"Camelia blanca"

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Buenas noches mis preciosas criaturas!!! Ayer no publiqué porque se me confundieron los días, por lo que aquí está la historia del día anterior, en unos minutos subiré el fic que corresponde a este día. Lamento mi descuido!! 

La flor correspondieste a esta breve historia, es la Camelia blanca que significa belleza perfecta. 

Espero lo disfruten!! Es cortito. 

Perdonen todos mis errores!

Disfruten de su lectura!

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Rin no tenía palabras para describir la belleza de Makoto, no sólo física, sino que también su belleza interior. Y es que aquel muchacho de sedosas hebras de un color oliva que en su vida había visto, era una utopía andante. Su sonrisa era perfecta, dulce como el azúcar, deslumbrante como el sol, capaz de transmitir templanza a quien la necesitase. Su mirada era otro ensueño, orbes esmeraldas más brillantes que la misma joya, comparados a hermosos bosques de fantasía, donde te podías perder sin arrepentimientos. El cuerpo de Adonis, esculpido de forma más delicada y también más sensible. Makoto era el anhelo de muchos, pero la realidad de sólo uno. Su realidad.

Arrogante como él sólo podía serlo, sonrió ante este pensamiento. No, Makoto no era su trofeo del cual podía presumir, Makoto era su mundo soñado, porqué en él encontró todo lo que deseaba y lo que deseará. Lo miró con sigilo, casi como un espía, sentado frente a él, leyendo desinteresado un libro de ficción, en una mañana en la que acababan de despertar, aunque no lo sabía muy bien, con tan sólo verlo, su juicio le hacía dudar de si realmente estaba despierto o seguía caminando en el mundo de Morfeo. Lo observó hasta cansarse, y aún cansado, seguía observándolo, con una sonrisa somnolienta, una camisa holgada y mal abrochada provocando descaradamente que se deslizara y descubriera uno de sus hombros. Su piel era suave, lo sabía por experiencia propia, tocarlo era una perdición, su mejor perdición.

—¿Tienes hambre? —Preguntó, absorto de todo en el instante que aquellos orbes esmeraldas le dirigieron la mirada; quiso suspirar.

—¿Harás el desayuno? —Su voz era melódica, no molestaba ni, aunque haga ruido; podría escucharlo por siempre.

—Claro... —Se levantó, volviendo a la realidad en cuanto dejó de mirarlo, se dirigió a la cocina de estilo americano, miró las camelias blancas que habían comprado hace unos días, a Makoto le encantaban, y a él le encantaba también. Vivir con un ángel te hacía la vida más hermosa, lo supo cuando se mudaron juntos.

—¿Te ayudo? —Se acercó por detrás, apoyando la mejilla en su hombro, Rin se estremeció ante el tacto. Lo miró, le sonreía de esa manera única que lo enloquecía, quería besarlo, pero si lo hacía ahora, perdería todos los estribos.

—No quemes las tostadas —Bromeó, destacando su preciosa torpeza, tan tierna y linda, no había nada imperfecto en él. Absolutamente nada.

Comieron en silencio, en una armónica mañana, Rin miró por el ventanal, pensó en lo afortunado que fue al encontrarse con una belleza perfecta. Makoto tomó su mano y entrelazó sus dedos, llamando su atención, los orbes escarlatas se conectaron con los esmeraldas, ambos sonrieron cautivos por el amor.

Si esto era un sueño, Rin jamás querría despertar.

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