizá había muerto así: tranquilo. O quizá había sido una modificación forzada por las personas de la morgue. Me reí por dentro. Ya ni expresarse habría podido. 

El chico con el que hablaba había interrumpido mis cavilaciones mientras veía la noche, fuera de la capilla. Nunca lo había visto en mi vida, pero me pareció que necesitaba a alguien con quién hablar. Era de complexión menuda y tenía el rostro carcomido por un pasado con acné. El cabello, corto y grasoso, delataba la prisa con la que se había vestido para asistir. Y es que la muerte nos había tomado a todos por sorpresa. Después de intercambiar unas palabras vacías, un viento fuerte arrasó con la calma de la noche y decidimos irnos a tomar un refresco a una fondita que no tardaba en cerrar. Del café con sabor a nada ya estábamos hartos.

Curiosamente, mientras más platicábamos de temas banales (ya me había contado que el muerto había sido su medio hermano, a quien no veía desde hacía tres años por peleas inconclusas), más se creaba un ambiente de confianza. Al poco tiempo comenzamos a hablar como dos mejores amigos. Y es que el hecho de estar tan incómodos en todo ese ambiente, había hecho que encontrásemos cierta calma en la incomodidad del otro. 

La conversación tomó otro rumbo cuando le pregunte si sentía la muerte del hermano. Fue cuando respondió que no y yo critiqué su hipocresía. 

-Tres años sin verlo. Meses de no saber si siquiera seguía vivo. ¿Y ahora regresar a su cuerpo sin vida y decirle que lo siento? ¿Qué sentido tiene? -decía, viendo la botella de cristal vacía sobre la mesa de mantel floral. 

-Vaya, que para algo habrás venido, ¿no? -pregunté. 

-Pues sí, digo, era lo correcto ¿cierto? -respondió, lanzando una mirada rápida al reloj. Quizá quería irse. Ya era tarde. Sabía que lo estaba interrogando un poco de más, pero la verdad es que no me importaba. Había algo en su incomodidad y ansiedad que me transmitía cierta calma. Era como si me calmara el hecho de saber que él estaba mucho más nervioso que yo. Había pedido una Coca sin azúcar y alcé la mano a la dueña del lugar para indicarle que sirviese otra -. No podía decir simplemente que no, que qué va, que para mí había muerto hacía mucho tiempo. No soy tan culero, ¿sabes?

-La verdad es que no te entiendo -dije, a secas, viendo cómo abrían la botella sobre la mesa. 

Se quedó callado. Ambos nos callamos. Sacó una cajetilla de Luckies rojos casi vacía y buscó un encendedor en la bolsa. 

-Están pendejos si creen que pueden fumar acá -dijo la dueña de la fonda al ver sus intenciones. 

-Si es la misma mierda -respondió él y salió a la calle para prender el cigarro. Yo lo seguí por detrás. 

Tenía seis meses de no haber probado ni una calada de cigarro y aquella noche no tenía nada de especial o diferente como para romper mi récord. Sin embargo, sin pensarlo mucho, acepté el cigarro que me ofreció. El humo me raspó la garganta y me nubló la vista. El sabor me hizo alzar la vista. Ya había estado en ese tipo de situaciones varias veces e, invariablemente, la luna salía tímida de entre las nubes. Al verla, siempre, me llegaba un sentimiento de paz. "Esta mierda va a pasar también", pensé. 

-Sócrates decía que la muerte sólo podía tener dos resultados -soltó de repente el chico-. Uno, que fuese una noche sin nada de interesante. Oscuridad total, olvido. El otro, por el contrario, era el paso a otro lugar. En cualquiera de los casos daba una conclusión positiva. Uno era el descanso eterno, sin nadie que te molestase. La segunda opción era increíble también, pues convivirías con personas increíbles de antaño. 

Bajé la mirada y lo observé, un poco confundido. 

-¿Y tú qué crees que pase? -solté. 

-No tengo la más mínima puta idea -soltó el humo agresivamente. No buscaba disfrutar, sólo quería que la sensación del humo en los pulmones distrajera un poco sus pensamientos-. Vaya, que al hijo de puta le habría dado lo mismo, ¿sabes?

-¿Cómo está eso?

-Sí, le habría dado igual. Te digo, ese cabrón quería morirse desde hace años. Sólo era lo suficientemente cobarde como para apretar el gatillo. 

-Sigo sin comprender qué haces aquí, entonces. 

-No lo sé, hombre -dijo, tirando la colilla a la avenida-, no lo sé. 

Tosió fuertemente, introdujo las manos en los bolsillos y, sin siquiera voltear a despedirse, empezó a caminar recto a la avenida, sin mirar si algún coche pasaba por allí. 

Lo que pasó después fue un poco extraño. El chirrido de llantas, los gritos de pánico y la sangre salpicada hizo que la luna se metiese un poco más entre las nubes. No obstante, se seguía viendo su luz sobre los charcos de agua. Para cuando llegó la ambulancia, yo caminaba a mi auto, pensando de nuevo: "esta mierda va a pasar, también". 

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