Capítulo Tres

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                  "Mariamne Leaving the Judgement Seat of Herod" de John William Waterhouse.                       Reino Unido 1887.

Exhausta me desperté aquel día, serían exactamente las siete y cuarto de la mañana, no había dormido absolutamente nada, esto no era algo nuevo para mi pero esta vez las razones eran distintas. De normal, por las noches, me quedaba hasta la madrugada leyendo o escuchando música y cada dos segundo me dedicaba a cerrar el libro o pausar la canción o ambas cosas y mirando por la ventana se me venía mi biografía completa y venía para atormentarme. Lo recordaba todo en esos pequeños paréntesis y lo peor es que lo analizaba todo. Todos aquellos acontecimientos que de alguna forma me habían marcado venían alternándose y me desvelaba un poco más. Antes de entrar a la carrera me dijeron mil veces que no me solucionaría mis problemas, que yo misma no me podría tratar y eso era más que cierto, pero yo no quería curarme tampoco, me había acostumbrado a ese dolor, a la oscuridad y a la soledad y no por independizarme sino porque de alguna forma desde siempre estos sentimientos me habían acompañado y no iba a dejarlos. Me quedé sentada en el borde de la cama, cabizbaja jugando con el borde de mis bragas, pensado en lo que pasó en el metro. Tenía mil heridas decorandome el cuerpo y aunque sonase masoquista, me encantaban.

Como ya era costumbre, me até en una alta cola todo mi cabello, me puse unos leggins y me puse mis zapatillas de deporte que saqué delicadamente del armario, asegurándome de no hacer demasiado ruido ya que mis compañeras de piso seguirán durmiendo, lo bueno era que mi habitación era la que estaba al final del piso y entre el resto de habitaciones y la mía estaban las zonas comunes. Me puse mis auriculares y comencé como era menester con mi rutina de deporte. Había hecho deporte desde muy pequeña, pasando por todo tipo de clubes y de academias, tuvimos una depresión económica interna en casa y mi madre simplemente se vió incapaz de cumplir aquellos caprichos, realmente si quería hacer ejercicio no me hacía falta alguno un lugar específico, al menos no a mí, por lo tanto comencé a buscarme ciertos recursos y fui enriqueciendo aquellos ejercicios que encontraba con aquellos que veía viables para aplicar en casa, que había aprendido.

El trabajo no me pillaba demasiado lejos de casa, solía salir unos veinte minutos antes de mi hora de entrada, también para prepararme y cambiarme. Ese lugar era la gloria algunas veces, pero se me hizo tremendamente insólito, el miedo que sentí al verme en la puerta del restaurante, este parecía la boca de Cerbero, pero a paso firme me obligue a entrar sin deliberación alguna, el trabajo era sagrado. Saludé como de costumbre y me dirigí al diminuto cuarto en donde se encontraban unas pocas taquillas y productos de limpieza. Con pasividad me fui quitando la ropa de deporte por la camisa y los pantalones, en el pequeño y roto espejo retoqué el maquillaje que me había aplicado en cuello y el rostro, yo solía ser una persona extremadamente calurosa y si se le añadían factores como el seco y caluroso clima, el uniforme y el calor de las cocinas, en cuestión de segundos el poco maquillaje que me había aplicado desaparecería.

Hoy tan tenía un turno corto pero intenso, la hora punta en Barcelona solían ser la una del medio día y yo me encontraba aquí desde hace al menos hora y media. Me encontraba hablando vivamente con unas mochileras holandesas que pasaban por el Mediterráneo y Barcelona había sido su primera parada, les iba aconsejando algunos lugares a los cuales valía la pena acercarse cuando de forma apresurada y ruidosa entro mi compañera, para hacerme compañía en este arduo turno y sustituirme posteriormente. Me carcajee disimuladamente, seguida de la que era mi jefa, chascarrillos y comentarios iban pasando de la sala, a la barra y terminaban a la cocina. El ambiente de hoy era insuperable, y cosa más extraña que esta no había vivido yo nunca en hostelería pero se agradece después de lo acontecido ayer en mi desafortunada cita.

No había pedido ni un cambio de turno o de día libre, ni siquiera de días propios, me conocía y sabía que en casa me pasaría todo el tiempo mirando al cielo y desencadenando en mi mente teorías conspiratorias y sin sentido o veracidad alguna por lo tanto mantenerme ocupada aún estando tan cansada físicamente me venía perfecto, además tan solo trabaja cuatro días a la semana así que a partir de mañana me podría tomar mis tres restantes de descanso. Una ráfaga de aire me iluminó y sin duda alguna, tras mi turno me cogería un tren para ir a casa a ver a mi madre, hacía mucho que no volvía y después de lo que pasó ayer, un retiro no me vendría nada mal.

Me encontraba en la barra terminando de recoger y limpiar los últimos vasos del servicio, ahora se venía una hora más tranquila y yo no serviría de mucho, Lena estaba al otro lado de la barra desde hacía ya un rato, cada vez se acercaba más a mí y me miraba más fijamente, algo intentaba descifrar, rápidamente me percaté de que no había parado de sudar en todo el servicio e iba restregándome el maquillaje de un lado hacia el otro de la cara, se me había olvidado por completo.

Al darme la vuelta para colocar lo que me faltaba, me cogió por el mentón y me giró la cara. - ¿Me explicas qué es esto? - susurró entre dientes. Con las mismas, me giré y me metí en la cocina, haciéndome ver indiferente antes lo que se refería. De nuevo en la barra y cabizbaja me volvió a interceptar cuando iba al cuarto para cambiarme. Pareciendo incluso un tanto grosera, me solté bruscamente y salí disparada de allí. Tras cambiarme y maquillarme de nuevo me dirigí hacía la puerta, me sentía miserable por mi comportamiento para con ella pero no se lo podía contar, sería rememorar y con ello la vergüenza del momento. Una mirada de advertencia apareció en su semblante y yo apenada la deje pasar.

Había pensado el ir a casa y pillarme el billete para ir a visitar a mi madre, pero no me apetecía estar encerrada y menos encontrarme con el resto de mis compañeras de piso. Me fui directa por la parte de "Universitat" en agosto seguía estando abarrotada pero por la calle adecuada encontraba remansos de paz con fachada de cafeterías. A pesar de acabar de salir de un restaurante me adentraba a otro pero realmente necesitaba un café y un poco de tranquilidad, me había traído mi bloc de dibujo y unos cuantos lápices, que tuve que rebuscar hasta el fondo de la mochila para encontrarlos. Nada más tener el café en mis manos y acompañado de una dulcísima sonrisa por parte del camarero me dispuse a buscar mi billete de tren. Cualquier tipo de pausa de mi mente era bienvenida en estos momentos.

Me debatí internamente por la mala conducta que había tenido con Lena, sabía que todavía estaría en el restaurante y que por lo tanto si le mandaba un mensaje seguramente no lo miraría inmediatamente y eso me aliviaba ya que el incidente había sido hacía no más de dos horas y estaba demasiado reciente. Era bastante vergonzoso por mi parte, no el disculparme o reconocer lo desagradable de mi conducta pero sí lo era el que ella conociera lo derrotada que me sentía en aquellos momentos. Desde que entré a trabajar junto con ellas, ella había sido una gran compañera y se había convertido en mi amiga, compartimos muchos gustos a pesar de la diferencia de edad e inclusive habíamos salido ya varias veces juntas, teníamos una relación increíble y no quería estropearla con dramas inservibles. Sabía que si se lo contaba tan solo querría ayudarme pero sabiendo las coincidencias entre los hecho, el como aconteció todo, dudo mucho que le haga un favor contándoselo. Esto era algo en lo que había estado pensando ya que todo lo que había pasado en el metro estaba extremadamente hilado y no quería involucrar a nadie. Era una teoría absurda pero probable.

Estando en el bar me había propuesto el no pensar en absoluto en nada de esto e intentar descansar para coger a primera hora el tren. Tras ducharme y demás , me pude ver mejor las heridas que tenía, no se veían tan mal, era más el aspecto que el dolor, ya que tenía las zonas de mi rostro un tanto anestesiadas. Pequeños cardenales, en una posición muy premeditada marcaban mi cuello, eran como las motas del pelaje de los dálmatas pero sin ser tan caóticas. subiendo por mi labio, en la parte inferior había un pequeño corte, y le seguía un buen rasguño entre mi pómulo y la parte superior de mi nariz, debajo de mi ceja derecha. Y como la joya de la corona, desde la sien hasta mi mejilla izquierda de unos vívidos colores se encontraba un grandísimo hematoma. Me quedé por unos minutos mirándolo, la disposición de los colores, un aura amarillenta verdosa, un núcleo asimétrico de un fuerte violeta y un tono más oscuro motas que eran como estrellas, dispuestas por doquier. Mis brazos, mi clavícula o mi nuca habían quedado un tanto más demacradas que mi rostro pero estas eran más fáciles de esconder con la ropa, aún estando en verano, tenía ciertas prendas que me ayudaban y mi cabellera negra era un gran aliado más.

En el pequeño bloc comencé a rallar de forma imparable con los lápices de colores los moretones de mi rostro y unas gotas de agua que lo difuminaba todo después le dieron un toque todavía más bonito, cuando esta se secó y el papel estaba más receptivo con un bolígrafo blanco, fui pequeños planetas con inmensos anillos y miles de estrellas.

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